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Foto: Ramón Sotomayor
Está rodeado de conocimiento, entre tomos del saber de la Biblioteca José Santos Valdés de Gómez Palacio. Instantes atrás recibió el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2024. El poeta mexicano Balam Rodrigo (1974) se siente en un hogar donde arde el fuego; concibe al libro como una hoguera, con palabras de flama, y se sienta alrededor para contar, relatar historias distintas.
Migra a sus ayeres, a su infancia, donde nadie puede ser ilegal. Andaba entonces entre los estantes de la pequeña biblioteca en su natal Villa de Comaltitlán, comunidad de ocho mil habitantes enclavada en la selva chiapaneca, a unos cuarenta kilómetros de la frontera con Guatemala. Allí leyó la historia de la Segunda Guerra Mundial escrita por Winston Churchill, también una buena cantidad de libros técnicos y otros de literatura. “Siento como mi casa los lugares donde hay libros”.
Balam viene de un lugar abrazado a Centroamérica —Chiapas fue el último estado en ser anexado por México en 1842—, donde sus habitantes conservan el voseo y la rebeldía de sus lenguas originarias. Aunque la violencia del crimen organizado amenaza con apagar el verde del paisaje, hay un latido colectivo que exige reconocimiento para sus rasgos culturales. Por eso recuerda a sus padres, su auxilio a migrantes que huían de las guerras y la pobreza en Centroamérica. En ese tránsito de esperanza, comió y durmió con los viajeros, fueron parte de su familia.
Tuvo que dejar la selva para estudiar biología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Dice que allí se topó de frente con los versos de T. S. Eliot, caminó la mirada en su Tierra baldía y luego se dejó abordar por Jorge Luis Borges, José Revueltas y José López Romero. Se considera fruto de sus lecturas y su condición científica. Ya convertido en poeta, en 2018 ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con un manuscrito que, muy a su pesar, no ha perdido vigencia: Libro centroamericano de los muertos.
En los versos de Balam Rodrigo los migrantes andan a pie, sin más equipaje que sus ilusiones. Luego se trepan al tren, a ese animal metálico y traicionero que llaman La Bestia. Los anhelos de una vida mejor los arropan bajo las estrellas mudas, pero luego caen sobre las vías, atravesados por la lanza de un Longino convertido en policía o pollero. ¿Qué es la justicia ante el acoso de los traficantes y cárteles? El ferrocarril continúa su trayecto al norte sobre un número 11 que se vuelve infinito. Si la Biblia sitúa el jardín de Dios entre los ríos Tigris y Éufrates, entre los ríos Suchiate y Bravo asoma un Xibalbá, un infierno horadado por fosas clandestinas.
El parecido con la realidad no es coincidencia. Balam es estudioso del fenómeno migratorio en México. Sabe del dolor de ángeles sin patria, de cifras y números truqueados por las autoridades. Su voz se alarga ante las preguntas, como si declamase un poema extenso, similar al camino de quien migra. Indica que el Fondo de Cultura Económica (FCE) se molestó con él por presentar Libro centroamericano de los muertos en una comunidad guatemalteca y en un albergue de Saltillo, antes que en un recinto cultural. Pasa de etiquetas y discursos, le interesa compartir la palabra con los que viajan. Tal como lo dice en un verso: una parvada de lenguas migratorias le susurran al oído, le piden que escriba para que el tren de la memoria no se descarrile.
“Uno sabe que ese sí es el reflejo de los mexicanos que queremos ayudar, no importa a quién. Por eso digo que la poesía sirve para eso: de alguna manera vemos a paisanos, a familiares que han tenido que migrar. Cuando voy a escuelas a hablar de esto con niños, les pregunto: ‘¿Quiénes de sus familiares están en Estados Unidos o han migrado a otro estado a trabajar?’, buena parte de los niños levantan la mano. Entonces creo que vemos en muchos de ellos a nuestra familia. En términos de lo humano son nuestra familia, somos nosotros mismos migrando”.
¿En qué momento de tu vida empiezas a ser consciente del fenómeno migratorio?
