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Reportaje

El cerebro bajo la inmediatez; bombardeo mediático contemporáneo

Se vive en el tiempo de la novedad, en los hangares de la simulación. Entre la hipervigilancia, el uso de datos y el bombardeo publicitario, la sobrecarga de información es la roca que parece condenar al Sísifo moderno.

Imagen: Adobe Stock

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ABRAHAM ESPARZA VELASCO

La contemporaneidad es un cauce que no se detiene. El término latín inmediatus significa “sin punto medio”, “sin mediación”, es decir, algo directo. Es una característica de esta era e implica una carrera veloz que parece dirigirse al final de los días o a un futuro postcapitalista incierto. 

Los dispositivos móviles actuales hacen que la inmediatez se experimente como una sensación cotidiana. Todo está al alcance de un clic: la vida de los demás, la serie del momento, el nuevo single de nuestro artista favorito, el trayecto con menos tráfico al trabajo, las compras, la reunión laboral a distancia, etcétera. 

Nuestro cerebro no distingue las señales que recibe del mundo real de las que le llegan de una interfaz digital, especialmente cuando no hay una interacción física con un mouse, teclado u otro tipo de hardware que nos distancie de la tecnología en cuestión. La inmediatez, en este sentido, borra las barreras de lo real.

TECNOLOGÍA IMPERCEPTIBLE Y TRANSPARENCIA DE LA VIDA PRIVADA 

La invisibilidad y la inmediatez son conceptos que se pueden relacionar entre sí y que describen las tecnologías más importantes de la actualidad, porque la naturalidad y la comodidad en torno a su uso tiene como consecuencia que se vuelven imperceptibles. 

A finales de la década de los noventa y principios de los dos mil surgió un intento estético por “transparentar” la modernidad. El diseño de la iMac G3, computadora lanzada en 1998, se esforzaba por mostrar los mecanismos y los circuitos de su interior, en un intento más bien maximalista por hacer visible la modernidad tecnológica de la época. 

Exhibir esa complejidad a través de la carcasa era la impronta de ese modelo computacional. Ahora, esa transparencia forma parte ineludible de las nuevas formas tecnológicas, pero ya no como algo material, sino como una característica de su funcionamiento. La tecnología, bajo la máxima de ser lo más cómoda posible, se vuelve imperceptible y es asimilada como parte de la vida cotidiana.

Hoy es casi imposible imaginar un robot que no esté diseñado con características ergonómicas y simples, y que no tienda a convertirse en algo más pequeño y minimalista con el paso de las actualizaciones. No conformes con esto, las creaciones tecnológicas están, sin lugar a dudas, relacionadas con la información y el Internet, sistemas complejos de comunicación que son, sin embargo, un segundo piso a nuestro mundo palpable, una iconosfera que nos rodea y que es perceptible sólo a través de dispositivos y pantallas. La tecnología actual es invisible porque se funde con la realidad. 

La Inteligencia Artificial (IA), la tecnología en desarrollo más importante de la actualidad, no tiene forma física, cosa que nos genera una duda y una disonancia natural, puesto que los habitantes de nuestro mundo tenían, hasta ahora, formas físicas. Por ello las primeras preguntas de usuarios comunes a los motores de inteligencia artificial generativa, como ChatGPT, suelen pedirle que represente su forma física o que dé su opinión sobre relaciones interpersonales. 

Las inteligencias artificiales generan disonancia cognitiva al no tener una forma física, de ahí que las personas intenten humanizarlas al 'hablar' con ellas. Imagen: Unsplash/ Compare fibre
Las inteligencias artificiales generan disonancia cognitiva al no tener una forma física, de ahí que las personas intenten humanizarlas al "hablar" con ellas. Imagen: Unsplash/ Compare fibre

La IA tiene más de artificial que de inteligencia. Es un algoritmo complejo que emula a la mente humana, pero que no se puede asemejar a ella en niveles más profundos. El ojo del maestro (2023), del filósofo Matteo Pasquinelli, apunta que la IA es una automatización de las relaciones laborales y sociales. Sin embargo, impostamos la humanidad en su programación, quizá debido a la creciente soledad o inadecuación emocional y relacional de nuestros tiempos. 

