
Chivo en cristalería
Donald Trump ha empezado su segundo mandato con la sutileza de un chivo en cristalería. No sólo declaró un estado de emergencia en la frontera con México para empezar un operativo militarizado que busca impedir el ingreso de inmigrantes ilegales y realizar deportaciones masivas, sino que ha usado la amenaza de imponer aranceles punitivos a sus vecinos y socios comerciales, México y Canadá, para obtener lo que quiere de ellos.
Pidió a Canadá, por ejemplo, que se incorporara como el estado 51 de la Unión Americana y lo ha amenazado con usar aranceles en su contra de no aceptar. Afirma que quiere tomar control del canal de Panamá y de Groenlandia, y no ha querido descartar el uso de la fuerza para lograrlo. Propuso que, para resolver el conflicto de Gaza, los palestinos que ahí viven sean desterrados y, al quedar vacía la franja, Estados Unidos se haga cargo de ella y construya allí un destino turístico.
En política interior, Trump suspendió la operación de USAID, la dependencia encargada de la ayuda exterior del país, y pretende eliminar el Departamento de Educación del gobierno federal. También destituyó a los fiscales que lo investigaron por varios delitos y ha despedido a miles de empleados gubernamentales, que por ley no pueden ser destituidos.
Trump nunca se ha comportado como una persona equilibrada o sensata. Sus amenazas y agresiones son públicas desde hace mucho tiempo, incluso antes de que se incorporara a la política. Mujeres distintas lo han acusado de acoso sexual e incluso de violación. Como empresario, falseó información de sus compañías para obtener créditos de manera indebida. Cuando ingresó a la política, buscó sobornar a una mujer para que no dijera que había tenido relaciones sexuales con él, pero además presentó el pago como un gasto deducible de sus negocios.
Como presidente, Trump ha lanzado acusaciones sin sustento en contra de sus rivales y ha atacado constantemente a los medios independientes, a los que llama “el enemigo del pueblo”. Ha tomado muchas decisiones ilegales, que han sido rechazadas por los tribunales. Mostró un talante antidemocrático al declarar, en la campaña por la reelección de 2019, que sólo aceptaría el resultado si le favorecía. Después de los comisios, ganados por el demócrata Joe Biden, presionó a funcionarios responsables del conteo de votos, como el secretario de estado de Georgia, Brad Raffensperger, para que lo ayudaran a “encontrar” el número suficiente de sufragios para cambiar el resultado. Lanzó a una turba al Congreso el 6 de enero de 2020 para impedir el conteo final de votos del Colegio Electoral. Divulgó también, de manera sistemática, la mentira de que había perdido la elección por un fraude, sin nunca presentar pruebas.
Uno de los problemas de los populistas es que no saben gobernar. Trump ha tomado algunas decisiones positivas, pero su afán de protagonismo, su ánimo de humillar a quienes no piensan como él y su desprecio por las leyes, le han hecho un daño profundo a Estados Unidos. Este país, que durante años fue un líder entre las naciones democráticas, ha caído nuevamente en las amenazas del imperialismo; una vez más es el país poderoso que abusa de las naciones más pequeñas.
Es difícil saber qué pasará en los cuatro años de gobierno de Trump. Sin duda serán tumultuosos. Estados Unidos dejará de tener socios comerciales y amigos porque sus aliados sabrán que el presidente no busca otra cosa que su beneficio político. A México le tocará una vez más convivir con el vecino incómodo. La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido prudente en sus tratos con el nuevo mandatario, pero Trump ya ha demostrado que no quiere tener amigos, sino simplemente intereses.