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Ilustración: Joss Díaz
¿Dónde comienza el septentrión mexicano? Una revisión de las expresiones culturales del norte de México nos brinda un panorama rico en manifestaciones artísticas: el relato musical propio, la plástica y sus apropiaciones, la fusión literaria y la imaginación poética. El norte, distinto y distante.
Desde finales del siglo pasado, esta región se ha posicionado en un país forzado al constructo de lo homogéneo, de lo “mexicano”. El norte tiene una tradición inversa en su identidad frente al histórico poder central que en México ha caracterizado a la conformación del Estado. Es decir, la cultura y la literatura norteña representan un movimiento emergente de afirmación identitaria cuya consecuencia es la producción de nuevas representaciones geoculturales.
Cantemos con Cristina Rivera Garza: “El norte no es un lugar, menos en el norte; el norte es un momento de resistencia en la historia literaria de este país. Los negociantes (desde las filas de las editoriales y desde las filas de los escritores mismos), por supuesto, cooptaron ese momento, o lo intentaron —y lo intentan— a toda costa”. (Confabulario, entrevista a Rivera Garza por Vicente Alfonso, 2015).
Pero lo interesante es cómo ha ocurrido y con qué instrumentos ha navegado el septentrión en el mar de la producción literaria mexicana. Una gran cantidad de obras norteñas de indiscutible calidad se publican y difunden en el mercado nacional e internacional, encontrando recepción en un creciente número de lectores. Por supuesto, las mujeres ocupan ya un lugar destacado como creadoras, revelándonos un eminente fenómeno editorial.
No es que no hubiera autoras norteñas en años anteriores, desde luego que las hubo. Ahí está como testimonio el legado de Adriana Villarreal, Irma Sabina, Enriqueta Ochoa, Magdalena Mondragón, Adela Ayala, Nancy Cárdenas, Nellie Campobello o Inés Arredondo, por mencionar solo algunas de estas pioneras. En años posteriores, Dulce María González, Rosario Sanmiguel, Esalí López, Patricia Laurent Kulliko, Rosina Conde (quien actualmente sigue publicando) o Rosa Gámez Reyes Retana (quien recientemente cumplió 95 años de edad), abrieron las puertas para las escritoras actuales. No obstante, sorprende el creciente número de obras que se han publicado en el presente siglo, cifra inconcebible para las élites centralistas que perciben un septentrión árido de “grandes nombres”, de donde, sin embargo —para seguir con la partitura de Cristina Rivera Garza—, han surgido “libros relevantes para lectores dentro y fuera del país”.
Porque es un hecho que en este siglo es cuando más mujeres norteñas han accedido al mundo de la literatura, dejando su huella en él. Precisamente por eso y por la relevancia de sus textos, se puede constatar una presencia mayor de autoras de este territorio en la matrícula de reconocidas editoriales y de diversos premios literarios nacionales e internacionales, a diferencia de tiempos anteriores, cuando había nula o escasa representación.
Hoy, para ejemplificar, algunas de las más recientemente galardonadas —nacidas o residentes en el septentrión— son Carmen Ávila, ganadora del XIX Premio Nacional de Novela Ignacio Altamirano; Cristina Rivera Garza, Premio Pulitzer 2024; Rosina Conde, Premio Bellas Artes de Literatura Inés Arredondo 2024; Salud Ochoa, Premio Novela Negra 2024; Jeannette L. Clariond, Best Non Fiction Book en el International Latino Book Awards 2018; Mimi Lozano, Gold Medal en el Latino Book Awards 2023; Yaroslabi Bañuelos, XX Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2023; Suzette Celaya Aguilar, Premio Primera Novela Amazon 2023; Julia Melissa Rivas, Premio de Poesía de los XL Juegos Florales Nacionales Universitarios 2022; Mónica Castellanos, Premio Antonio García Cubas 2019; Nora Coss, Premio Bellas Artes Juan Rulfo por Primera Novela 2018; Mercedes Luna, Premio Gilberto Owen 2018, entre otras ganadoras en diversos certámenes, como Marianne Toussaint, Cristina Rascón, Ana Belén López, Nancy Tamez, Selene C. Ramírez, Alicia Garza Martínez, Lorena Sanmillán, Teresa del Guante o Liliana Blum.