La transparencia de esta época se relaciona con la hiperconectividad. Al estar tan fácilmente conectados entre nosotros, las relaciones humanas se complican. Lo personal se vuelve público debido a las facilidades comunicativas del mundo virtual. Las personas se convierten en una suerte de creadores de contenido que comparten lo más atractivo de su vida a familiares, amigos, conocidos y desconocidos en redes sociales. Todos quieren ser interesantes para los demás, por lo que se unen a la exposición en línea, a la transparencia tecnológica. Al sumarse a ella, intentamos también compartir nuestras posturas ideológicas y ser aceptados por grupos que piensan de esta misma forma. 

Estos posicionamientos abarcan el terreno de la sexualidad y las relaciones amorosas, lo que hace que las personas construyan una imagen consciente de sí mismas y de sus lazos interpersonales. Denis de Moraes, doctor en Comunicación y Cultura, llama a este fenómeno “mediatización de las relaciones humanas”. Es decir, estas se disponen sobre el escenario virtual para ser vistas, lo que en realidad puede estar escondiendo el problema de base: el miedo infantil a ser lastimados. 

RELACIONES FRÁGILES 

Forzando el ritmo humano, la mente y las construcciones emocionales, la era tecnológica ha cambiado —y sigue haciéndolo— la vida: el amor, el erotismo, el trabajo y la amistad se encuentran bajo el signo ineludible de la inmediatez. 

La razón por la que esta implica peligro es porque niega el tiempo. Ser consciente de los procesos que implica cada evento es importante para generar un orden, memorias, rituales y significados que dejan huella en el cerebro, formando nuestra experiencia subjetiva en este mundo, pero la inmediatez se opone a estas estructuras de pensamiento. 

Lo que da orden a la experiencia humana es también importante para favorecer un sentido de comunidad. Pero hoy nos enfrentamos a un progresivo aislamiento de las personas. El documental La teoría sueca del amor (2015) aborda este tema. Expone que si las necesidades inmediatas —alimento, educación, salud, empleo y vivienda— están garantizadas por el Estado y por la economía creciente de un país, el siguiente paso es la autonomía completa de cada individuo, lo que, sin embargo, termina por separarlo de sus pares, al menos en la actual sociedad occidental. Lo que ocurre es que la hiperconexión, el consumismo y el capitalismo de aplicaciones logran una apariencia de bienestar que nos aísla. 

Tanto la búsqueda desesperada de sexo casual como de relaciones serias que cumplan todas las necesidades afectivas de uno mismo, están impulsadas por la inmediatez y tienen como raíz el miedo al abandono.
Tanto la búsqueda desesperada de sexo casual como de relaciones serias que cumplan todas las necesidades afectivas de uno mismo, están impulsadas por la inmediatez y tienen como raíz el miedo al abandono.

Según el antropólogo Clifford Geertz (La interpretación de las culturas, 1973), al debilitar la reciprocidad entre los grupos sociales y sus miembros, se erosiona la cultura y su sistema de significados. 

El clima de individualismo que impera hoy día se debe en parte a la incomodidad que pueden generar las relaciones interpersonales, pues estas implican un vínculo complejo que debe sobrevivir ante las adversidades externas y psicológicas. En la actualidad, no estamos acostumbrados a la construcción lenta de este tipo de significación. Una relación fuerte es difícil de lograr puesto que lo que se busca es la gratificación instantánea. 

La cultura hookup invita a mantener una gran cantidad de relaciones casuales. Mayormente vinculada a los universitarios estadounidenses y, en general, a Occidente, esta dinámica se alimentó de la propagación de Internet a partir de los años dos mil y se fortaleció con la aparición de aplicaciones de citas, como Tinder. 

Esta última liberación sexual lleva implícita una carga deshumanizante que resulta en la soledad y el dolor emocional propios de la dificultad para lograr una relación a largo plazo. Según Ellyn Mease, investigadora de la Universidad de Nebraska, casi una cuarta parte del mundo se siente sola. 

