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Le ha dado voz a la piel, ha convertido en protagonista a esa frontera corpórea y aduana del conocimiento del mundo. La escritora Ana Clavel (Ciudad de México, 1961) publica Autobiografía de la piel (Alfaguara, 2025), su más reciente novela. Durante su escritura, cual Teseo en busca del Minotauro, se dejó llevar por un laberinto donde extendió temas, incluso a corazón desnudo, y entendió que ese lugar sólo podía ser recorrido por la mano.
“El número que usted marcó está ocupado”, las palabras de la contestadora pueblan las bocinas del teléfono. Otro intento, un tercero, luego el timbre indica que la llamada por fin ha entrado. Alguien contesta. Del otro lado se escucha la voz de Ana Clavel: “Se fueron encabalgando las entrevistas y seguramente cuando marcaste estaba ocupado”.
Si en Por desobedecer a sus padres (Alfaguara, 2022) la autora indagó en la vida del poeta mexicano Darío Galicia, en Autobiografía de la piel ensaya su obra más personal, una panorámica de sus búsquedas, obsesiones y deseos previos. El erotismo, la sexualidad, el placer son abordados. En algún momento, la escritora se percató de que la piel está presente en sus libros anteriores. Entendió que en su literatura no sólo hay una pesquisa del deseo, sino una reivindicación del placer como fuerza original.
La protagonista de esta novela, llamada igual que la autora, dice que su memoria es oceánica; todo lo abarca y lo envuelve. Una frase del filósofo Friedrich Nietzsche indica que la piel supone el límite de la humanidad, pero también el punto de partida para el conocimiento del mundo. Ana Clavel concuerda con esta idea y añade el concepto del “Yo-piel”, propuesto en 1947 por el psicoanalista francés Didier Anzieu, el cual indica la existencia de un Yo corporal y un Yo psíquico incipiente.
La ganadora del Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2013 tiene en claro que el mundo contemporáneo ejerce un silencio sobre la piel, la amenaza con olvido. Que ella misma habita en un mecanismo de dominación que mantiene las fauces en su cuello. Cita al argentino Pablo Maurette y su libro El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto (Mardulce Editorial, 2017). El cuerpo es una fuente de deseos. Imposible descartar el alimento de lo real que mantiene en la cordura al ser humano. Ana Clavel también se sincera, ella misma es energía que habla desde la piel de sus secretos.
“¿Hay algo más profundo que la piel?”, preguntó alguna vez el poeta Paul Valéry. “Tu más profunda piel”, se titula un relato incluido en Último round (1969), de Julio Cortázar. “Dios les hizo una túnica de pieles a Adán y a su mujer, y los vistió”, dice un versículo de La Biblia. En Los nueve libros de la Historia, Heródoto habla de los escitas, guerreros que solían desollar a sus enemigos y fabricar abrigos con sus pieles.
Clavel concuerda con la idea de que, quien escribe, vive envuelto en una especie de piel psíquica. El andén creativo es un cruce entre lo físico y lo conceptual. Al escribir hay que adentrarse en las cavernas de los miedos, envolverse con el cuero del Minotauro. En los laberintos de la piel, las sombras le señalan el camino, la orientan y dan sentido a su propuesta.
¿Cuáles son los orígenes de Autobiografía de la piel?
Tenía en mente la idea de que la piel es, sobre todo, horizontal, con una profundidad. Entonces, me dejé llevar por el laberinto; fui extendiendo los temas, saber que justo la prueba infalible para recorrer un laberinto es recorrerlo con la mano. No es el recorrido más breve, pero terminas encontrando la salida porque, a final de cuentas, lo habrás recorrido todo. El tacto, como sentido infalible, me fue guiando en esa búsqueda. Fui tentando, dando de palos, y por ahí fui descubriendo las posibilidades de la escritura, como revelar incluso en la escritura misma esa horizontalidad de la piel, que a la vez puede ser tan profunda. Eso facilitó todo el descorrer, los entretelones, las voces, recordar a Virginia Woolf en Las olas, con este flujo de conciencia, de un personaje a otro, de una piel psíquica a otra. Entonces solté la escritura, nada más con la idea central de que era un devenir de la piel en el mundo, un devenir reflexivo y sensorial.
