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Vista aérea de la Catedral de la Transfiguración en Odesa tras un bombardeo ruso. Foto: Reuters
En la segunda semana de marzo de 2022, el escenógrafo del Teatro Académico Regional de Drama de Donetsk, en la ciudad de Mariúpol, Ucrania, escribió en el suelo la palabra “niños” en alfabeto cirílico, con color blanco, frente a las entradas frontal y trasera del recinto, y con letra lo suficientemente grande como para ser vista desde un satélite. El objetivo era que los pilotos de los bombarderos rusos alcanzaran a leer el anuncio y supieran que se trataba de un refugio para civiles, por lo que no debía ser blanco de ataque. Sin embargo, el 16 de marzo fue reducido a escombros; alrededor de 600 civiles, de acuerdo a una investigación de AP, perdieron la vida.
Ante el asedio ruso a Mariúpol, iniciado a principios de ese mes, las autoridades habían determinado que el teatro sería el principal refugio antibombas de la ciudad. Su gran tamaño —capaz de recibir a centenares de espectadores—, sus gruesas paredes de piedra y su amplio sótano lo convertían en el lugar más seguro para resguardarse. En las primeras 24 horas de su apertura arribaron 600 personas. A lo largo de los días siguientes llegaron más, hasta alcanzar los mil 500 refugiados que, la mañana del 16 de marzo, escucharon por encima de sus cabezas el característico zumbido de los bombarderos justo antes de que el estruendo de la bomba pareciera tragarse entero al mundo. Primero vino el silencio tras el estallido y la ceguera provocada por el polvo que habían levantado los muros del edificio al derrumbarse; pero, momentos después, ese vacío fue sustituido por el sonido de los gritos y la visión de los cadáveres dispersos entre los escombros. El hecho dio pie a la apertura de una investigación contra Rusia por crímenes de guerra.
El ataque al Teatro de Drama de Donetsk es uno de los más representativos de la invasión rusa en Ucrania, no sólo por haber sido uno de los más mortíferos, sino por el simbolismo que carga la destrucción de un inmueble emblemático para la región. Para los sobrevivientes, verlo arder en el centro de Mariúpol bien pudo haber sido como presenciar la muerte del corazón mismo de la ciudad.
ESPACIO SIMBÓLICO
Este recinto fue erigido a finales de los cincuenta sobre el sitio en que se encontraba la iglesia de María Magdalena, que había sido destruida en 1933 por la Unión Soviética como parte de su campaña antirreligiosa para establecer un Estado completamente ateo. En ese mismo lugar, se había sofocado un intento de insurrección ucraniano para liberarse del yugo de la URSS. El estilo del teatro correspondía al neoclasicismo socialista, caracterizado por construcciones monumentales que integraban elementos arquitectónicos de la Antigua Grecia, como el uso de líneas rectas, columnas clásicas y un diseño limpio, poco cargado de ornamentos. Así, este edificio poseía una fachada cuyo acceso estaba enmarcado por cuatro columnas rectangulares que, a su vez, sostenían un conjunto de esculturas enmarcadas por un frontón.
Si bien el inmueble nació como un intento de imponer los valores soviéticos en este territorio, la sociedad ucraniana supo integrarlo a su identidad posteriormente. De hecho, en 2015 se eliminó la palabra “ruso” de su nombre —se llamaba Teatro Dramático Ruso—, celebrando no sólo la independencia geopolítica del país, sino también su cultura.
“Antes de la guerra, el teatro era un centro de vida cívica y cultural, pero ahora, escondidas tras andamios cínicamente adornados con retratos de los escritores rusos Nikolái Gógol y Alexander Pushkin, las excavadoras rusas están eliminando lo que queda del teatro, borrando la evidencia de sus brutales crímenes”, señaló la arquitecta Mariia Pashenko tras el atentado.
El valor del edificio recaía en el hecho de haber trascendido a las imposiciones de la Unión Soviética para ser resignificado como un punto de encuentro clave de la sociedad ucraniana. En sus últimos días, además, brindó un techo, comida y agua a cientos de civiles, quienes, según algunas declaraciones recogidas por la agencia periodística AP, sintieron una especie de alivio insólito al ingresar al refugio y recibir una taza de té caliente.
