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¿De qué hablo cuando hablo de Murakami?

El eterno nominado al Nobel vacía en sus letras, de una forma única e inconfundible, una visión mágica de la cotidianidad que le ha valido tener tanto apasionados seguidores como fervientes detractores.

¿De qué hablo cuando hablo de Murakami?

¿De qué hablo cuando hablo de Murakami?

JOSÉ LUIS AGUIRRE

Si usted, amable lector, busca en internet referentes sobre la literatura en Japón, de seguro el primero que saltará a su vista será Haruki Murakami. Esto habla de la enorme fama mundial del autor, más no significa que por ello sea el más querido. De hecho, grandes puristas y estudiosos de la literatura japonesa rechazan abiertamente su obra. 

Indagando en las letras contemporáneas del país del sol naciente, encontraremos personajes que forman parte de una de las culturas literarias más exquisitas y sobresalientes a nivel global: Yukio Mishima, Natsume Soseki, Yasunari Kawabata o Kenzaburo Oé. Sus estilos, aunque disímiles entre sí, reflejan la pulcritud y el preciosismo de las letras orientales en el periodo posguerra, muy apegados a tradicionalismos cargados de belleza y misticismo. Murakami se aleja completamente de estos estilos, enfocándose en la cultura occidental moderna, su música, arte y formas de vida. Esto rompe los esquemas típicos de la narrativa japonesa, catalogando al autor como una oveja negra dentro del círculo literario de la isla.

ESCRIBIR RAREZAS

Han pasado unos veinte años desde mi primer encuentro con Murakami, quien, para entonces, se consolidaba como un autor sumamente famoso en Japón, Estados Unidos y Europa, cuyos libros se vendían por millones. En México, gracias a las traducciones de Tusquets, comenzó a conocerse un poco más de su obra; al poco tiempo, también se convertiría en uno de los autores más vendidos en este país. Tokio Blues, Norwegian Wood (1986) fue el primer libro que llegó a mis manos. Su obra más conocida, y quizá también la más realista y nostálgica, lleva en su título una alusión franca a la canción de los Beatles. Relata, en primera persona, la historia de Toru, un adolescente que afronta sus amores, desencantos y desequilibrios psicológicos en una fría ciudad de Tokio a finales de los sesenta.

La narrativa de Tokio Blues, como en el resto de la obra de Murakami, parece en un inicio transitar por territorios conocidos que no exigen mucho a un lector avanzado. En los primeros párrafos de la mayor parte de sus libros, nos inmiscuimos en escenarios donde lo habitual prevalece sobre todas las cosas: temas como la adolescencia, el sexo, la música y la cultura pop aparecen ante nuestros ojos. Sin embargo, al ir recorriendo las páginas, tropezamos con los hechizos y tribulaciones característicos del escritor: las situaciones comunes de pronto se trastocan, dando paso a contextos mucho más extraños donde la magia prevalece por encima de la realidad. Una dimensión alterna fluye por lo profundo y, a pesar de todo, se mantiene en la superficie sin que nadie parezca notarlo. “Escribo cosas muy raras”, expresa el propio Murakami en La muerte del comendador, uno de sus más recientes libros. En efecto, así ocurre: su estilo transita entre lo onírico, el realismo mágico y el surrealismo, una mezcla bastante única e inusual que el mismo autor ha denominado “murakamismo”.

Haruki Murakami. Imagen Nathan Bajar.
Haruki Murakami. Imagen Nathan Bajar.

ENTRE LA SENCILLEZ Y LA FAMA

Murakami es un best seller; vende millones de ejemplares alrededor del mundo y sus novedades son altamente esperadas en los estantes de cualquier librería. El escritor ha tenido que lidiar con ello, ya que la fama y la fortuna no son cosas que haya deseado, sino que, simplemente, llegaron. De hecho, mantiene un perfil bajo y gusta permanecer alejado de cámaras y reflectores, llevando una vida sencilla en la ciudad de Oisho, Japón, una pequeña comunidad rodeada por montañas, localizada en el centro de una isla.

El aislamiento y la sencillez del autor se manifiestan en los rasgos de algunos de sus personajes: Kafka Tamura, protagonista de Kafka en la orilla, es un adolescente huraño con heridas de abandono, que huye de la casa paterna y encuentra refugio en una biblioteca donde emplea la mayor parte de su tiempo en leer los relatos quiméricos de Las mil y una noches.

Murakami es una persona silenciosa; en cambio, la mesura en su palabra escrita no es algo que lo distinga. Kafka en la orilla, 1Q84, La muerte del comendador y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo son algunos de sus libros más extensos, los cuales rondan las mil páginas. Aunque esto pudiera resultar intimidante, la realidad es que la lectura de estas novelas es, hasta cierto punto, sencilla. El autor, tanto en sus novelas como en sus cuentos y ensayos, no emplea palabras rimbombantes ni toma mano de ideas complejas, lo que permite un flujo constante tras cada vuelta de página. Quien es asiduo lector de Murakami sabrá que, después de terminar una de sus mastodónticas obras, tal vez se quedará con la cosquilla de leer un poco más.

