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Reportaje

Los puntos grises de la narcocultura

Causas de una idealización peligrosa

Los puntos grises de la narcocultura

Los puntos grises de la narcocultura

ABRAHAM ESPARZA

Un punto de quiebre en la historia del narcotráfico en México fue el hallazgo de un campo de exterminio y hornos crematorios clandestinos en marzo de este año en Teuchitlán, Jalisco, lugar en donde se encontraron cientos de zapatos y osamentas humanas que han sido identificadas por los grupos de buscadores como los restos de víctimas del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). La noticia conmocionó al país y, en consecuencia, se retomó la discusión y el rechazo en torno a la narcocultura y a sus productos, en especial la música, que ha estado gozando no sólo de popularidad nacional, sino global.

Urbes como Tijuana, Ciudad Juárez y el estado de Nayarit se han sumado a los esfuerzos por prohibir la música que enaltece la violencia criminal. En el diario oficial de Nayarit, se publicó un decreto que prohíbe la interpretación o reproducción de narcocorridos en espacios públicos.

Ante este panorama de censura, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, señaló desaprobar la prohibición: “Estoy de acuerdo en la concientización, en la educación. Vamos a hacer un festival de música mexicana, entre ellos el corrido tumbado, pero con otras letras, que reivindiquemos otras cosas distintas: el amor, la paz…”, añadió, dejando ver una visión bastante cursi del género y un desconocimiento de sus implicaciones.

Sin embargo, es cierto que la producción cultural en torno al crimen organizado se puede convertir en un chivo expiatorio, una manera de señalar un problema sin ofrecer soluciones reales. Se ha dicho que los narcocorridos son una herramienta de reclutamiento criminal, ya que normalizan una vida de lujos al margen de la ley, a la que muchos jóvenes pueden aspirar como fantasía de logro. Pero la realidad no es tan sencilla. Los principales actores de la violencia son los sicarios comandados por líderes que se mantienen ocultos.

Además, Estados Unidos también tiene una parte de participación en la problemática, pues de este país provienen las armas empleadas por los cárteles, a quienes el gobierno de Donald Trump recientemente clasificó como organizaciones “terroristas” debido a la supuesta amenaza que implican para la seguridad nacional de Estados Unidos. De acuerdo con el periodista Maximiliano Pérez Gallardo en un artículo para France24, esta decisión no sólo da pie al uso de instrumentos legales, económicas y militares contra los grupos criminales y todo aquel que colabore con ellos, sino que puede significar “un impulso a las detenciones arbitrarias en nombre de la lucha contra el terrorismo”.

Recordemos la llamada Operación Rápido y Furioso (2006-2011), que permitió la entrada ilegal de dos mil armas largas de Estados Unidos a México para ser utilizadas por grupos delincuenciales. Se trató del escándalo mediático más sobresaliente de su tipo. Según la periodista Olga Wornat, esta es sólo una mínima expresión del tráfico de armas realizado de esta manera. Esta clase de medidas intervencionistas se han repetido constantemente a lo largo de la historia en otros países en los que el vecino del norte guarda intereses. Por su parte, los cantantes en el narcomundo, más que gozar de privilegios por parte de los capos y sicarios que los contratan, suelen estar inmersos en la batalla de los cárteles, convirtiéndose muchas veces en blancos del fuego cruzado.

En el documental de Arte.tv, México: el canto de los cárteles, el productor musical Javier Molina afirma que “nadie aquí puede sacar un corrido sin autorización. Nadie. Porque hay consecuencias muy graves, ¿no? Hasta la muerte”. Incluso las canciones encargadas por una figura del crimen organizado, siempre deben ser aprobadas por el mismo. Tanto los autores como los productores pueden ser capturados e interrogados por la célula criminal si un tema no cuenta con la aceptación del cártel.