Los premios literarios son una de las formas más visibles de reconocimiento de la calidad de una obra, pero aunque las mujeres han demostrado un potencial impresionante, es evidente tanto la brecha de género como el centralismo que existe en muchos de estos galardones. Reconocer a las escritoras nacidas o que residen en las periferias —concepto poco afortunado— no sólo es una cuestión de justicia, sino también una manera de enriquecer la cultura literaria nacional con voces complejas que muestran propuestas estéticas, paisajes, temáticas y visiones del mundo diversas. Recordemos aquella idea renacentista: el centro está en todas partes y la periferia en ninguna.
Por eso es importante enfatizar que en la literatura creada y publicada desde tierras norteñas se abarca una diversidad de géneros: dramaturgas, narradoras, ensayistas y poetas cuyo imaginario tiene un pie en los estados del septentrión y otro en el universo. Los recursos narrativos que utilizan, sus temáticas y enfoques, además de mostrar la riqueza de los mundos creados, de sus representaciones de la realidad, contradicen a los críticos que afirman que por estos lares solo se escribe sobre narcotráfico. Estas escritoras han aportado una mirada crítica y profunda sobre temas como la identidad, la desigualdad de género, la historia, las relaciones humanas, el deterioro ambiental, la decadencia social, la maternidad, el tratamiento del cuerpo, la violencia o la migración; es decir, crean desde un locus de enunciación femenino, como lo hace magistralmente, por poner un ejemplo, Mercedes Luna Fuentes en su poema “Desde este cuartel te escribo”: “hay un peldaño que me permite subir y colgar / el gancho con mi vestido hecho de ballenas / por las tardes me acerco al muro y toco las cenizas que caen del cielo / dan color al horizonte y a mi palma que piensa en ti”.
Los textos de todas estas autoras, a menudo impregnados de luchas personales y colectivas, han enriquecido el panorama literario nacional. Ciertamente, hablar del norte es referirse a varios nortes, porque cada una de sus regiones tiene particularidades que las distinguen (aunque en todas ellas se coma la carne asada y la tortilla de harina): los paisajes, la cultura, la gastronomía, etcétera. Pero quizá donde se expresa con más claridad esta diferencia es en los campos de la literatura y el arte. En este corpus es donde mejor se muestran los matices del territorio norteño, porque cada estado ha construido su propio conjunto de obras y autores.
Aunque pueda ser cuestionada, otra apreciación se hace necesaria: en este complejo mosaico de creación, la región del noreste es probablemente donde el florecimiento literario de las mujeres ha sido mayor. En Coahuila, por ejemplo, hay una fecunda poesía. Prueba de ello son los textos de Mercedes Luna Fuentes y Claudia Luna Fuentes, poetas de escritura madura; los libros de Claudia Berrueto, una poeta muy sólida que ganó en 2016 el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer; los de Esther M. García (nativa de Chihuahua, pero residente en Saltillo), con una obra potente de quien se ha dicho es fundamental para comprender la lírica actual; la narrativa poética de Marianne Toussaint, traducida al francés y al inglés, o los trabajos de Nadia Contreras (de origen colimense, pero que vive en Torreón) y otras más jóvenes, como Ruth Castro o Sylvia Georgina Estrada, que transitan entre los caminos abiertos por estas autoras de poderosa y prolífica escritura.
La poesía de todas ellas tiene una presencia fundamental en la literatura mexicana, pues les ha dado voz permitiéndoles expresarse en un mundo literario dominado por hombres. En sus obras muestran su capacidad para capturar experiencias humanas universales desde una perspectiva profundamente personal.
OLA LITERARIA EN NUEVO LEÓN
En Nuevo León, a partir de la segunda década del siglo XXI, se originó un movimiento literario sin precedente en la narrativa escrita por mujeres (nacidas o avecindadas en esta entidad), por el número de las obras y la calidad de estas. Este fenómeno ha llamado la atención de editoriales, críticos y lectores, permitiendo su publicación y su difusión fuera de los circuitos regionales, lo que no sucedía en épocas anteriores. Como advirtiera la escritora Sofía Segovia: “Cruzamos los cerros con nuestra propuesta literaria, pero ya no tenemos que irnos de aquí para que el mundo nos lea […] Cada vez habrá más autores regios en la escena nacional e internacional, estoy segura, y cada vez hay más mujeres escritoras”. (El Norte, Daniel de la Fuente, 2022).