Destruir un espacio tan simbólico no se limita a la caída de muros y techos, ni siquiera a la pérdida de su belleza estética, sino que se traduce en dejar la moral de una población entera por los suelos y borrar el vínculo de esa comunidad con su historia, eliminar el registro histórico para que el resto del mundo no pueda conocerlo, como si nunca hubiera pasado. A eso aspira todo aquel que convierte en su blanco de ataque a un lugar significativo para una cultura determinada, desde la Alemania nazi que derrumbó sinagogas en territorio europeo hasta el Estado Islámico que ha bombardeado sitios arqueológicos “paganos” en Siria. En esta categoría cabe, por supuesto, el ejército ruso en Ucrania.
PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD
Hasta el 22 de enero de 2025, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) había contabilizado daños en 476 sitios culturales ucranianos debido a la invasión rusa. El saldo se desglosa en 149 lugares religiosos, 241 edificios de interés histórico, 32 museos, 33 monumentos, 18 bibliotecas, un archivo y dos zonas arqueológicas.
Ucrania cuenta con ocho sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la mitad de los cuales han sido afectados durante el conflicto bélico con Rusia. Esta distinción se otorga a aquellos espacios que poseen un valor universal excepcional. En el caso de los patrimonios culturales —porque también los hay naturales—, se refiere a aquellos que, de acuerdo a la institución, representan una obra maestra de la creatividad humana, son testimonio de la cultura de una civilización (tanto desaparecida como todavía presente), exhiben un importante intercambio de valores humanos en su desarrollo, o están asociados directamente con tradiciones, ideas, creencias o corrientes artísticas de importancia histórica.
Que un lugar sea Patrimonio Cultural de la Humanidad no sólo significa que es valioso para el mundo, sino que implica una serie de marcos legales para su conservación y protección, a fin de que su legado alcance a las generaciones venideras. Esto incluye a la Convención para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado, que en su Artículo 9 señala que se debe “garantizar la inmunidad de los bienes culturales bajo protección especial, absteniéndose, desde el momento de la inscripción en el Registro Internacional, de cualquier acto de hostilidad respecto a ellos [...] y de toda utilización de dichos bienes o de sus proximidades inmediatas con fines militares”. Cualquier ataque a estos sitios se considera una violación al derecho internacional y, por lo tanto, el país responsable puede ser sujeto de sanciones e, incluso, de procesos por crímenes de guerra.
Si bien la Unesco trabajó desde los inicios de la guerra para marcar todo el patrimonio cultural ucraniano con su emblema azul —indicador de que está protegido por la Convención de La Haya—, este ha sido constantemente dañado por la ofensiva rusa, ante lo cual la organización abrió un fondo internacional para apoyar la restauración de los inmuebles cuando el conflicto llegue a su fin.
Pero la recuperación no será fácil. Según el documento Action Plan Culture for Ukraine Recovery 2024 de la Unesco, la restauración del patrimonio cultural del país ascenderá a más de 6 mil millones de dólares, sin mencionar los más de 369 millones de dólares que costará únicamente el registro y la evaluación de daños. La reconstrucción se extenderá a lo largo de una década. Mientras tanto, se da seguimiento en tiempo real, a través de satélites, a los lugares vulnerados por el ejército ruso.
LAS VÍCTIMAS ARQUITECTÓNICAS
Es imposible abarcar en las páginas de esta revista todos los espacios que han sufrido distintos grados de destrucción en Ucrania. Sin embargo, los cuatro que son considerados Patrimonio Cultural de la Humanidad son los siguientes:
Centro histórico de Odesa. Conocido como la Perla del Mar Negro, este asentamiento portuario posee un centro que, si se tuviera que describir con una sola palabra, sería “ecléctico”, pues, de acuerdo con la propia Unesco, “es testimonio de la gran diversidad étnica y religiosa de la ciudad, y constituye un ejemplo destacado del intercambio cultural y el crecimiento de las urbes multiétnicas de Europa del Este del siglo XIX”.
El casco histórico fue planeado con base en los cánones clásicos: cuadras conformadas por edificios de dos a cuatro plantas, delimitadas por calles anchas y flanqueadas por árboles. Sus construcciones son un reflejo del rápido crecimiento económico que caracterizó a los siglos XIX y XX. Teatros, palacios, templos, monumentos, puentes, escuelas, hoteles, etcétera, son el legado de una ciudad que, gracias a su diversidad, se abrió paso en los convulsos siglos de la Revolución Industrial. Sin embargo, parte de ese patrimonio se ha perdido en el último año.
