
Fabricio Gutiérrez recibe el Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal. Foto: UANL
Para transitar la infancia es necesario atravesar un río y dejar que el agua se lleve la madurez y la experiencia; para volver a casa, será necesario quitarnos la nieve de los hombros y sacudirnos el frío del mundo. Hay moradas que son la continuación de una pesadilla y la familia que ahí habita es, en ocasiones, un laberinto en el que nos sabemos desorientados, ajenos.
Estrellas mentales, de Fabricio Gutiérrez, es un poemario donde se explora la ensoñación dolorosa de quien reside en un hogar labrado por el silencio. La obra es la herida abierta de la niñez y un camino que no se sabe si va a la madurez o si acaso se dirige a un escondite de la realidad y el tiempo. Dispuesto en el espacio onírico, es un territorio confuso donde las cosas ocultan algo de nosotros mismos. Los poemas se sienten como un sueño que se alarga y que raspa la lucidez.
Este libro fue ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal en 2023 y publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) en 2024.
Fabricio Gutiérrez radica en Ciudad de México y estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es, además, autor de Las cartas de amor que no alcanzaron a escribir mis muertos, Mapa con niebla y Rastrillar la zona.
INTERCAMBIO DE REALIDADES
El libro abre con una herida, concepto fundamental en la obra, pues no sólo se trata de una apertura en la piel, sino también de una apertura para el universo del discurso y la tragedia. El autor dispone de sus personajes en la contingencia del cuchillo, el fuego y la pólvora. Crea heridas físicas —cortadas, desprendimientos y mutilaciones— para acceder a una interioridad inhóspita en el cuerpo, para acudir al trauma de una manera que se siente viva y aguda.
“…solo al meter la mano herida en el agua del río / la mano vuelve a ser visible, / pero meter la mano herida en el agua del río / hace que la herida sea igual de profunda que el río”.
Gutiérrez comprende que cada entidad en el escenario posee una realidad distinta y una forma única de ensamblarse con el mundo. Sin embargo, su propuesta poética consiste en intercambiar esas realidades y cualidades de los objetos para ver cómo existe una correspondencia de significados entre ellos y un cruce de estados de conciencia en los que la coherencia tambalea para caer en un estanque onírico.
“Yo no sé dónde estoy. / Lo más parecido a mí es aquella maceta / cuyo costado roto asoma una pequeña raíz”.
El contacto que hay entre un ser y otro supone un traspaso de identidad y sentido, lo que promueve un tejido de contradicciones y una composición errática de opuestos. En los cuerpos existe un tipo de transparencia que desdibuja las fronteras. Lo que se percibe no es más que el peso de un delirio resguardado en las manos, en el pecho y los ojos.
EL LOCO
A partir de aquí, toca hablar del loco, un personaje demasiado importante porque es quien mantiene la relación más cercana con ese yo poético que se traza en el libro. Es él quien se interna en el bosque, quien se comunica a través del silencio y el espacio en blanco; es casa y alimento. Se trata también de la idea de que algo o alguien se aleja; la vía del extravío. Es una presencia de compañía y una suerte de amigo imaginario. La complicidad que existe entre ambas entidades es compleja e interesante. Es difícil, entonces, separar al loco de la voz poética.
Las ideas son una especie de sustancia que se desplaza y penetra en la naturaleza por medio del loco, quien funciona como un puente entre lo que ocurre en el subconsciente y lo que sale a intervenir en el mundo. Más que un ser irracional, es un ente que guía a lo incógnito, pues el estar perdido es un motivo importante en los poemas de Estrellas mentales. Los personajes se saben dispersos, desubicados, ya sea en la inmensidad verde del bosque o entre las paredes de una habitación que los oprime. En la mayoría de los casos, es el loco quien propone el sendero para llegar a ningún lado.
LA CASA
Para hablar de la casa, primero hay que hablar del camino. Esto es una especie de concepto que utiliza el autor para recargarse siempre en las rutas alternas del lenguaje, en el lugar de transición entre un estado mental y otro, entre el recuerdo y el presente.
El camino es el espacio donde los personajes se inscriben en la transformación y se van desprendiendo de la melancolía hasta que la convierten en otra hierba, en polvo o en un conejo herido. Es un trazo que rodea a la casa y que llega a ella siempre de maneras deslumbrantes. Los miembros que la habitan comienzan a aparecer a lo largo de este sendero, manifestándose en diferentes corporalidades como la nieve que se derrite o como algo que se desvanece.
Después, entra la desnudez como un recurso para hablar del cuerpo, no precisamente desde una visión de intimidad, sino desde el movimiento; es decir, quien está desnudo, está desprendido de algo que por ahora no puede alcanzarlo. Es una forma de estar lejos del hogar y las heridas, de aproximarse a la libertad.
“Una vez mis padres me encontraron desnudo. / Pero a diferencia de ellos, yo no hice nada para ocultar mi desnudez. / Yo tenía diecinueve años y mi desnudez era hermosa, / como una piedra que cae y en su caída dibuja una pequeña casa / en la que siempre hay alguien esperando”.
EL RÍO
La voz poética recibe a la naturaleza de formas muy peculiares. Si bien existe una sinergia especial con el entorno, también hay un acercamiento hacia el dolor que transpiran las flores y el rechazo del rocío.
La aparición constante de insectos, sobre todo grillos, se da en los poemas que tienen un perfil más contemplativo. Aparecen como las partículas más contundentes de una imagen instalada en el campo y que nos encamina hacia un evento ensordecedor. Quizás estas distintas manifestaciones de vida sean la manera que tiene lo efímero para materializarse en el texto.
Por otro lado, se podría decir que la nieve tiene varios propósitos en el libro: principalmente se posa sobre los hombros de los personajes, siendo una pesadez pálida que atrofia el tránsito hacia la casa, hacia la lucidez. Pero también es una sustancia que se extrae del sueño, que se siente como un recuerdo y como el tacto helado de la familia.
Otro de los elementos en el paisaje es el río, que es, al mismo tiempo, otra dimensión: un territorio en movimiento donde radican las ideas del loco, de los niños y de esa identidad alternativa y verdadera contenida en la voz poética. La llegada de los personajes a él es un reencuentro con una claridad arrastrada por un cauce misterioso. La corriente imita las ideas del sujeto. Es la inocencia que se apresura para escapar de nosotros. Hace surgir la sensación de que algo dentro es lo que determina el destino que en apariencia es impredecible. La contemplación del río es, acaso, una forma de ver la mente desde afuera, como si se tratara de una pantalla en la que se proyecta el pensamiento adormecido.
Estrellas mentales es un libro que enuncia el peligro de andar en los parajes del sueño, que renuncia a la supervivencia, porque también renuncia a la sobriedad y a la cordura. El poema que plantea Fabricio es lo que le duele al río cuando una piedra se resiste a la corriente y es, también, lo que pierde la piedra cuando la fuerza del agua se lleva algo de ella. Es la bitácora de un niño invisible que viaja hacia la madurez blanda y difusa que se oculta en el centro del bosque.
Hay heridas que se hacen más profundas al dormir.