Destaca en esa corriente que ha posicionado a Nuevo León como uno de los estados con el mayor número de escritoras, la cifra de novelas publicadas. En un recuento no tan riguroso pueden identificarse, desde el año 2010, alrededor de cincuenta títulos, sin incluir los libros de cuentistas como Irasema Corpus o Cris Villarreal Navarro, por mencionar algunas.
Ante la fecunda creación novelística de este grupo de mujeres, necesitamos dar respuesta a varias preguntas: ¿De qué tratan sus novelas? ¿Qué elementos de la realidad motivan la creación de sus mundos? ¿Qué imaginario han generado en conjunto todas estas obras? Más adelante se comentarán algunas de sus obras, tratando de responder estas cuestiones.
¿Por qué estas escritoras, principalmente de la zona metropolitana, han elegido la novela como vehículo de sus expresiones estéticas? Sin duda porque es un género versátil que admite la exploración de las preocupaciones, deseos y aspiraciones de una manera que puede ser profundamente significativa, tanto para las creadoras como para sus lectores. Siempre ha proporcionado un espacio donde plasmar experiencias propias, reflexiones y puntos de vista acerca del mundo, de la posición de la mujer en la sociedad, su complejidad y sus relaciones interpersonales.
Este heterogéneo grupo de obras tiene como autoras a mujeres de diferentes generaciones con distintos estudios, ocupaciones, profesiones, intereses y posiciones socioeconómicas. No obstante, han conformado un rostro estético, social, cultural, ético y afectivo con perspectivas que difieren del modo en que se habían narrado antes estas regiones. Si bien esta diferencia no se expresa en lo estructural, sí se ve en la elección de los temas, los puntos de vista con que se desarrollan sus tramas y la definición de sus personajes. Una lectura cuidadosa de sus creaciones nos muestra una forma distinta de entender el curso de la realidad en estos lares.
Otra precisión: en este conjunto de autoras hay quienes han publicado más de una novela, como Orfa Alarcón, Sofía Segovia, Gisela Leal, Mónica Castellanos y María de Alva. Hay también quienes además son cuentistas o poetas. En este último género destaca Jeannette L. Clariond, con más de una docena de libros y prestigiosos premios. Poetas son también Gabriela Cantú y Gabriela Riveros. Quizás eso explica el discurso lírico de sus relatos, siempre presente en muchos de sus pasajes.
Y a pesar de que hay una desigual calidad en este corpus, hay obras que han merecido importantes premios o han sido traducidas a otros idiomas, como Perra brava (2010), de Orfa Alarcón; El murmullo de las abejas (2015), de Sofía Segovia, traducida a diecinueve idiomas con un millón de ejemplares vendidos en sus distintos formatos y traducciones; Cuaderno de Chihuahua (2014), de Jeannette L. Clariond, o Mujeres tan divinas (2023), de Alicia Garza Martínez.
NOVELAS DESTACADAS
Debemos entender la diversidad de subgéneros, temas, personajes y recursos que singularizan a estas obras. En un rápido fondeo por este mar encontramos, por ejemplo, la elección del género de narconovela, tradicionalmente masculino, que ha hecho Orfa Alarcón para narrar los relatos de Perra brava (2010) y Loba (2019). Asimismo, Norma Yamille Cuéllar, en Historias del séptimo sello (2010); Beatriz de León, en Cobalto 43 (2023), y Marcela García Robles, en La cápsula K (2017), asumen, aunque con recursos y propósitos muy distintos, la novela policíaca. Beatriz de León, por ejemplo, aborda con nuevos puntos de vista los efectos de la violencia criminal en la sociedad y, con gran realismo crítico, trata temas como el narcotráfico, la corrupción de las autoridades, la impunidad y el conformismo de una sociedad hipócrita.
En cierto modo, aunque no es novela policíaca y por el realismo con que se cuenta, podemos relacionar el relato de León con Lo que guarda el río (2016), de María de Alva, pues su trama se desarrolla durante el periodo presidencial de Felipe Calderón, uno de los momentos más violentos de la guerra contra el narco en Monterrey. Otro elemento común entre estas novelas es la presencia de una periodista como personaje relevante.
Pompeyo muerto (2021), de Marcela García Machuca, también posee vasos comunicantes con las anteriores, en el sentido de que narra la historia de un secuestro, el de Teresa Carvajal, que también ocurre durante la guerra contra el narco.