Actualmente existe una tendencia a intentar vínculos estables nuevamente, pero estableciendo desde el principio —incluso desde la primera cita o antes— los objetivos y requisitos de cada parte, como si se definieran de forma fría los términos y condiciones de la posible relación, la cual, de concretarse, no suele estar exenta de un miedo constante al daño emocional y a la separación. 

Pareciéramos volver a una etapa infantil en que se espera que el mundo y las personas alrededor se adapten a nuestras necesidades. Esta manera de abordar los lazos interpersonales no es mejor que las relaciones casuales porque mantiene el problema de fondo: una baja tolerancia a la frustración y la dificultad para llegar a acuerdos. Es evidente que la inmediatez, esa búsqueda de gratificación directa, no deja ver los puntos medios entre los individuos ni deja entender las posibilidades de negociar en torno a los deseos y metas de cada quien. 

Para el psicoanalista Donald Winnicott, las diversas experiencias de frustración representan para el infante un contacto con la realidad que lo hace más maduro y resiliente. Por lo tanto, buscar la satisfacción inmediata de las necesidades afectivas, e incluso de protección, equivale a ver a la pareja como un objeto transicional y es un signo inequívoco de inmadurez.

LA LUCHA POR LA ATENCIÓN E HIPERVIGILANCIA

La llamada migración digital —es decir, el paso de la información analógica a la Internet— hizo que imagen, texto y sonido fueran convertidos a formatos legibles por los medios digitales, y entonces la información accesible para cada persona en el mundo fue mayor que nunca. Incluso obras casi perdidas de décadas anteriores a los años noventa fueron restauradas y almacenadas en línea. 

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La atención, por lo tanto, entró en crisis al intentar abarcar todos esos datos disponibles. La economía de la atención es un concepto que señala este preciso fenómeno. Descrito por el politólogo estadounidense Herbert Simon en 1969, este término señala el déficit que la atención humana sufre ante la sobrecarga de información. Si bien el concepto pertenece a una época pre-internet, es un tema que ha tomado un nuevo impulso y que ha sido resignificado. 

Hoy en día, la atención se visualiza como un medio que produce valor en el sistema capitalista. El contenido y la publicidad pugnan por captarla, lo que se traduce en mayores ganancias. Películas, videojuegos, canciones, podcasts, publicaciones breves y no tan breves se nos ofrecen a cualquier hora. A la vez, la cultura del emprendedurismo nos insta a dominar nuestra atención para ser más productivos e, incluso, consolidar proyectos propios. 

El trabajo es una de las esferas más transgredidas por la inmediatez. En un mundo donde los estímulos son constantes y rápidos, se espera que lo laboral ocurra con la misma velocidad, sea para responder a las demandas del ambiente o para adelantarse a las condiciones cambiantes del mercado. Así, el trabajo se cubre de mitos como el multitasking, que ignora el derroche de energía que implica pretender hacer varias actividades a la vez.

En Cultura de la red: política en la era de la información (2004), la teórica italiana Tiziana Terranova considera la utilización de dispositivos digitales como labor no remunerada, ya que por medio de estos se recopilan datos personales que son convertidos en mercancía, es decir, se venden a marcas al ser estudios de mercado sumamente efectivos. 

Lo que se hace con estos metadatos, a qué analistas se les venden y con qué fines —comerciales, políticos, etcétera— es algo que concierne a los ciberusuarios porque se trata de procesos que establecen una nueva dimensión del poder. Algunos autores consideran esta vigilancia digital como una actualización del panóptico foucaultiano. Matteo Pasquinetti, sin embargo, afirma que las redes sociales y la internet se relacionan más con el concepto de las sociedades de control establecido por el francés Gilles Deleuze. Es decir, más que imponer medidas disciplinarias, se ejerce una manipulación inconsciente entre personas que tienen como máxima el valor del individuo, mientras que las rodean mecanismos de seguridad y control basados en el cálculo estadístico y la gubernamentalidad. 

Al principio, el flujo de información en línea fue planteado como una herramienta para la comunicación y el conocimiento, pero no se esperaba que tantas dificultades y disonancias permearan en nuestro comportamiento, afectando la percepción humana e impactando en gran medida la vida en el mundo real. 