Desde que era niño, porque Villa de Comaltitlán, en el Pacífico, a 40 kilómetros de la frontera con Guatemala, tiene además esta influencia centroamericana muy marcada. Es la zona que se llama Soconusco, que incluso fue un país hasta 1842. Es la última parte del país actual en integrarse al proyecto de federación. Me causó, a finales de los setenta y a principios de los ochenta, ver cómo migrantes que huían de las guerras intestinas de El Salvador, de Guatemala, también de los movimientos de guerra civil y conflictos en Nicaragua, de la pobreza extrema en Honduras y otros lugares de Centroamérica, pasaban frente a la casa. Las vías del tren estaban a veinte metros. Mi padre y mi madre siempre los apoyaron, incluso yo todavía no nacía cuando mis papás ya apoyaban a estas personas que pedían refugio y asilo. Entonces México tenía un sentido humanitario profundo y una tradición de asilo a exiliados políticos, y por cualquier causa. Mis padres sin tener un albergue u oenegé, simplemente por razones de un ágape humano, de solidaridad, de amor al prójimo, apoyaron a más de 300 centroamericanos que vivieron en un lapso de 20 años ahí en el pueblo. Ellos comieron con nosotros, durmieron en nuestra casa, fueron parte de mi familia. Y cuando estuve consciente de su situación, por sus relatos, por lo que contaban que venían huyendo de la guerra, la primera vez que vi un mapa y me di cuenta de la cercanía de la frontera con Guatemala, de sus comunidades donde los estaban asesinando apenas a 50 o 60 kilómetros de mi lugar de origen, me puse a pensar qué sucedería si eso pasaba en Chiapas. Curiosamente, ahora justo que me hacés esa pregunta, familia y amigos míos han tenido que huir, no recientemente, sino desde hace cuatro o cinco años ha habido un desplazamiento forzado de personas de pueblos de la sierra de Chiapas hacia Guatemala, por el reclutamiento forzado del crimen organizado. Pienso cómo de niño veía a esas personas que lo dejaban todo por la violencia y ahora mismo lo experimento en carne propia, porque incluso mi familia y yo vamos a tener que migrar por causa de la violencia. El próximo año nos vamos a ir también, vamos a pedir asilo o vamos a buscar otro lugar para alejarnos de la violencia exacerbada en que ahora está Chiapas.
Lo que dices tiene mucho sentido con un verso del Libro centroamericano de los muertos. Mencionas que Centroamérica es “esa pequeña Belén hundida en una esquina rota del mundo”.
Sí, eso somos. Y en la medida que no se atiende eso desde lo humano, que se deje de ver solo el problema zapatista, que ni Fox, ni los demás presidentes, ni López Obrador, lo han logrado. Claudia Sheinbaum tiene que ser firme, no quiero decir violenta, pero sí firme, en medidas que permitan el diálogo, pero sobre todo en políticas que atiendan a todos estos lugares abandonados. No sólo está Chiapas, también está Guerrero, parte de Oaxaca, Michoacán y toda esta región de la sierra del norte del país que no ha sido atendida: la región rarámuri, la de Guanaceví aquí en Durango, durante años han estado abandonadas. No es extraño que por eso surgieran movimientos sociales que tratan de emancipar, hablar y pedir libertad, sobre todo el derecho a la equidad, y aspirar a lo mismo que aspiran personas de la Ciudad de México. La centralización en las políticas públicas ha sido muy negativa y el resultado es esto que vemos en Chiapas. Creo que es muy necesaria una vuelta de tuerca en esta Belén hundida en una esquina rota del mundo, el cuadrángulo norte de Centroamérica que en parte es Chiapas, Guatemala, El Salvador y Honduras, que somos la misma gente. En la medida que el gobierno entienda eso, capitalizará mejor sus políticas en nuestro estado que es muy diverso: 14 lenguas originarias, 68 variantes dialectales y más de 2.7 millones de personas indígenas, de las cuales el 80 por ciento todavía es analfabeta, y la mayor parte es porque no hablan ni escriben en su lengua.
También hay una imagen en ese poemario donde hablas del jardín de Dios en medio de los ríos Tigris y Éufrates. ¿Qué espacio hay entre los ríos Suchiate y Bravo para los migrantes en México?