Por otra parte, las novelas Aquellas horas que nos robaron (2018) y El desafío de Gilberto Bosques (2021), de Mónica Castellanos; Olvidarás el fuego (2023), de Gabriela Riveros, y Un corazón extraviado (2023), de María de Alva, pertenecen al género histórico. La primera, que mereció el Premio Antonio García Cubas, es una biografía ficcionada acerca del diplomático mexicano Gilberto del Bosque. En cuanto a Riveros, ella hace un trabajo de arqueología textual para rescatar del olvido la vida de los sefarditas en la Nueva España, especialmente la del joven poeta y místico Joseph Lumbroso y la de su familia, los Carvajal, personajes importantes en la formación del noreste de México. En tanto, Un corazón extraviado cuenta la vida de Pedro Garfias, poeta español de la Generación del 27 que fue exiliado de España a causa del franquismo y terminó viviendo hasta su muerte en Monterrey.
Tanto la novela de Riveros como la de María de Alva han tejido sendos relatos que incorporan varias voces intercalando epístolas, poemas, mapas y epígrafes en una armónica intertextualidad. Con el tema central de la migración, Tierras frías. Tierras cálidas (2017), de Yenty Fux Baker, se integra a este corpus para narrar las vicisitudes de inmigrantes sefardíes que huyeron desde Rumania en la Segunda Guerra Mundial para arribar a Centroamérica, buscando no sólo salvar la vida, sino construirse un mejor destino.
El aroma de los anhelos (2021) y Carbón rojo (2024), de Mónica Castellanos,tienen como sustento episodios históricos que hurgan, respectivamente, en el papel de las otras mujeres norteñas —más allá de las adelitas— que participaron activamente en la Revolución Mexicana y en el trágico accidente de la mina de Pasta de Conchos en Coahuila, donde perdieron la vida varios de sus trabajadores. Peregrinos (2018), de Sofía Segovia, también refiere un hecho real enmarcado en la Segunda Guerra Mundial: la historia de una familia de migrantes de origen alemán que sorteó diversas dificultades para sobrevivir a los estragos del conflicto bélico.
Cuaderno de Chihuahua, de la poeta Jeanette L. Clariond, tiene vasos comunicantes con las anteriores novelas históricas en lo que se refiere a migración, historia y biografía, elementos de los que se sirve para construir una de las obras más conmovedoras de este panorama novelístico escrito por mujeres. La autora hace uso del género de memorias y del discurso poético para narrar la vida de su familia libanesa, su migración y residencia tanto en Chihuahua como en El Paso, durante los tiempos de la Revolución. Otra novela sobre migrantes, pero en Monterrey, es la de Aidé Cavazos, Hoy por ti, mañana por mí (2021).
El murmullo de las abejas, de Sofía Segovia, retoma diversos hitos de la historia y geografía de Nuevo León. Con una evidente influencia del realismo mágico de García Márquez, relata los días de dos personajes entrañables, Simonopio, un niño abandonado a quien lo protegen las abejas y le muestran el futuro, y una anciana, que es una especie de guardiana atemporal del infante y de la familia Morales, que los ha acogido a ambos. Ubicada en el poblado neoleonés de Linares, la historia transcurre entre los años terribles de la Revolución Mexicana, la epidemia de la influenza española y las luchas de la reforma agraria.
Pareciera que el tema de la familia, de la revelación de sus secretos o de recuerdos dolorosos, es recurrente en las novelistas contemporáneas. Hamburgo en alguna parte (2016), de Gabriela Cantú, es una de las mejores obras que aborda este asunto con gran profundidad. Mujeres tan divinas (2022), de Alicia Garza Martínez, cuenta con humor y un singular estilo los secretos familiares que irán siendo develados en el desarrollo de la trama.
Oda a la soledad y a todo aquello que pudimos ser y no fuimos porque así somos (2017), de Gisela Leal, se integra a este tipo de obras. Autora también de El club de los abandonados (2012), ópera prima finalista del Premio Alfaguara, El maravilloso y trágico arte de morir de amor (2015) y La soledad en tres actos (2023), es una de las escritoras más prolíficas en este grupo. Sin embargo, tal vez su libro más ambicioso es Oda a la soledad…, no sólo por su narrativa, sino por la habilidad con que define la psicología de cada uno de los personajes, provenientes de familias de clase alta y prominentemente disfuncionales.