En este sentido, la historia de éxito de Chuy Montana fue corta. Descubierto por productores musicales mientras cantaba a los vehículos en un semáforo en rojo, le ofrecieron firmar un contrato que le permitiría hacer giras por Estados Unidos. Su primer sencillo obtuvo millones de reproducciones. Pero el 7 de febrero de 2024, el cantante fue hallado con las manos atadas a la orilla de la carretera Tijuana-Rosarito. Según la fiscalía, fue asesinado en una fiesta privada porque a los asistentes no les gustó lo que cantaba (El País, 2024), a pesar de que su amigo y guitarrista El Blu, aseguraba que Montana se mantenía neutral en sus letras, sin cantarle a ningún cártel en específico.

En un terreno donde la discreción en torno a la criminalidad choca contra la necesidad de notoriedad, los corridos tumbados fungen como móvil para que los capos del narco cuenten sus historias. Javier Molina señala que una canción de este tipo debe, en la actualidad, ser trepidante en la forma en que se toca y agresiva en su canto. Trabajando desde Culiacán, el productor afirma que triunfar en esta ciudad asegura el éxito en el género a nivel nacional, ya que es la cuna del narcocorrido y un lugar donde el Cártel de Sinaloa se mantiene activo.

Narcocultura (2013) es el título que lleva la ópera prima del documentalista israelí Shaul Shwarz. El filme sigue a varios actores relevantes de la narcocultura, como la banda Buknas de Culiacán, que pertenece al llamado movimiento alterado. Antecedente temporal y temático de los corridos tumbados, esta agrupación está conformada por músicos que viven en Los Ángeles, California, y que nunca han estado en México ni se relacionan con el narcomundo del que hablan. 

Permanecer en un terreno “neutral”, fuera del fuego cruzado de los grupos delictivos, le permite al vocalista, Edgar Quintero, recibir encargos de presuntos miembros de cárteles que quieren contar sus historias. A pesar de vivir en una realidad muy alejada de la guerra por el narcotráfico, el cantante de los Buknas es tratado como una celebridad en su ámbito y participa en películas donde se representa al crimen organizado. Él debe comportarse como alguien que ha nacido dentro de la narcocultura, siguiendo los estándares que dicta la misma: salir de fiesta y ser excesivo en su consumo de alcohol y drogas, además de exhibir sus armas y sus lujos.

En cambio, en México, pese a su fama y posición en la farándula global, Peso Pluma no está exento de las consecuencias de las luchas entre cárteles. El cantante, que popularizó mundialmente los corridos tumbados, recibió amenazas en forma de narcomantas presuntamente firmadas por el CJNG en Tijuana, Baja California, en septiembre de 2023. Con letras rojas pintadas a mano, le advertían: “esto Edgar Quintero, vocalista de Buknas de Culiacán. va para ti peso pluma. Abstente de presentarte este 14 de oct. porqué será tu última presentación esto por irrespetuoso y lengua suelta hpm te presentas y te vamos a partir toda tu madre att. CJNJ (sic)” . Dicha fecha fue cancelada.

Tal parece que la neutralidad de un exponente del narcocorrido está más ligada a la región donde trabaja que a sus letras o intenciones.

El cantante Chuy Montana fue asesinado por el narco. Imagen: somosnews.com.mx.
El cantante Chuy Montana fue asesinado por el narco. Imagen: somosnews.com.mx.

CRONOLOGÍA DE LA NARCOMÚSICA

La palabra “corrido” está descrita en el Diccionario de Autoridades (1726-1739) de la Real Academia Española, como un tañido ágil y ligero en la guitarra con que se interpretaban los romances medievales. Sin embargo, el origen del corrido mexicano se sitúa en Michoacán, Jalisco y el Bajío, heredando de su definición original la necesidad de contar historias y hazañas importantes.

Los géneros musicales con temática de forajidos, ladrones y sicarios han estado en el imaginario mexicano desde hace bastante tiempo. Datan de los corridos de la Revolución mexicana, que hablaban de prófugos, pistoleros y héroes de ese periodo histórico. Destacaban aquellos dedicados a Pancho Villa, conocido como héroe de la nación, pero que también era un bandido despiadado que atentaba contra civiles (¿Héroe o villano? Porfirio Díaz, claroscuros, 2016). Podría decirse que el narcocorrido surgió en 1930 con “El Pablote”, una ranchera que retrata a un “rey de la morfina” que “siempre estaba emparrandado, derrochando su dinero”, desafiando a todos y gozando de “fuero”. La canción cuenta cómo, al final, aparece un héroe que hace frente al personaje, matándolo.

