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Juriel en sus laberintos

"Yo soy el otoño" se revela como una trepidante reflexión en torno a la pérdida de los ideales en un mundo cada vez más práctico.

Juriel en sus laberintos

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VICENTE ALFONSO

“No todos tienen la suerte de morir por una bala”, leemos en Yo soy el otoño, la más reciente publicación de Jorge Alberto Gudiño, autor de novelas como Con amor, tu hija (Premio Lipp 2011), Los trenes nunca van hacia el este (2010) e Instrucciones para mudar un pueblo (2015). Es también autor de la saga de novelas policiales protagonizadas por el comandante Zuzunaga, conformada por Tus dos muertos, Siete son tus razones y La velocidad de tu sombra

Con 190 páginas y cuarenta capítulos, Yo soy el otoño cuenta la historia de tres jóvenes narcomenudistas que enfrentan la muerte de sus compañeros de pandilla, ejecutados por una banda rival. Juriel, Santos y Macarena son los únicos sobrevivientes a la masacre. Un elemento común es que los tres sufren algún grado de orfandad: a Juriel su madre lo abandonó de pequeño y fue criado por su padre, quien hizo todo lo posible por inculcarle el sentido del deber, y que acaba de morir en extrañas circunstancias. Santos nació en la cárcel donde su madre purgaba una condena, y a los seis años fue enviado a vivir con parientes de su padre, a quien nunca conoció. Macarena, por su parte, es una muchacha seductora y enigmática que ha crecido marcada por la ausencia paterna y que ha terminado como pareja de Tito, líder de la banda que también ha sido ejecutado. Otros personajes destacados son Galindo, elusivo sujeto que se dedica a vender protección, y don Héctor, apodado “El Señor”, quien representa la máxima autoridad en ese universo marginal. 

Uno de los aspectos más atractivos de la novela es el entorno, un sitio referido como “la barranca” y que podría ser cualquiera entre los miles de asentamientos irregulares que existen en la periferia de las grandes ciudades del continente. Descrita con inteligencia y producto de una certera capacidad de observación, la barranca es un sitio marginal, sin planeación, con caminos mal trazados, casuchas de madera y techos de cartón. Un retorcido laberinto al que apenas se puede acceder por dos o tres puntos, y en donde cualquier forastero es visto con sospecha. Ajena a los servicios de drenaje, agua potable y energía eléctrica, la barranca es una metáfora palpable de aquellas zonas a las que el Estado no llega, ya sea por lejanía o por incapacidad, pues a ninguna autoridad se le ocurriría meterse en este sitio habitado por criminales. A pesar de ello, el asentamiento es conocido como la colonia de los santos, pues sus calles tienen nombres de figuras canonizadas por la Iglesia. Y es que, como la voz narrativa explica varias veces a lo largo de la novela, es un sitio habitado en su mayoría por gente buena. 

Gudiño nos permite acceder a la barranca el día en que la pandilla es masacrada. En una novela nórdica, esta situación detonaría intensas investigaciones. En este libro, sin embargo, no hay un solo policía y, dado que el Estado brilla por su ausencia, el concepto “justicia” es sustituido por el de “venganza”. Llegamos así al dilema central que enfrentan los personajes, quienes a partir de la muerte de sus compañeros deben redefinir sus identidades. Las opciones son dos: cobrar venganza y continuar la cadena de violencia o dejar la barranca para siempre. Ninguno de los caminos convence a Juriel, quien se debate entre honrar las enseñanzas de su padre o terminar de despeñarse en el camino de la delincuencia. Lo peor es que no se trata de la única disyuntiva, pues también debe decidir si da rienda suelta a su atracción por Macarena, pues hacerlo implicaría traicionar la memoria del líder muerto. Juriel ha roto las promesas hechas a su padre y peor aún, se ha traicionado a sí mismo. De cara al barranco hace un esfuerzo por conservar los últimos restos de la ética con que creció. Así, al laberinto físico que representa el moverse en una barranca donde es perseguido por los asesinos de sus amigos, se añade un laberinto sicológico. De esta manera Yo soy el otoño se revela como una trepidante reflexión en torno a la pérdida de los ideales en un mundo cada vez más práctico, en donde la violencia forma parte de la ecuación.


               
               

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Escrito en: Vicente Alfonso Jorge Alberto Gudiño Yo soy el otoño

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