Coral Aguirre, autora de una breve pero intensa novela, Historia de una niña antigua (2022), relata el descubrimiento del deseo en la protagonista, la pequeña Mimi, quien a medida que crece y se convierte en una adolescente se inicia en el conocimiento del cuerpo propio y en sus asombrosas transformaciones y pulsiones ante la naciente sexualidad, lo que la escritora llama “el amor suntuoso de la primera edad”. Contada a veces en primera persona, se asemeja, por su técnica de delegar la voz y la perspectiva a un infante (ya usada magistralmente por la gran Nellie Campobello), a la novela de Patricia Laurent Kullick, La giganta (2015), contada por una niña de once años procreada por una mujer que tuvo diez hijos. La obra más conocida de Laurent Kullick es El camino de Santiago (2000), convertida ahora en una novela de culto que fue publicada por CONARTE cuando recién lo fundaron y que fue reeditada por editorial ERA en 2015.
En este rápido recuento destaca Obsesión de Cañamazo (2023), de Lorena Sanmillán. La historia toma forma desde un diario personal; “un boceto de las cosas que necesita decir”, comenta la misma protagonista en una de sus páginas. “Estamos frente a una novela muy ligera que aborda temas muy densos, que con humor, parsimonia y maestría nos permite asomarnos a espacios poco reconocidos y que nos devuelve, de todas las maneras posibles, la identidad un poco rota, un poco triste, un poco renovada”, de acuerdo con Aura Sabina.
En cuanto a Contra la marea (2016), de Claudia Carrillo, una novia, en plena ceremonia matrimonial, decide cancelar su boda. Renata ha tomado conciencia, momentos antes de dar el sí, de que su futuro esposo es un energúmeno y decide terminar el compromiso. Esto se contrapone a los convencionalismos de su familia de clase media, por lo que tendrá que abandonarla para empezar de cero. Su vida dará un giro de 180 grados al cambiar de trabajo y mudarse a un distante lugar.
Una escritora muy popular entre los lectores jóvenes es Nora Cayetano, que destaca por sus originales tramas y su influencia del manga japonés. En su repertorio destacan Legendme (2019), De príncipes y furries (2021) y Reina alienígena (2022). Otra novela juvenil significativa es Hally (2017), de Alma Cordero, que incursiona en la ciencia ficción.
Finalmente, tenemos la más reciente novela de este grupo de escritoras, Todo lo que no sabemos (2024), de María de Alva. Su contexto son los años setenta en Monterrey, donde la trama inicia con el asesinato de un hombre por el grupo guerrillero Liga Comunista 23 de Septiembre. A través de varias voces narrativas, conoceremos cómo la familia afectada se enfrenta al complejo duelo provocado por el crimen. Al igual que en sus obras anteriores, la autora asume, además del compromiso estético, la responsabilidad de mostrar la violenta realidad de este país.
NUEVO PANORAMA
Aunque históricamente las mujeres escritoras han enfrentado desafíos y barreras en la industria editorial, la novela es un espacio donde han encontrado la autonomía para expresarse y contar sus historias de una manera auténtica y poderosa. Este género es un lienzo creativo donde las autoras pueden abordar una amplia gama de temas, desde los asuntos más cotidianos hasta conflictos históricos y políticos.
En toda la región del noreste podemos afirmar que en ninguna época anterior a esta se había producido tal cantidad de novelas. Sin duda, otros factores que han colaborado para ello son el crecimiento y la diversificación de la comunidad de prosistas en la región. En ese sentido, la proliferación de espacios como los talleres literarios, clubes de lectura, presentaciones de libros y las oportunidades para que las mujeres compartan sus trabajos y se conecten entre sí, han fomentado un ambiente más propicio para la producción literaria.
No hay que olvidar también el hecho de que hay un mayor reconocimiento y apoyo hacia las escritoras locales por parte de la sociedad y de las instituciones culturales, lo que ha contribuido a un aumento en la visibilidad y publicación de sus obras.
En conclusión, podemos decir que los cambios en la comunidad literaria y las transformaciones en el panorama cultural del país —particularmente del norte—, han favorecido la producción de esta literatura donde las mujeres pueden afirmar su voz y su presencia.
Las obras femeninas son fundamentales para la construcción de una literatura más inclusiva y representativa. A pesar de los obstáculos históricos, las escritoras han logrado abrirse paso y continuar produciendo libros que merecen ser leídos, estudiados y celebrados. El futuro de la literatura mexicana, sin duda, está escrito por mujeres, particularmente aquellas que ponen en el centro al norte: las escritoras del septentrión.