Ya a finales del siglo XX, en la década de los noventa, la amenaza de la que no sobrevivió el cantante Chalino Sánchez dejó ver la dinámica de encargar corridos para enviar mensajes entre bandos criminales contrarios.

Pero los corridos bélicos alcanzaron su máxima popularidad en el siglo XXI. Intérpretes como El Komander permanecieron activos durante el sexenio de Felipe Calderón, en que se inició la llamada guerra contra el narcotráfico.

Durante esta época también se extendió el narco-rap, derivado del subgénero estadounidense gangsta-rap, que hablaba sobre la vida de las pandillas urbanas. Al igual que los corridos, este subgénero del rap utiliza referencias directas al narcotráfico y suele enfocarse en los sucesos en Tamaulipas ligados a las luchas entre los Zetas y el Cártel del Golfo. Muchas de sus letras hablan de experiencias en primera persona sobre los actos delictivos, como es el caso de

Makabelico, Kachorro Belico, Unión Loka 868, entre otros. Más recientemente, raperos como Alemán o La Santa Grifa, mantienen esta temática. “El diablo anda suelto”, de este último grupo, narra un ataque mortal con arma blanca desde el punto de vista del asaltante.

Los famosos corridos tumbados (género surgido a mediados de la década del 2010) usan una forma vocal influenciada por el rap y continúan con la tradición de retratar al autor como alguien valiente y violento, que enaltece a líderes delictivos. “Uno quiere dejar una leyenda”, señala un sicario anónimo en el documental México: el canto de los cárteles. El entrevistado comparte que uno de los corridos que ha encargado, y que habla con la verdad, es aquel que lo retrata como una persona con un pasado traumático que lo hace elegir el camino de las armas. Lo que se cuenta en los narcocorridos actuales pueden ser exageraciones, al tratarse de cartas que se dirigen de un bando a otro para mostrar dominio sobre el contrario. Algunos de los encargos musicales se pagan con mil 500 dólares; otros con bastante más, hasta 200 mil o un millón de pesos, según el periodista Gustavo Zaem (El Heraldo de México, 2023). Por supuesto, en ninguno de los casos el cantante está exento de peligro

El Chino Ántrax, narcoinfluencer asesinado en 2020. Imagen: Agencia Reforma.
El Chino Ántrax, narcoinfluencer asesinado en 2020. Imagen: Agencia Reforma.

LOS SÍMBOLOS DEL NARCO

El periodista colombiano Omar Rincón habla sobre la existencia de una narcoestética, un conjunto de formas visuales cargadas de significados. Es maximalista y ostentosa. El estilo de vestimenta mob wife (“esposa de la mafia”), por ejemplo, incluye estampados, joyas vistosas e incluso operaciones estéticas. Todo esto implica una manera de existir en el mundo a través del consumo.

El placer también es parte de esta forma de hacerse presente; por ejemplo, el consumo excesivo de alcohol y otras drogas. Y es que el placer debe parecer ilimitado para alguien con poder económico. Además, como una versión exacerbada del mexicano, la valentía es un valor sumamente importante; se deben tomar riesgos cuando la vida es corta.

Ejemplo de estas manifestaciones culturales son los narcoinfluencers, cuya labor consiste en mostrar sus excentricidades en redes sociales, lo que muchas veces los convierte en blanco de investigaciones. La volatilidad del narcomundo se hace patente con la desaparición de estos creadores de contenido, ya que se convierten en víctimas del fuego cruzado o son perseguidos por traición, como fue el caso del primer influencer de esta naturaleza, el Chino Ántrax, asesinado en 2020.