¿Qué tanto influyeron los conceptos de Didier Anzieu en tu nueva novela?
Yo tenía el deseo de trabajar la piel porque me imaginé el título Autobiografía de la piel y me vino como algo posible. Me metí a indagar y de pronto vi este texto de Didier Anzieu, un psicoanalista que yo no conocía, hablando de patologías de personas que tenían una estructura psíquica dañada, con patologías, con neurosis, con psicosis, con tendencias sadomasoquistas graves que ponían en riesgo su vida. Y a través de este concepto del “Yo-piel” él habla de la contención, protección, seguridad que la piel física brinda al cuerpo. Entonces, trasladó esas características a una especie de piel psíquica que nos constituye y que nos permite un intercambio sano con el mundo. En este sentido, él habla de ciertos casos donde la piel psíquica no cumple su función de protección. Entonces hay una piel psíquica perforada, rasgada, dañada, mutilada. Y desarrolla el asunto de las patologías. De pronto pensar en la piel como un ente, como un Yo constitutivo, me dio pauta, ya no sólo para trabajar la piel como venía pensando, sino para darle voz a una piel pensante. Porque además encontré que la piel y el cerebro se forman de la misma capa embrionaria, el ectodermo, y eso me hizo pensar que había un territorio común entre la piel física y el cerebro como masa interna; que el cerebro no es sólo el recinto donde se resguarda la intelectualidad, lo cerebral, sino que el cerebro también es cuerpo, algo que de pronto se nos olvida. Como también se nos olvida que la piel es constitutiva, está todo el tiempo allí, que nos pone en contacto con el mundo, que hace el cruce que permite el acceso de ese mundo para que llegue a esa computadora, esa memoria integrada que tenemos en el cráneo. Hay un cruce entre lo físico y lo conceptual, asegurado todavía más con el papel de las metáforas que los neurocientíficos de ahora asumen como las formas en las que pensamos con nuestros cuerpos, precisamente en ese cruce de lo físico y lo corpóreo, lo tangible y el mundo inmaterial de las ideas.
Una idea atribuida a Nietzsche dice que la piel es el límite de nuestra humanidad, pero también el punto de partida para el conocimiento del mundo.
Exactamente, ahí está esa dualidad constitutiva de la piel que enlaza el mundo de los sentidos, el mundo sensorial, el mundo de lo real con nuestra percepción. Sí, completamente. Y son esas dualidades de la piel, lo que está dentro y afuera, la epidermis y la dermis; este límite que nos separa, pero que también es punto de contacto, este recubrimiento que nos muestra, nos desnuda ante los otros, pero a la vez nos oculta. Es nuestro primer ropaje, nuestro primer vestido y a la vez un libro de vida que al final se convierte en mordaza; el ropaje último que llevamos al final. En la actualidad, ¿la piel es un sentido olvidado? Sí. El concepto viene de un libro de Pablo Maurette, un escritor argentino muy brillante, joven, muy erudito, que toca el tema en su libro El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto. Y sí, lo obviamos y lo olvidamos porque siempre está ahí, porque siempre está presente. Ahora quizá más que nunca. Lo exhiben hasta de una manera grotesca y obscena o se reprime cuando hablas del placer y los deseos, que de pronto no son políticamente correctos... los deseos libidinales que tienen que ver con tabúes, incesto, la pederastia, el deseo en la infancia. Todo eso que son fuerzas muy transgresoras tiene un peso que hace negar el cuerpo, los deseos. Y el cuerpo se invisibiliza todavía más con estas tecnologías de la virtualidad. Ahí está la prueba de la pandemia, que no nos podíamos tocar y empezamos a enloquecer. Está bien que las tecnologías nos faciliten la vida, pero habría que encontrar un equilibrio para seguir alimentando esa fuente de los deseos que es nuestro cuerpo, lo presencial, el contacto con el otro. Muchas veces se puede prescindir de lo físico; también se nos puede tocar sin tocarnos, es una de las metáforas que implica la piel. Pero no podemos descartar el alimento de los sentidos, de lo real, que nos mantiene en un nivel de cordura.