El fácil acceso a la información y la enorme presencia de cámaras hacen que nuestra actividad esté siendo monitoreada y estudiada todo el tiempo. La hipervigilancia, el uso de datos y los bombardeos publicitarios son grandes constantes de la vida actual. Pero estamos habituados y preferimos ignorar el hecho de que en cualquier momento somos observados.

Los datos personales de los usuarios de internet recopilados mientras navegan en línea, son vendidos como mercancía para fines comerciales y políticos.
Los datos personales de los usuarios de internet recopilados mientras navegan en línea, son vendidos como mercancía para fines comerciales y políticos.

LAS FARSAS Y LA INSATISFACCIÓN 

El FOMO, acrónimo para fear of missing out (en español “miedo a perderse de algo”), es un signo de esta época. Descrito como la ansiedad producida por la sensación de que los demás están teniendo mejores experiencias que uno mismo, es un fenómeno psicológico relacionado con el uso excesivo de redes sociales. 

Cada minuto, como colectividad, generamos una enorme cantidad de información sobre acontecimientos novedosos que suceden en el mundo. Queremos ser parte de la conversación global, aportar a ella y estar al tanto de las últimas noticias. Estar actualizados a ese ritmo es una función imposible para una sola persona y se asemeja más al trabajo de las tecnologías. Aun así, ese deseo se convierte en una exigencia interiorizada, algo que creemos que viene de nosotros mismos y que, por lo tanto, nos aliena. Perderse de algo, estar consciente de que en el mundo ocurren situaciones a las que aspiramos, puede devenir en insatisfacción. 

Nunca antes en la historia habíamos estado expuestos tan constantemente a testimonios de logros. La trampa inscrita en este sentido es que una gran parte del contenido que vemos es un bien de consumo, algo realizado específicamente para ser atractivo. Está ahí intentando agradar, maquillando la realidad e incluso construyendo relatos que la alteran. 

Este mundo mediático genera fantasías que van de pequeñas mejoras personales a la obtención de un gran estatus y éxito económico. Paradójicamente, al mismo tiempo, surge un sentimiento de inadecuación e insatisfacción al entrar en contacto con estas fantasías. El problema persistirá y crecerá si el contenido consumido se entiende como algo palpable y real. Las novedades en turno, además de estar en constante pugna por ganar nuestra atención, se convierten en exigencias sociales en el momento en que ejercen presión para cumplir con las expectativas que surgen de las redes sociales.

EL CEREBRO ENTRE LOS MUNDOS VIRTUAL Y REAL 

El ciberespacio es un mundo artificial e infinito conformado por información, donde la humanidad navega en una representación gráfica de los bancos de datos de todas las computadoras. Podría definirse como una alucinación consensuada. Así es como lo imaginó —y predijo— el escritor de ciencia ficción William Gibson en su novela Neuromancer (1984). Esta idea de un mundo alterno, finalmente, se concretó en la realidad. 

Internet es un espacio simulado donde se representan instancias de la vida individual y social. Cuando la ciencia ficción concibió esta posibilidad, también previó la dificultad de navegar por dos mundos distintos. El cerebro humano es el que carga con esta tarea, debiendo adaptarse al maximalismo de las redes sociales, a las noticias falsas y a la llamada economía de las imágenes. 

Imagen: Unsplash/ Julien Tromeur
Imagen: Unsplash/ Julien Tromeur

La plasticidad cerebral, descrita desde los años treinta por el neurocirujano Wilder Penfield, se refiere a la capacidad de este órgano y las neuronas para minimizar los efectos de las lesiones que sufre y adaptarse a nuevas circunstancias. El cerebro cambia estructural y funcionalmente de acuerdo a las condiciones ambientales en las que se encuentra; se reorganiza y reprograma, y las funciones mentales se transforman. 

La repetición de patrones de pensamiento moldea nuestra percepción del mundo, genera comportamientos y refuerza hábitos para sobrellevar la vida, aunque no siempre de la manera más acertiva. Los sesgos cognitivos, por ejemplo, son juicios inexactos o predisposiciones a pensar irracionalmente. Este tipo de alteraciones del pensamiento nos permiten entender la realidad de forma menos dolorosa, aunque poco objetiva. 