Una de las pérdidas más relevantes ha sido la de la Catedral de la Transfiguración, que fue semidestruida cuando, el 23 de julio de 2023, Rusia lanzó 19 misiles a la ciudad. Uno de ellos cayó en el altar central de la catedral. El Museo Marítimo, el Arqueológico y el de Literatura también sufrieron daños, así como algunos edificios residenciales y la mansión del Conde Tolstoy, construida en 1830 y diseñada por los arquitectos Francesco Boffo y Giorgio Torricelli. Cuando sucedió el atentado, esta antigua morada albergaba la Casa de los Científicos.
Centro histórico de Lviv (también conocida como Leópolis). Su importancia recae en que mantiene su topografía original y conserva vestigios de las variadas culturas que la han habitado en distintas épocas. Ejemplo de ello son los recintos religiosos que resguarda, que van desde iglesias católicas y ortodoxas hasta sinagogas y mezquitas. Su paisaje se conforma por construcciones de estilo gótico, renacentista, barroco, neoclásico, modernista y brutalista.
La noche del 3 de septiembre de 2023, un ataque con misiles rusos destruyó 19 edificios de este casco histórico, incluyendo un conjunto de villas de principios del siglo XX, el gimnasio femenino “Escuela Nativa”, así como la casa del escritor y periodista Ludovik Hirsch. En julio, un complejo residencial también había sido atacado, cobrando la vida de 10 personas. El inmueble era un raro ejemplo de los inicios del funcionalismo arquitectónico, pues combinaba elementos déco. Diseñado por Mikhal Ryba y construido en 1930, buscaba brindar una vivienda asequible en el periodo de entreguerras.
El centro de Lviv se trata de un punto en el mapa que, tras haber estado bajo dominio ruteno, polaco, austríaco, alemán y soviético, finalmente pudo, en 1991, convertirse en el corazón de la cultura ucraniana cuando el país alcanzó su independencia.
El arco geodésico de Struve. Se trata de un conjunto de triangulaciones señaladas con estructuras de hierro, roca, túmulos y obeliscos, que siguen una ruta de dos mil 820 kilómetros desde Hammfest, Noruega, hasta el Mar Negro. Fue diseñado por el astrónomo Friedrich Georg Wilhelm Struve y permitió definir y medir la forma exacta de la Tierra, por lo que representó un gran avance en la realización de mapas topográficos. Su construcción, que se extendió de 1816 a 1855, fue financiada por varios monarcas europeos e incluyó la participación de científicos de distintos países. Hoy atraviesa un total de 10 naciones, entre las que se encuentra Ucrania. Sin embargo, las estructuras en este territorio han sufrido afectaciones.
Las iglesias de madera de los Cárpatos. Si bien la Unesco reconoce sólo 16 de estos centros religiosos en su lista de patrimonios de la humanidad, en Ucrania existen más de dos mil de ellos, varios de los cuales ya han ardido en llamas a causa de la invasión rusa, principalmente en Kiev, Mariúpol y Chernígov. También conocidas como tserkvas, para muchos especialistas se trata del estilo arquitectónico sacro más característico de la identidad ucraniana. Cabe destacar que son construcciones vernáculas de gran valor artesanal; una gran parte de ellas no poseen clavos, sino que se sostienen gracias al intrincado ensamblaje de las piezas que las conforman. Asimismo, presentan detalles tallados en madera e iconografía ortodoxa de colores vivos en sus interiores.
Considerando que los sitios religiosos han sido los más asediados por la guerra, existen proyectos tanto locales como internacionales para proteger el legado sacro de la región. Uno de ellos es el de la Universidad Nacional Politécnica de Lviv, donde el Departamento de Arquitectura y Conservación se encarga de obtener escaneos en 3D de las tserkvas para guardar registro de su diseño en caso de que sean dañadas o destruidas. El equipo encargado de esta misión ha tenido que asistir a zonas riesgosas con el fin de completar dichos escaneos y generar una reproducción digital fidedigna de aquellos templos erigidos, siglos atrás, por las manos de cientos de personas.
Cada iglesia derruida, cada museo bombardeado y cada monumento reducido a escombros simboliza un ataque directo a la historia y la herencia cultural de Ucrania. Sin embargo, en medio de la devastación, la resistencia de la sociedad ucraniana y el esfuerzo de historiadores, restauradores y ciudadanos por preservar su legado demuestran que la cultura es más fuerte que la guerra.
La comunidad internacional tiene la responsabilidad de documentar, denunciar y contribuir a la protección del patrimonio en peligro, asegurando que estas pérdidas no caigan en el olvido y que la reconstrucción sea posible. La memoria de un pueblo es su mayor fortaleza y, en Ucrania, sigue viva a pesar de la destrucción.