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Letras en la Frontera

Guerreros que, con disciplina y pasión, reconquistan territorio para nuestra lengua y abonan el mundo del pensamiento, la creación y la imaginación.

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ADELA CELORIO

“Atravesé el río con mis dos hijos de nueve meses y dos años en bolsas de plástico. Comencé limpiando casas. Me acerqué a la UNAM aquí en San Antonio y pude estudiar. Limpieza de oficina es la misión de mi pequeña empresa y ya hasta publiqué un libro sobre el síndrome de Asperger que padeció uno de mis hijos”, me cuenta una guapa sonorense.

“Nosotros vinimos a Estados Unidos con permiso de trabajo para mi marido. Por razones que nunca entendí, en unos meses estábamos en la calle y sin trabajo. Para sobrevivir comencé a vender tacos a los trabajadores —también migrantes— de las construcciones cercanas. Alguien me informó de la UNAM San Antonio y ahí aprendí el inglés. Nos fueron guiando para arreglar nuestros papeles y hoy doy clases de español en una escuela primaria”. Dos colombianas jóvenes, irreverentes y divertidas, me cuentan que la UNAM las acogió desde el principio. Aprendieron bien el idioma y ahora trabajan en la difusión de todo tipo de expresiones literarias y artísticas de los pueblos de América Latina.

“Ante una sociedad que siempre está buscando juzgarnos, para bien o para mal, es importante tener consciencia de que todos los migrantes promovemos nuestra cultura en todo lo que hacemos. En la forma que nos expresamos, los temas de los que hablamos, cómo vestimos y muchas otras cosas que hacemos sin percatarnos”, cuenta Gerald Padilla, hijo de mexicanos nacido en Estados Unidos. Él y su esposa Rossy Evelyn —jarocha ella— son escritores, poetas y traductores. Guerreros que, con disciplina y pasión, reconquistan territorio para nuestra lengua y abonan el mundo del pensamiento, la creación y la imaginación.

“La UNAM en San Antonio es un espacio seguro donde la comunidad latina se siente valorada y afirma su sentido de pertenencia a través de la educación, única solución permanente para toda sociedad que aspire al desarrollo y la prosperidad”, me dice Santiago Daydi, chileno él, escritor, poeta y profesor de la Universidad de Texas. Dios bendiga a todo aquel que promueva la educación y mantenga lejos el aliento pestilente de quienes usan su poder para socabarla.

Estos testimonios tienen el propósito de compartir con usted, pacientísimo lector, lectora, el agradecimiento —pero también el desasosiego— que me provocó por allá de septiembre del año pasado la llamada siempre afectuosa de Alfredo Ávalos (nacido en Cárdenas, San Luis Potosí, y ahora profesor en la Universidad de Texas, así como escritor y fundador de Letras en la Frontera, que anualmente convoca alrededor de 30 autores radicados en México y Estados Unidos) para informarme que ese año el encuentro estaría dedicado a mí.

Después de la sorpresa, el obligado agradecimiento y esas cosas que se dicen cuando uno no sabe qué decir, caí en el síndrome del impostor que forma parte de mi ADN y que consiste en el miedo a defraudar. Pienso en la inmensidad de lo que ignoro, en todos los libros que no he leído y mi falta de compromiso con el estudio, el trabajo y hasta con la vida. Debe haber una equivocación, ¿por qué a mí?

Ay, Dios, ¿qué voy a decir? Lo primero que se me ocurre es el cliché de “inmerecido”, pero no, no puedo decir eso porque sería restarle credibilidad a quienes han decidido concederme el reconocimiento.

“Es tu momento”, me dijo Alfredo, y allá estaba yo, en total estado de gracia, sintiendo el cálido abrazo de la comunidad hispana en San Antonio. Contenta, sí, aunque nada me quita la sensación de ser un fraude.

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Escrito en: Letras frontera crítica Adela Celorio

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