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El tercer lugar, un hogar lejos de casa

Espacios que fortalecen la identidad de un territorio

Imagen Unsplash Joseph Barrientos.

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ARGELIA DÁVILA

Érase una vez un espacio vacío, la nada. Luego una llanura, un desierto, un bosque, un río, una montaña, un valle habitado por nada más que especies diversas que funcionaban concatenadamente y con total precisión. Este espacio intangible, lleno de aire, luz y tiempo, fue poblado por la humanidad de manera que fueron trazándose líneas y puntos que definieron fronteras, ideologías, colores, creencias: se convirtió en lugar. 

Un lugar puede ser una ubicación geográfica, un territorio, un pedazo de este. Sin embargo, este concepto puede ser definido más allá de lo concreto o sus límites materiales, tal como el arte o el amor. Lugar y espacio son palabras que utilizamos con normalidad, pero cuentan con una amplia cobertura semántica, es decir, poseen diversos significados e interpretaciones dependiendo del punto de vista o la disciplina que busquen definirlos. Por ejemplo, los geógrafos definen el lugar como el área, territorio o subconjunto del espacio geográfico, en donde las sociedades construyen su hábitat y materializan su cultura. Así pues, cierto lugar contenido en un espacio y tiempo, cuenta con características que permiten diferenciarlo de otros: su propia identidad.

Pero la identidad no es solamente esas características físicas sino que, según los expertos, se construye a través del apego a dichas particularidades y que provoca sentimientos de amor y de apropiación. Según Eyres, los lugares son centros profundos de la existencia, de gran valor sentimental y fundamentales para satisfacer las necesidades del ser humano. Asimismo, Córdova Aguilar agrega que el lugar es, por todo lo anterior, producto de tiempos sucesivos que se engloban en la historia, la tradición y la cultura. Es decir, se encuentra relacionado directamente con las memorias, recuerdos, vivencias, realidades que coexisten, dando forma al apego y a la apropiación de un territorio en un momento específico, o como dice el etnólogo Augé: espacios fuertemente simbolizados.

Entonces esa llanura, montaña, desierto o valle se convirtió en una comunidad o población que se organizó, instaló y construyó viviendas, iglesias, bibliotecas, tiendas de la esquina, cafeterías, cines, restaurantes y se desarrolló en cierto espacio-tiempo. Estas categorías, según Camarero, son útiles para explicar toda realidad y, además, se observan en una duración permanente, sin comienzo ni fin. El tiempo se encuentra presente en la cotidianidad, como una idea que conlleva sensaciones y asimientos impuestos por las costumbres de las personas. El espacio, por otro lado, es una dimensión, una extensión, una materialidad, una configuración, una estructura… todo sucede, es u ocupa el espacio, incluso el vacío —el espacio negativo en el arte o la ausencia que se experimenta cuando algo o alguien falta—. Todo ocupa espacio dentro del espacio.

Más tarde, los lugares se fragmentaron de tal manera que el mundo, percibido como una totalidad, se convirtió en un conjunto de cosas que se agrupan de variadas maneras, por ejemplo, por su tipo o función; este fragmento que conforma el territorio, se divide a su vez en otros más pequeños: donde vivo, donde trabajo, por donde camino, donde descanso o donde me divierto. Es una experiencia individual, pero que se trasvasa hacia lo colectivo y viceversa, como una cinta de Moebius.

Una característica muy importante de los terceros espacios es su libre acceso a cualquier persona independientemente de su origen. Imagen Unsplash Dmitry Spravko
Una característica muy importante de los terceros espacios es su libre acceso a cualquier persona independientemente de su origen. Imagen Unsplash Dmitry Spravko

MÁS ALLÁ DE LA CASA Y EL TRABAJO

En el devenir de la historia de la humanidad, las personas hemos afectado nuestro entorno, agrupándonos gracias a una especie de lotería cósmica que nos ubica en una geografía y época determinadas, haciéndonos coincidir con otros individuos y grupos sociales. El día de hoy, nuestro sistema económico y estructura social nos hacen frecuentar dos lugares de forma sistemática: la casa y el trabajo.

La idea de un espacio público y social ajeno a estos dos se conoce desde hace muchos años, sin embargo, en 1989 Ray Oldenburg, sociólogo estadounidense, lo definió como “tercer lugar”, pensando que el primero corresponde al sitio en donde se mora y el segundo a aquel donde se trabaja, ya que permanecemos en ellos por periodos prolongados durante nuestras vidas.

Pero el concepto de tercer lugar no solamente se aplica a los sitios donde no vivimos o no trabajamos. Sus características, según Oldenburg, están definidas por ser neutrales; es decir, no es obligatorio estar ahí. Nuestro paso por ellos es en total libertad, sin restricciones políticas, sociales, económicas, raciales, de género, etcétera. Además, la principal actividad es la conversación entre conocidos y extraños. Estos espacios (como una peluquería, por ejemplo), favorecen la comunicación entre las personas, son accesibles y tienen visitantes frecuentes que hacen labor de recomendar estos sitios por voluntad propia, ¿le suena?

El café de Viena, en Austria, es un modelo de tercer lugar. Salvo ciertos oscuros momentos históricos, las cafeterías vienesas no han perdido su vitalidad y popularidad. Dicha descripción se extrae de una guía de 1931 denominada The Vienna that’s not in the Baedeker (“La Viena que no figura en la guía Baedeker”, de T.W. MacCallum), que la define como el lugar de todos, un espacio de citas para los enamorados, un club para quienes tienen gustos o intereses comunes, una oficina para hombres de negocios ocasionales, un ámbito de paz para el soñador y un refugio para las almas solitarias.

En la actualidad, de acuerdo con Esparza Velasco en el reportaje de la edición pasada de Siglo nuevo, el ritmo acelerado es una característica de esta era tecnológica. “La vida: el amor, el erotismo, el trabajo y la amistad se encuentran bajo el signo ineludible de la inmediatez”. Bien lo dice Byung-Chul Han en su libro El aroma del tiempo, un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse (2015), cuando afirma que, en la lentitud, en esa expansión de conciencia que implica observar, sentir, oler, escuchar, degustar, tocar, es donde se encuentra el efecto organizador del tiempo. Además, la relevancia vital del contacto físico es imposible de sustituir; nada contribuye tanto a la construcción de comunidad como la pertenencia o la apropiación, estas características que forman parte de la identidad de un lugar y que nutren su cultura.

Más allá de la avalancha publicitaria de estas fechas, el tercer lugar promueve estos vínculos entre las personas y fortalece la identidad de las ciudades. Es donde el tiempo es pausado y el espacio es percibido de otra manera, donde la convivencia entre individuos remite al apego a un lugar, a la conservación de costumbres y tradiciones, a la discusión y generación de las ideas, a la serenidad o al dolce far niente, como dicen los italianos. Porque sea cual sea la necesidad que nos lleva a un tercer lugar, siempre es y será un alivio para nuestras almas contar con un hogar lejos de casa que fomente la amistad, el amor y que mitigue el dolor y las ausencias.

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