Entre los símbolos de la narcocultura también están los relativos a las creencias religiosas. Los narcotraficantes veneran a ciertas figuras divinas: santos que conceden los favores que los mantendrán vivos. San Judas Tadeo, patrono de las causas difíciles, recibió cientos de veladoras que llegaron en una camioneta negra a la parroquia que lleva su nombre en Torreón, justo durante el sexenio de Calderón, cuando esta ciudad era una de las más inseguras del país debido a las actividades criminales de los Zetas. No se pudo hacer más que recibir el obsequio a pesar de su origen evidentemente vinculado con el narcotráfico, según un testimonio anónimo.

Sin embargo, por tratarse de un mundo marginal e ilícito, prohibido también en el plano espiritual, los cultos que practican los narcotraficantes “se contraponen parcial o globalmente a las religiones instituidas”, afirma la lingüista e investigadora mexicana María Luisa Solís Zepeda (La espiritualidad y la religión en la narcocultura, 2021). De este modo, Jesús Malverde, santo de los traficantes, fue establecido como figura religiosa luego de fungir como bandolero a finales del siglo XIX y principios del XX. En ambientes inmersos en el crimen organizado, comparte su lugar con figuras como la Virgen de Guadalupe o el niño Dios, en un sincretismo que nace al borde del catolicismo.

La Santa Muerte surgió en los años sesenta en la “tierra de brujos”: Catemaco, Veracruz. Durante los años noventa, esta figura comenzó a ser adorada en el barrio de Tepito, en Ciudad de México, por una población marginada que sufría desigualdades, pero también por delincuentes. Todos ellos, al sufrir riesgos constantes, se relacionaban con la muerte de forma estrecha, según el investigador José Antonio Flores Martos. El culto a la Santa Muerte es condenado por el catolicismo y se mantiene en la marginalidad, lo que lo ha hecho propicio para ser adoptado por la narcocultura.

El “Angelito Negro” también se opone al cristianismo. Antropomorfo, de piel negra, ojos casi blancos, cuernos caprinos y vestimenta de charro, pide sacrificio en forma de autolaceraciones. Lo que se le pide a este ser demoníaco coincide con las solicitudes que se le hacen a las demás deidades: abundancia y protección del peligro.

Oscar Pelcastre, fundador de la capilla del Angelito Negro ubicada en Tepito, subraya: “Cuando le hablan a Dios y no hace caso, le hablan a San Judas Tadeo y no hace caso, y le hablan a todos los santos de su devoción y ya no tienen cara para pedirles, es cuando se acercan al diablo”.

La falta de oportunidades económicas, educativas y laborales impulsa a muchos jóvenes a involucrarse en estas 
redes delictivas, reforzando la idea de que la única forma de alcanzar el éxito es mediante el crimen organizado. Imagen: Unsplash/ Tree Andree.
La falta de oportunidades económicas, educativas y laborales impulsa a muchos jóvenes a involucrarse en estas redes delictivas, reforzando la idea de que la única forma de alcanzar el éxito es mediante el crimen organizado. Imagen: Unsplash/ Tree Andree.

USOS Y COSTUMBRES

Según la docente e investigadora mexicana Lilian Ovalle, palabras como “narco” o “cártel” tenían un significado vago hasta 1980. Hoy en día, estos y otros términos son parte de la cultura popular. Aparecen en los medios, las conversaciones diarias y la ficción. De acuerdo con La fruta prohibida (2011), de Luis Carlos Restrepo, se define como narcocultura a la producción de significados vividos por una comunidad y los sentidos prácticos de la vida o las reglas del mismo narcotráfico. Es decir, es la manera en que estos grupos participan o comulgan con la actividad ilegal y su situación dentro de la vida social.

El narcotráfico establece pautas definidas de interacción social; por eso es que se habla de una “narcocultura”. Estos lineamientos provienen de las mismas organizaciones delictivas y se establecen en el imaginario colectivo (Capos, reinas y santos, 2012). El crimen organizado existe como parte del entramado social. Su presencia se siente en los relatos extraoficiales y del boca a boca, definiendo qué es lo que se debe para coexistir con los narcotraficantes sin molestarlos; por ejemplo, quitarse del camino para dejarlos trabajar, saber de qué hablar y con quiénes, y no emitir denuncias contra ellos. La comunidad sabe el nivel de impunidad del que gozan y lo inútil y perjudicial que puede ser denunciar alguna de sus actividades.