Un ejemplo de sesgo cognitivo es el efecto Dunning-Kruger, es decir, la tendencia a sobreestimar las propias habilidades en una cuestión específica, cuando en realidad se es más incompetente de lo que se cree. 

Básicamente, los sesgos y los prejuicios sociales forman una visión del mundo que funciona para la persona y que la aleja de cierto dolor. Los golpes de realidad pueden derribar estas estructuras, aunque es un proceso complicado. Cuando alguien cuestiona, incluso con argumentos lógicos, los sesgos de un individuo, este puede tomarlo como una agresión porque altera una seguridad cómoda que se había establecido en lo profundo de su pensamiento. Podemos vivir, entonces, en nuestra propia simulación, y las nuevas tecnologías añaden otra capa de complejidad. 

Las redes sociales favorecen el sesgo de confirmación porque sus algoritmos están diseñados para presentarnos información y opiniones que validen lo que pensamos, mostrándonos ya sea publicaciones completamente afines a nuestras creencias o diametralmente distintas e incompatibles, sin un punto medio que permita abrir la mente a nuevas perspectivas. Esto genera un clima polarizante y de radicalización, según explica un artículo del psicólogo clínico Nahum Montagud Rubio titulado Sesgo de mi lado: qué es y cómo distorsiona nuestra percepción de las cosas (2020). Estas técnicas de manipulación, propias del marketing comercial y político, forman “cámaras de eco”, fenómeno en que los usuarios de un medio tienden a consumir contenido que sustenta y refuerza sus creencias. 

Por otra parte, el lenguaje mismo ha sufrido cambios radicales debido a la inmediatez. Hoy la comunicación está plagada de recursos propios de los medios tecnológicos, caracterizados por su simpleza, superficialidad y rapidez de difusión y consumo. Los memes tan comunes en las redes sociales ya se utilizan incluso en las aulas de clases como material didáctico, lo cual no tiene una connotación negativa en sí. Sin embargo, el reemplazo de la lectura, de narraciones complejas y del debate por estos medios altamente estimulantes, tiene consecuencias desastrosas en la capacidad de análisis y discernimiento.

El consumo compulsivo de contenido produce demasiados residuos neuronales que generan fatiga mental. Imagen: Freepik
El consumo compulsivo de contenido produce demasiados residuos neuronales que generan fatiga mental. Imagen: Freepik

LA ENSOÑACIÓN TECNOLÓGICA 

El cerebro es el órgano del cuerpo que requiere más energía, por lo que la cantidad de alimento que consumen las neuronas —oxígeno y la glucosa— y la de desechos que producen, es alta. Lo que ocurre con la exposición excesiva a contenidos es que el sistema que limpia esos residuos es insuficiente porque la mente no descansa el tiempo necesario para reponerse de una actividad tan repetitiva. 

El cerebro humano evolucionó para abarcar una amplia variedad de actividades cognitivas. En el pasado esto era esencial para generar todo tipo de estrategias, por ejemplo, para encontrar alimentos recolectables, para cazar o para visualizar peligros en el camino. El problema con el llamado doomscrolling o cualquier tipo de consumo compulsivo de contenido es que al ver, por ejemplo, videos en TikTok por horas, se utilizan pocas habilidades cognitivas y se acumulan residuos neuronales. 

La sensación de fatiga mental tras pasar mucho tiempo en redes sociales tiene esta raíz fisiológica y genera, además, falta de concentración, limitaciones en la creatividad y dificultades en el pensamiento crítico, según el libro Superficiales: qué le hace la internet al cerebro (2010) del escritor Nicholas Carr. 

Para este autor, el consumo de contenido sólo estimula la memoria de corto plazo, dejando en detrimento la memoria de largo plazo. Asimismo, impide la creación de conexiones neuronales fuertes y, más preocupante aún, afecta nuestra empatía y nos deja expuestos a riesgos morales en la toma de decisiones. 