Hay que decirlo: podemos imaginar que todo el territorio nacional es la mayor fosa de personas desaparecidas en el continente. Por el tiempo que tiene la violencia exacerbada en México, estos últimos 25 años, aunque las cifras oficiales son de 300 mil personas desaparecidas, no hay que olvidar que hay más de 120 mil migrantes centroamericanos desaparecidos en ese periodo. En realidad, si somos más objetivos, quizá ronden los 500 mil desaparecidos y muertos. Somos quizá la mayor fosa a cielo abierto en el continente. Eso es vergonzoso, habla de la descomposición del poder y de cómo los migrantes atraviesan el Xibalbá, un infierno, al pasar el río Suchiate. Y podríamos ir más allá en la línea hasta Belice, la parte de Tenosique, Tabasco que colinda con Guatemala, los intereses en la parte alta, en Chetumal y toda esa zona. Ahí también se trafican muchas personas, hay trata y alta migración porque nadie le pone atención a esa frontera. Hay grupos del crimen organizado perfectamente instalados y toda una industria migrante que hace que, entre el río Bravo y toda nuestra frontera sur, haya realmente un infierno para nuestros migrantes. El peor ejemplo es la inacción y la deliberada manera en que actuaron las autoridades del Instituto Nacional de Migración, que habría que llamarle Instituto Nacional de Muerte, porque en el incendio del centro de detención, en esta cárcel para migrantes de Ciudad Juárez, permitieron que se dieran manifestaciones violentas de los migrantes, exigían su liberación y se agilizaran sus trámites de refugio, asilo o en su caso, la deportación. Y permitieron, a partir de ese incendio, que murieran allí 40 personas quemadas, más otras varias heridas. La deshumanización, el entrenamiento, la forma en que estas personas son amaestradas para el trato tan negativo, violento, discriminador y xenófobo contra los migrantes, causó esto. Ese es un ejemplo de muchos. Y por otra parte, vemos las grandes masacres de migrantes que han sucedido en el norte, noreste del país, desde el Golfo, también en el sur, y la participación de los GOPES de Tamaulipas, grupos policíacos de Coahuila, Chihuahua, Nuevo León, Baja California, Veracruz, cualquier lugar está vinculado a estas personas que ya trabaja el crimen institucional organizado contra la población más vulnerable, que entre otras, están los migrantes. No sólo son extranjeros, miles de migrantes indígenas de Oaxaca, Guerrero y Chiapas vienen a los campos del norte a trabajar. Sufren también las extorsiones y el abuso de los agentes migratorios, policíacos, militares en los lugares donde laboran. Y entonces, en lugar de que exista el paraíso, hay un infierno entre estos ríos.
Sobre la deshumanización, haces una analogía entre el número 11 y las vías del ferrocarril. ¿El 11 infinito del tren es más cercano a la realidad de los migrantes que las cifras entregadas por las autoridades?
Sí. Las cifras oficiales indican que entre 500 mil y un millón de migrantes entran por la frontera sur. Yo te podría decir que eso me da risa, es totalmente paradójico. No. Ingresan entre cuatro y cinco millones por toda la frontera sur. La mayor parte de ellos son indetectables, porque además el crimen organizado está detrás de la trata de esas personas. Y también hay un crimen institucional organizado. Por ejemplo, la Fundación para la Justicia habla de los vínculos entre la Guardia Nacional, la Semar, la Sedena, elementos policíacos, militares, no se diga el Instituto Nacional de Muerte (como le digo al INAMI), cuyos agentes, muchos, están vinculados a la trata de personas; entregan migrantes a distintos grupos del crimen organizado, hay muestras de eso y hasta procesos de medidas cautelares, y demandas de fundaciones, organizaciones y migrantes que han sufrido todo tipo de abusos por parte de las autoridades. Entonces, la cifra de desaparecidos y muertos es mucho más amplia. A veces, las autoridades para enmascarar, cuentan eventos en lugar de cifras de muertos.
En el caso de Chiapas, hace dos años un tráiler se estrelló en Tuxtla Gutiérrez. Yo estuve ahí. Teníamos la visita de un escritor de Sonora, estaba con mi familia y no pudimos regresar de Tuxtla a San Cristóbal. Esperamos tres kilómetros antes de la curva donde chocó ese tráiler y murieron 55 personas. Pasamos cuando quitaban la caja completamente ensangrentada. En algunas cifras, las autoridades lo cuentan como un evento, evitan que haya de golpe 55 migrantes muertos en ese hecho. Y también hace dos años, en Chiapas, hubo entre 30 y 40 choques, volcaduras, donde más de cien migrantes fallecieron. ¿Por qué no están en las cifras oficiales? Porque se enmascaran, se ocultan y harían mucho más negativas las cifras, porque muchas autoridades están involucradas, metidas con el crimen organizado. Mientras hay una visión negativa —y esa la pongo con la figura de la bestia y las vías del tren que atraviesan esta zona, en las que migran muchas personas montadas—, tenemos el abandono de Ferrocarriles Nacionales. Se destinaron miles de millones de dólares y de pesos a lo que llamo el Tren Falla, que además de un ecocidio gigantesco, está hecho para el turismo nacional. Los migrantes van en el peor tren que puede existir, en las peores condiciones. Al turismo, otra forma de migración que deja dividendos económicos —principalmente a grandes empresas transnacionales—, se le construye un tren de norte a sur, cómodo, con clima, devastando la selva para que en las ventanas se puedan ver los escenarios más agradables, el turismo ornamental, artesanal, los adornos del México profundo. Un tren blanqueado completamente, hecho para el turismo eurocéntrico, anglosajón, no para las personas de a pie o comunes. Eso habla de los extremos, de cómo se ve la política de nuestro país en torno a estas infinitas vías del tren, que siguen siendo estas vigas donde la muerte hace gimnasia.