El sociólogo José Manuel Valenzuela Arce plantea que el narcotráfico permea el conjunto del tejido social. “Cada vez se hace más claro que el poder de los narcotraficantes no sólo deriva de la posesión de armas de fuego, sino de la complicidad y protección de importantes figuras que actúan desde las mismas instituciones encargadas de combatirlo y cuyo poder los aleja de las cárceles”, afirma el investigador.

La narcocultura abarca un entramado complejo de prácticas sociales y modos de vida que glorifican al narcotraficante como una figura digna de admiración. El sociólogo mexicano Raúl Benítez Manaut señala que este fenómeno promueve una visión del mundo donde la riqueza rápida, el poder y la violencia son vistos como métodos legítimos para alcanzar el éxito. Quienes están inmersos en esta cultura buscan ascender socialmente mediante la participación en actividades ilícitas, adoptando valores como la lealtad al “grupo” y el uso de la violencia como forma de resolver conflictos. Las aspiraciones de ascenso social son el elemento que permite que muchas personas, sobre todo jóvenes, estén dispuestas a ser carne de cañón en las luchas del narcotráfico.

Fernando Escalante, sociólogo mexicano, menciona que la narcocultura está íntimamente ligada a la descomposición social y política de muchos países. La falta de oportunidades económicas, educativas y laborales impulsa a muchos jóvenes a involucrarse en estas redes delictivas, reforzando la idea de que la única forma de alcanzar el éxito es mediante el crimen organizado.

La debilidad del Estado y la corrupción permiten la expansión de las células criminales y exacerban la desconfianza en las instituciones entre la población general. Es entonces cuando el individuo común se ve tentado a depositar su esperanza en quienes parecen tener el poder real: los narcotraficantes.

La investigadora Feggy Ostrosky señala, en un artículo para el sitio web Infobae, que los esfuerzos de los cárteles por aterrorizar al grupo enemigo resultan en prácticas cada vez más abyectas. Los sicarios se retratan a sí mismos como monstruos capaces de comportarse de manera desalmada, torturando y decapitando a quienes se opongan a sus objetivos. A su vez, la escalada de violencia en el país reclama una mayor desensibilización de las personas. Esta es una adaptación a un entorno hostil que, si bien sirve para proteger del daño psicológico, convierte a cada individuo en parte de un problema enquistado en la sociedad.

La aparición de múltiples videos de ejecuciones durante los inicios de la guerra contra el narcotráfico, así como la popularidad de sitios web como El blog del narco en tiempos donde el contenido en línea no estaba tan regulado, deja ver una verdad difícil de tragar: hubo un gran registro de los horrores del crimen organizado, y la persona común se encargó de verlo, difundirlo y comentarlo. El interés morboso hizo que nos hundiéramos un poco más en la brutalidad y la inhumanidad.

El CJNG, el Cártel del Golfo, el de Sinaloa y los Viagras 
repartieron despensas durante la pandemia de 
coronavirus, presumiendo sus entregas en redes sociales.
El CJNG, el Cártel del Golfo, el de Sinaloa y los Viagras repartieron despensas durante la pandemia de coronavirus, presumiendo sus entregas en redes sociales.

LA HIBRISTOFILIA Y LA INDUSTRIA DEL ENTRETENIMIENTO

La violencia en México es tan cotidiana que impregna tanto la vida social como el sistema político y empresarial.

Existe una perpetua inestabilidad económica y política ante la cual el mexicano prefiere anteponer su propia supervivencia, en medio de una importante desconfianza hacia las instituciones públicas y los medios de comunicación.

La doctora Feggy Ostrovsky, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), indica la existencia de una sociopatía cultural. Quienes entran en esta categoría son personas que no están destinadas a ser despiadados, pero los efectos sociales de un ambiente hostil, sumados al resentimiento y el abandono familiar, resultan en un déficit grave de empatía, dependiendo del lugar que se ocupe en la guerra entre cárteles y contra las autoridades.

