
Imagen Unsplash Juan Ordonez.
El hogar, término proveniente del latín focus y que significa “foco” o “fuego”, hace referencia al conjunto de personas unidas por lazos de parentesco —aunque no estrictamente— que residen habitualmente en una misma vivienda y comparten un gasto destinado principalmente a la alimentación. Es una organización social básica que desempeña un papel central en la cotidianidad y la convivencia generacional de los individuos. No obstante, según el estudio La evolución de los hogares unipersonales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), aspectos como el aumento de la esperanza de vida en las últimas décadas —en 1970 era de 60.9 años en promedio y en 2022 era de 75.5— se han traducido en el alza del número de individuos que viven solos.
TRANSFORMACIÓN EN MÉXICO
A lo largo de las décadas, la composición de los hogares en el país ha cambiado significativamente. Según datos del INEGI, en 1990 había 16.2 millones de hogares en el territorio nacional, de los cuales el 94 por ciento eran familiares, caracterizados por la presencia de un jefe de familia y varios integrantes. El resto eran principalmente unipersonales, además de una pequeña fracción viviendo en lo que se ha definido como coliving, es decir, con compañeros —mejor conocidos como roomies—.
Para el año 2000, el número de hogares se elevó a 22.3 millones. Aunque los familiares seguían siendo mayoría con el 93.2 por ciento, los unipersonales crecieron hasta alcanzar los 1.4 millones. Este cambio refleja una tendencia hacia una mayor independencia individual y nuevos modelos de convivencia. En 2020, los datos de la Comisión Nacional de Población (CONAPO) indicaron que, de cada 100 hogares en México, sólo 13 eran no familiares. Dentro de estos, el 95 por ciento correspondía a hogares unipersonales y el cinco por ciento a modelos de vivienda compartida. Pero, ¿por qué pasa esto?
En las últimas décadas, las familias mexicanas han experimentado transformaciones significativas debido a cambios sociales, económicos y culturales. Según el artículo Family Changes and Public Policies in Latin America (Cambios familiares y políticas públicas en América Latina, 2011), algunos de los factores más relevantes en esta evolución son la disminución de la fecundidad, la inestabilidad familiar y la migración interna e internacional. Las variaciones en la edad de unión de las parejas y la proporción de cónyuges ausentes también han influido en esta reconfiguración.
El crecimiento y transformación de los hogares es un fenómeno que requiere atención en términos de política habitacional. El documento Necesidad de viviendas en México: Una proyección del parque habitacional de 2020 a 2050, publicado por la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), señala que otros diversos factores están impactando en la estructura de los hogares y, por ende, en la demanda de vivienda. Entre ellos se encuentran el envejecimiento de la población, el aumento en la esperanza de vida y la incorporación de la mujer al mercado laboral.
Según CONAPO, los hogares nucleares —conformados únicamente por padres e hijos— representaban el 61.7 por ciento del total en el país, pero se espera que esta proporción disminuya al 56.8 por ciento en 2050. En contraste, los unipersonales experimentarán un incremento significativo, pasando del 12.3 al 15.7 por ciento en el mismo periodo. Esto implica nuevas necesidades en el diseño y planificación de viviendas, con una mayor demanda de espacios más pequeños y funcionales.
Las proyecciones estiman que en 2050 habrá 55.4 millones de hogares en México, lo que representa un alza de 19.4 millones con respecto a 2020. De estos, más de 31 millones seguirán siendo nucleares, mientras que 8.6 millones corresponderán a unipersonales. El repunte de familias pequeñas, así como de hogares monoparentales —un sólo padre con su hijo o hijos— y unipersonales, disminuye particularmente a la población infantil y genera una mayor proporción de jóvenes adultos y personas mayores.
EL FACTOR ECONÓMICO Y ¿EL DERRUMBE DE LA SOLEDAD?
Aunque vivir solo puede estar influenciado por factores culturales, el aspecto económico es determinante. Según estimaciones de BBVA o Spin, el costo de una vida en solitario oscila entre nueve mil y trece mil pesos mensuales, incluyendo renta, alimentación, servicios y transporte. Sin embargo, en un país donde el salario mínimo mensual, en 2025, es de 8 mil 475 pesos, esta opción resulta inaccesible para muchos. Además, los costos varían dependiendo de la ubicación geográfica, lo que puede añadir más desigualdad a la ecuación. El análisis de la economía de los hogares unipersonales cobra relevancia en un contexto de envejecimiento demográfico. Conforme aumenta la proporción de individuos que viven solos, es crucial diseñar políticas públicas que atiendan sus necesidades y garanticen condiciones de vida adecuadas.
Además, las diferencias en los ingresos y gastos de estos hogares dependen de la edad y el sexo de quienes los integran. No es lo mismo un joven que recibe apoyo familiar o tiene un ingreso estable que un adulto mayor cuya principal fuente de recursos proviene de una pensión o programas sociales. También existen brechas en el acceso a servicios básicos, especialmente entre aquellos con escasos recursos o hablantes de lenguas indígenas.
Es necesario profundizar en el estudio de estas realidades para adaptar las políticas económicas y sociales a un segmento de la población que, lejos de disminuir, continuará en aumento paulatino en las próximas décadas. Tal vez, con vista a un futuro derivado de los números antes mencionados y sonando algo pesimista, estamos cada vez más cerca de una mayor adopción del coliving para seguir amortiguando el gasto de vivir.