¿Por qué la poesía ayuda a cantar el dolor de estos migrantes?
Pienso lo siguiente: en mi caso, es una vía para comunicar un hecho, porque la poesía lo hace desde la antigüedad. Cuando las personas dicen “yo no leo poesía, no estoy sacando la poesía”, mienten, porque la canción popular, acá en el norte la tradición del corrido —más allá de las maneras en que ha sido modificado, adecuado y adaptado— es una forma del romance español, del romancero tradicional, la forma de poesía más popular que canta y cuenta lo que sucede a cualquier persona. Los hechos cotidianos siempre han sido cantados y contados por la poesía. Por eso la retomo como una forma de cantar y comunicar lo que nos pasa. Y creo que sigue siendo el vehículo más adecuado para hablar de la condición humana de manera humana. Finalmente, desde la literatura, el ensayo, la novela, el cuento, hasta lo antropológico, estadístico, el periodismo crudo, las cifras políticas, son simplemente hechos y estadísticas que tienen números, cifras, una propuesta que no es humana y que no nos habla de este sufrimiento cercano. Mientras que con la poesía intento fabricar espejos que reflejen nuestra condición humana. Y a pesar de que no hayamos vivido exactamente eso, sea capaz de revelarnos realmente quiénes somos en términos humanos. Y hacia esos migrantes que murieron de manera violenta, terrible, sin que se sepa cómo se llaman, que están en fosas comunes, sin nombre, es aventurarme a darles un rostro y una voz para que, al menos, tengan una historia mucho más digna y humana de lo que tienen en la estadística cruda.
¿Y respecto a los que sí logran llegar? Por ejemplo, el registro que haces de Orlando, migrante que llama a casa para avisar que ya se encuentra en Canadá. ¿Qué ves en esa imagen?
Que a pesar de la pesadilla uno puede despertar y lograr el sueño. Para nosotros siempre fue un aliciente que algunos de estos migrantes lograron capitalizar su sueño, migrar hacia un destino mejor y lo que todos queremos: vivir en condiciones más dignas, tener hijos, familia, desempeñarnos, trabajar en lo que queremos y alejarnos de aquellos escenarios que violentan nuestra cotidianidad. Eso para mí es muy importante. Y sobre todo una esperanza para aquellos que quieren hacerlo, porque la verdad muy pocos migrantes se quieren quedar en México. Luego pensamos que vienen a quitarnos el trabajo, eso es una falacia en términos estadísticos. Las últimas cifras nos dicen que hay menos de dos millones de extranjeros viviendo en nuestro país. ¿De qué nacionalidades? Casi un millón son estadounidenses. Es decir, la mitad de extranjeros que viven en nuestro país son estadounidenses y el otro millón se reparte entre más de 70 nacionalidades. En realidad nadie viene a quitarnos trabajo, ni nos estorba ni nos afecta en absolutamente nada. Además dicen: “Es que vienen criminales y gente violenta”. Los migrantes que pueden integrarse al crimen organizado no representan ni el uno por ciento. Todo mundo quiere atravesar nuestro país, alcanzar Estados Unidos u otro destino. Eso habla del intento por alcanzar un lugar mucho mejor, no un paraíso, pero sí uno donde la gente tenga mejores oportunidades, y quizá paz.
¿El sueño americano es en realidad el sueño mesoamericano?
Yo creo que sí. Lo que veo es que Estados Unidos es como la nueva Aztlán. La gente quiere regresar a Aztlán. Salimos del norte y queremos ir hacia el norte. No porque Estados Unidos sea el mejor lugar, no es la mejor sociedad ni mucho menos, pero cuando se globaliza la economía en este modelo neoliberal, también se globaliza la pobreza. Los pobres del mundo quieren ir a los polos, al hemisferio norte (Europa, Estados Unidos o Canadá) a encontrar mejores condiciones de vida o ingresos económicos. Claro, sigue siendo el sueño mesoamericano, el sueño sudamericano, el sueño centroamericano, pero también el sueño africano, el sueño asiático. Migrar del sur extremo pobre al extremo norte rico… tenemos el derecho para eso.