La reconocible fragilidad y violencia del entorno son razones importantes por las que los individuos o grupos intentan gobernar por el uso de la fuerza, según la antropóloga y psicoanalista mexicana Elena Azaola (2008). En consecuencia, las personas toman la decisión consciente de ser violentos o de aparentar hostilidad, con el fin de generar una barrera ante el posible peligro que significan los otros.

Por otra parte, la hibristofilia es un fenómeno psicológico que describe la atracción sexual y emocional hacia personas peligrosas, especialmente aquellas que han cometido delitos graves. En otro nivel, esta fascinación se podría entender diferente: como una devoción o admiración hacia los criminales. Los hibristofílicos los idealizan y pueden establecer lazos emocionales con ellos. En algunos casos mantienen fantasías donde el amor que les profesan los hace dejar su vida delictiva. En el caso específico de la narcocultura, quien se vincula de forma amistosa o amorosa con un criminal se siente protegido, beneficiado y poderoso. Existe una fascinación por hacer ver con qué persona peligrosa se mantiene alguna relación más o menos cercana, ya que eso define qué tan impune puede quedar en caso de evadir la ley o de tener un problema serio con alguien. Hay cierta emoción, mezclada con temor, al sentir que se está a una distancia “segura” de ese mundo peligroso.

Desde el cerebro primitivo, la violencia se vincula con la protección de uno mismo y de los seres queridos. Es clave para establecer un lugar privilegiado en el grupo social, es decir, obtener algo de invulnerabilidad ante un ambiente hostil.

Cabe mencionar que el interés por los criminales es global y es hasta cierto punto normal, pues nos sirve para comprender mejor sus acciones y entenderlas desde una perspectiva sociológica o psicológica. La cultura popular (películas, series, literatura, etcétera) está llena de personajes peligrosos. Sin embargo, la narcocultura es un fenómeno anclado a una realidad social especialmente brutal.

A pesar de eso, en el imaginario popular los criminales de alto rango se convierten en figuras antiheroicas que desafían las normas establecidas y, en muchos casos, se les retrata bajo el arquetipo de “Robin Hood”, cuyas hazañas míticas tienen el objetivo de ayudar a quienes más lo necesitan.

La narrativa de la narco-filantropía es impulsada por los mismos cárteles para tener el apoyo de la población civil. Caro Quintero es un caso de esta narrativa. Al ser capturado, el narcotraficante propuso pagar la deuda externa de México a cambio de su libertad, aunque dicho ofrecimiento fue rechazado. En otros acontecimientos, el CJNG, el Cártel del Golfo, el de Sinaloa y los Viagras repartieron despensas durante la pandemia de coronavirus, presumiendo sus entregas en redes sociales (El Salto, 2020).

En Narrativas hegemónicas de la violencia (2018), los investigadores Sergio Rodríguez y Federico Mastrogiovanni analizan las representaciones del narcotráfico, comparando las del periodismo y las propias de las ficciones televisivas. Los autores abordan la serie sobre la mafia italiana Gomorra (2014), la serie sobre el narcotráfico colombiano Narcos (2015) y la dramatización biográfica El Chapo (2017). Todas estas producciones están basadas en hechos reales, pero fortalecen el discurso difundido desde el poder y deforman los hechos, puesto que siguen versiones oficiales cuyo objetivo es evitar el escándalo.

La industria del entretenimiento puede contribuir a mitificar a los narcotraficantes. Cuando se representan sin profundidad o cuidado, terminan convirtiéndose en personajes invulnerables o figuras románticas y melodramáticas. Es el caso de narcotelenovelas como El Señor de los Cielos o La Reina del Sur.

Un caso donde la hibristofilia se expresa de forma mucho más directa es cuando, durante el atentado llamado “Culiacanazo”, se emitieron en televisión nacional imágenes del narcotraficante Ovidio Guzmán López. La respuesta de muchas mujeres en redes sociales fue de fascinación y atracción por el infame personaje, a pesar de haber propiciado múltiples ataques en contra de la población de Culiacán para lograr su propia liberación.