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LETRAS, CAFÉ Y JAZZ

Como John Coltrane o Miles Davis, constantes referencias en sus historias, las letras de Murakami fluyen entre compases de un jazz cadencioso. Una vasta colección de vinilos recopilados desde su adolescencia, aunada a su amor por el café y la música en vivo, llevó al escritor a volverse propietario de una cafetería de jazz, o jazz kissa, que cobraron popularidad en Tokio al término de la Segunda Guerra Mundial. A estos lugares acostumbraban acudir intelectuales, académicos, críticos de arte y, por supuesto, amantes del café y la música.

Por varios años, Murakami llevó la gerencia de una de estas cafeterías, aunque más que dedicarse a la atención al cliente, realizaba su trabajo tras mostradores curando su colección de vinilos, mientras germinaban en su cabeza las ideas para una próxima obra. Su amor por la música, en particular por el jazz, el rock y la clásica, puede corroborarse en sus escritos. Duke Ellington, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Radiohead y las composiciones de Bach funcionan como soundtrack y hasta como hilo conductor en algunas de sus historias. Basta con revisar su magnánima novela 1Q84, donde la Sinfonietta de Janácek es la estrecha conexión entre Aomame y Tengo, sus protagonistas.

Haruki y Yoko han permanecido juntos por más de 50 años. Imagen GettyImages.
Haruki y Yoko han permanecido juntos por más de 50 años. Imagen GettyImages.

YOKO, COMPAÑERA Y CORRECTORA

Murakami se casó a sus tempranos 22 años de edad. Aunque prefiere la soledad, ha estado al lado de Yoko, su esposa, por más de medio siglo. De acuerdo con declaraciones de ambos, la decisión de no tener descendencia obedece a que la pareja no estaba segura si las condiciones del futuro serían propicias para traer un hijo al mundo. A la larga, esta elección les sirvió para complementarse y constituir una pareja estable.

Sin duda, ella también disfruta del silencio y la tranquilidad del hogar que formaron. Ha acompañado al autor desde su juventud, cuando ambos laboraban en empleos informales que les otorgaban lo básico para subsistir. Desde mucho antes de que Murakami alcanzara la fama, Yoko se ha encargado de dar la primera lectura a sus escritos, corregir sus errores gramaticales y, sobre todo, de otorgarles el visto bueno. En pocas palabras, ha trabajado como un primer filtro de los textos de su marido, antes de que vean la luz en los estantes de las librerías.

¿DE QUÉ HABLO CUANDO HABLO DE CORRER (Y ESCRIBIR)?

Además de escribir, correr es una de las principales aficiones del autor, quien hace una simbiosis entre ambas actividades: una vez que comienza a correr, a cada paso va surgiendo una idea. No imagina qué se presentará en el camino, pero nunca detiene sus pasos. La mente, como sus piernas, avanzan a la par; la primera, sobre el papel; las segundas, sobre el asfalto.

Quizás tropiece e, incluso, en algún momento tenga que retroceder. Sin embargo, persiste en el camino con la mirada fija en una meta. Tanto el acto de correr como el de escribir representan dos tareas solitarias que no requieren a alguien al lado para realizarlas. Tal vez algo de jazz en los audífonos o algo de rock en el tocadiscos, pero siempre prevalece una íntima comunión entre la mente y los pasos. Una sucesión de ideas fluye libremente conforme se va transitando.

Peter cat, el club de jazz en el que Murakami era gerente. Imagen uppers es.
Peter cat, el club de jazz en el que Murakami era gerente. Imagen uppers es.

EL ETERNO CANDIDATO AL NOBEL

Año con año, la figura de Haruki Murakami se hace presente en las listas de los posibles nominados al Premio Nobel de Literatura. Sus críticos mordaces aseguran que el galardón nunca estará en sus manos; consideran su obra como una sucesión de pensamientos robustecidos por tramas sin sentido, triviales, bobas e infantiles cuya única finalidad es generarle ganancias. En cambio, sus defensores y estudiosos opinan lo contrario: con el paso del tiempo, la narrativa de Murakami se ha forjado una identidad propia; una prosa fluida y expresiva que de inmediato cautiva y conecta, ya sea con la inmadurez de un lector iniciático o con la experiencia de un lector avanzado.

Las palabras del autor japonés concentran ideas, sentimientos y situaciones que construyen personajes sólidos, llenos de conflictos emocionales, ideales, sensualidad y magia, inmiscuidos en escenarios atestados de realismo mágico. Es inútil negarlo: cualquier libro de Murakami representa una vorágine de símbolos y conmociones, de atmósferas y héroes, de circunstancias y de encantos.

A Haruki Murakami se le ama o se le odia, más nunca pasará desapercibido.

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Escrito en: Murakami literatura japonesa candidato al nobel

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