La ensoñación maladaptativa se refiere, según el investigador israelí Eli Sommer, a una compulsión por abstraerse en fantasías, afectando la funcionalidad interpersonal, entre otras esferas de la vida. Últimamente, esta afección se ha relacionado con la exposición excesiva al internet. A fin de cuentas, el campo de la fantasía está condicionado por una falta de concentración o enfoque en la realidad. Este tipo de distracción, a su vez, está ligado al déficit de atención, de acuerdo a un estudio publicado por la Asociación Americana de Psicología en 2024. 

Es por lo menos interesante la comparación entre la naturaleza del contenido breve de Internet y la falta de enfoque, la ensoñación y la fantasía. Los videos cortos de TikTok o Instagram pasan de un tema a otro sin contexto ni mediación. Muchos de ellos son interrumpidos por el mismo usuario y la mayoría caen en el olvido de forma inmediata, justo como ocurre con los sueños en el terreno de lo alucinatorio. El consumo desmedido de estos contenidos está relacionado con el alejamiento de la realidad. 

LA DIVAGACIÓN COMO RESISTENCIA 

La red neuronal por defecto es un sistema que se acciona cuando no tenemos que concentrarnos en algo específico, por ejemplo, cuando realizamos algún trayecto a pie o sobre un vehículo. En esta especie de “piloto automático” entramos en una especie de limbo mental donde transitamos entre la ensoñación, los planes a futuro, los recuerdos, nuestros objetivos y el sentido que le damos a la vida. Todo lo anterior es importante para ser conscientes de nosotros mismos. 

Las actividades que permiten 'divagar' activan la red neuronal por defecto, lo que permite al cerebro moldear el pensamiento, darle sentido a nuestras vivencias y conectar con los demás. Imagen: Unsplash/ Isaac Jenks
Las actividades que permiten "divagar" activan la red neuronal por defecto, lo que permite al cerebro moldear el pensamiento, darle sentido a nuestras vivencias y conectar con los demás. Imagen: Unsplash/ Isaac Jenks

En la investigación La red neuronal por defecto: cuando el yo idiosincrático se encuentra con el mundo social compartido (Nature reviews neuroscience, 2021), se realizó un estudio sobre la influencia de las redes sociales en el yo, llegando a la conclusión de que tener momentos de divagación es importante. Estos espacios sin un entretenimiento, sin redes sociales, nos ayudan a fortalecer la autopercepción. 

En el tiempo “muerto” o de ocio en el que divagamos, en realidad negociamos con nuestro código neuronal y moldeamos el pensamiento, establecemos significados, le damos sentido a las vivencias del día y fortalecemos las relaciones con los demás. Ese tiempo valioso que pasamos con nosotros mismos muchas veces se sustituye por el entretenimiento superfluo de las redes sociales. 

De este modo perdemos una parte de la experiencia humana que ha sido advertida desde la antigüedad, llamada vida contemplativa, la cual fue descrita por Filón de Alejandría a partir de las observancias religiosas de los ascetas y cuya importancia ha sido reconocida en la modernidad y la contemporaneidad por pensadores como Hanna Arendt o Friedrich Nietzsche. Esta vida contemplativa coincide con algo tan aparentemente superfluo como nuestras divagaciones, ya que brindan sentido, equilibrio y riqueza interior. 

A la inmediatez sólo se le puede hacer frente tomando decisiones conscientes, siendo críticos con el momento actual y no dejándose llevar por la corriente vertiginosa que la sociedad y la economía impulsan con tanto ahínco; tomando descansos para nuestro cerebro y cambiando la forma en que llevamos la cotidianidad. Alternas a la deshumanizante carrera del progreso, existen opciones para salir de ese desenfreno, y ninguna tiene que ver con la meritocracia. Mantener una vida saludable no tiene únicamente que ver con darnos cuenta de las trampas actuales de la inmediatez, sino de tomar decisiones para no negar la realidad, sino equilibrarla.

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Escrito en: Abraham Esparza inmediatez iconósfera inteligencia artificial doomscrolling redes sociales adicción tecnológica ciberespacio relaciones afectivas hipervigilancia economía de la atención

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