Las amigas
¿Qué sería de las mujeres sin el aliento y el apoyo de otras mujeres en situaciones de crisis, que son tantas? ¿Qué sería de nosotras sin nuestras amigas?, se pregunta la feminista Marcela Lagarde y de los Ríos en una reflexión sobre la sororidad. Y aunque parezca increíble, hubo un tiempo en que la amistad sólo era considerada cosa de hombres.
Actualmente, eso parece un disparate. Incluso hay investigaciones que muestran que las mujeres sostenemos relaciones más profundas e íntimas con nuestras amigas que las que sostienen los hombres con sus amigos.
No es novedad, por ejemplo, que ante una emergencia, un divorcio, un duelo, son nuestras amigas las que nos sostienen. Ni qué decir en casos de violencia. Son mujeres las que salvan mujeres.
Pero por siglos se creyó que la amistad era un asunto de hombres y que las mujeres no teníamos la capacidad para ello.
En el estupendo libro Entre mujeres. Una historia de la amistad femenina (Paidós, 2018), Marilyn Yalom y Theresa Donovan Brown analizan el concepto de amistad en distintas épocas y la aceptación y formación social al respecto en mujeres y hombres.
Ellas encuentran que la mayoría de los documentos sobre la amistad, desde la Antigüedad y hasta 1600 en la historia occidental, sólo se refiere a los hombres. Se alaba la amistad como un asunto masculino por razones de solidaridad cívica y militar.
A las mujeres, dicen las autoras, se les consideraba constitutivamente no aptas para la amistad. Aún en el siglo XIX, el diario británico Saturday Review plantea la pregunta de si las mujeres eran capaces de ser amigas.
Eso no significa que las mujeres del pasado no tuvieran amigas, pero las relaciones que establecían con otras mujeres eran vistas como relaciones filiales —a menudo lo eran— o como algo que no llegaba a la categoría de amistad —reservada para los hombres—.
Con excepción de las monjas de la Edad Media, que dejaron en cartas registros claros de su amistad con otras mujeres, no es sino hasta los siglos XV y XVI que hay evidencia de la amistad entre mujeres fuera de los conventos. Y apenas, desde el siglo XVIII, socialmente se contempla la amistad como una parte amplia y respetada de nuestras vidas.
Los “administradores de la historia”—como bien le llaman las autoras— durante dos mil años ignoraron, despreciaron o abiertamente denigraron la amistad entre las mujeres. Hasta que accedimos a la educación formal y a otros derechos, y fuimos desmintiendo esa historia.
Yalom y Donovan terminan su texto con cuatro elementos en común que encontraron en la amistad entre mujeres a lo largo de la historia:
Afecto. Definido como un bondadoso sentimiento de apego.
Apertura. Nos podemos hablar y esperamos comprensión y apoyo.
Contacto físico. Nos tocamos, nos abrazamos, nos rascamos la espalda.
Interdependencia. Nos relacionamos para ayudar a otras y para sobrevivir.
Marcela Lagarde pregunta en su reflexión sobre la sororidad: “¿Qué habría sido de las mujeres en el patriarcado sin el entramado de mujeres alrededor, a un lado, atrás de una, adelante, guiando el camino, aguantando juntas?”.
Y sabiamente responde: “No habríamos sobrevivido a los avatares de la vida sin otras mujeres conocidas y desconocidas, próximas o distantes en el tiempo y en la tierra”.