¿Quien escribe vive en un constante oleaje de piel psíquica?
Sí, qué interesante pregunta. Sí, sí, completamente. Como el escritor o escritora trabaja con la imaginación y el lenguaje, son figuras abstractas y entonces pensaría en una piel psíquica muy modernista, muy ansiosa, muy necesitada de aprender de otras formas la realidad y por eso se configura y se reconfigura una piel psíquica proteica, metamórfica, siempre transformando. Qué bonita imagen. Muy padres ideas has sugerido, Saúl.
Gracias, también me llamó la atención cuando dices que pensamos a través del cuerpo y hablas del papel que juega la piel ante lo prohibido.
Siempre he entendido la literatura como un escape de libertad. Quizá el arte es uno de los espacios de libertad personal más intensos, más íntimos. Podemos imaginarlo todo. Podemos vernos como el Rey Salomón o Lady Gaga. Podemos imaginar a Madame Bovary con el pelo rubio y ojos marrones, lo que quieras reformularte. Entonces, en ese sentido, mis atrevimientos, mis transgresiones en la escritura, tienen que ver con esa apuesta de libertad y con llegar al desarrollo de una idea, de un personaje, de explorar más allá. En ese sentido, esa es mi dote como creadora: probarle de este modo al lector, a la lectora, que mi escritura los desea, parafraseando a Roland Barthes. Es un ejercicio de libertad que comparto con el lector a la hora de haber escrito, pedirle que me siga en esa búsqueda, en esa exploración y que inaugure su propio espacio de libertad creadora. Entonces, allí, en ese sentido, la escritura y la lectura se vuelven un goce y un juego en sí mismos. De mi parte hay una experiencia gozosa que también apela a la sensualidad del lector. Supongo que ahora con el tema de la piel, lo lleva a percibirla, a preguntarse cuál es la propia historia de su piel, a disfrutar de la sensualidad de la atmósfera creada a través de las palabras; el poder de la sensualidad de las palabras y de las imágenes que conllevan, más todavía cuando son sobre la piel y los deseos clandestinos, no sólo los deseos que mostramos como más afirmativos.
¿En este libro hablas desde la piel de tus secretos?
Sí, cuando develo por ahí experiencias vitales de la autora, que se han recreado después en ficciones, cuentos, historias, la pulsión o deseo por el padre que perdió de niña. La verdad es que me expongo bastante, llevo la escritura a límites donde lo ficcional y lo no ficcional se entrecruzan, en una suerte de revelación muy transgresora y deliberada. Yo siempre he creído que el compromiso está con mi escritura, con las sombras que me han señalado el camino, que me orientan y han dado coherencia a mi propuesta. Entonces, la verdad es un camino que he recorrido con enorme placer y satisfacción de irme acercando a mis sueños, a lo que he vislumbrado como mi propio devenir, en este caso, a través de los libros que me han dado tanto placer, y también al escribir.
¿La piel de las mujeres ha callado mucho más que la piel de los hombres?
No, yo creo que los dos, yo creo que los hombres también están bastante silenciados con su cuerpo. Me refiero al hombre cotidiano. Tú ves a los modelos y claro, se exhiben, presumen su belleza. Pero no, yo creo que por igual la sociedad nos ha definido la parte corpórea, la parte de satisfacción. Sí, se ha recrudecido mucho con toda la violencia que se da en torno a las mujeres por ser más fáciles de atacar, pero lo cierto es que, a los individuos, tanto de un género como de otro, y ya no se diga a los intergénero o transgénero, hay una represión, una negación del cuerpo que finalmente le conviene a los poderes fácticos, a las religiones e ideologías, para tener sometida a la persona. Y entonces se vuelve como un espacio de liberación asumir la propia piel, los propios deseos, el derecho que tenemos al placer íntimo, personal; una gran transgresión que socava los cimientos de la rutina y la explotación, que nos convierte en otras personas asumiendo nuestro cuerpo, nuestros deseos y, dentro de lo posible, nuestras vidas, en este mecanismo feroz de dominación que nos tiene con los dientes en el cuello, todo el tiempo.