Pero la hibristofilia no se limita solo a la imagen de poder. A menudo, como explican la psicóloga Lilian Ovalle y la investigadora Corina Giacomello en Las mujeres en el narcomundo (2006), existe una dinámica de dependencia. Las especialistas exponen que la prensa, los noticieros, películas y telenovelas han difundido un imaginario social para contar historias de los capos, basándose en construcciones sociales que los glorifican y velando la realidad, muchas veces trágica, de las mujeres en este ámbito.

Ovalle y Giacomello hablan de un machismo estructural exacerbado por el narcomundo. Siendo un ambiente donde el más “fuerte” sobrevive, es el lugar adecuado para que persista la “hipermasculinidad”, es decir, una exageración del comportamiento estereotípico masculino. Este fenómeno es clave para explicar la existencia de las llamadas “reinas” del narcotráfico: reinas de belleza que cumplen con el estereotipo de la “mujer trofeo” y que se convierten en cómplices del crímen organizado.

La industria del entretenimiento puede contribuir 
a mitificar a los narcotraficantes, como es el caso de 
narco-telenovelas como El Señor de los Cielos o La 
Reina del Sur. Imagen: Prime Video.
La industria del entretenimiento puede contribuir a mitificar a los narcotraficantes, como es el caso de narco-telenovelas como El Señor de los Cielos o La Reina del Sur. Imagen: Prime Video.

LOS ALIADOS EN EL PODER

Según Ostrovsky, entre los narcotraficantes y sicarios hay personas que se enmarcan dentro de la psicopatía. Tienen un déficit de empatía y se conducen de forma maquiavélica y narcisista. Entre los cárteles también hay filas de sociópatas, que son menos calculadores y cuidadosos en sus acciones dañinas y que padecen una emocionalidad explosiva.

Por otro lado, existe otra cara de esta falta de empatía: la psicopatía integrada. Según el criminólogo español Vicente Garrido, los psicópatas integrados consiguen tener un gran control emocional que les permite obtener el beneficio propio por sobre el bienestar de los demás. Gracias a ese autocontrol pueden hacer daño sin moverse en la ilegalidad (El psicópata integrado en la familia, la empresa y la política, 2024). Conforme más alto miremos en la esfera social, más común es la presencia de estas figuras que han obtenido poder pasando por encima de los demás sin ningún miramiento.

Mencionar esto es importante porque el narcomundo no sería posible sin la complicidad de las altas esferas políticas y empresariales, que gozan de un poder desmedido y respaldado por las leyes. Es por los psicópatas integrados que existe impunidad en el crimen organizado. Las élites se benefician del narcotráfico y viceversa.

La periodista argentina Olga Wornat, autora de Felipe, el Oscuro (2020), recuerda en una entrevista con Julio Astillero la época en que, durante el periodo presidencial de Felipe Calderón, ella y su colaborador Édgar Monroy tuvieron que huír del país tras amenazas de muerte hacia ellos y sus familiares. Dichas amenazas provenían, como rastreó la periodista, del exsecretario de seguridad pública Genaro García Luna.

“De por sí (México) es un país difícil para hacer periodismo”, señala Wornat. “Pero con García Luna y sus sicarios, y con el conocimiento de Felipe Calderón, lo digo con todas las letras. Porque Felipe Calderón sabía que yo estaba amenazada. Él lo sabía. Que ahora se haga el tonto y mire para el costado…”.

Aunque la política de “abrazos, no balazos” del expresidente Andrés Manuel López Obrador no funcionó, como señala Wornat, el periodo de la guerra contra el narcotráfico exhibió bastantes alianzas dentro del poder legítimo. La autora compara el momento que comprende el final del periodo presidencial de Vicente Fox y el mandato entero de Calderón, con la dictadura militar argentina, debido a la fuerza con la que se imponía el silencio y las amenazas que aquejaban a los medios y a la libertad de expresión.

México subsiste con una parte oscura enquistada, como una especie de simbiosis. Quienes se enriquecen desde el poder, lícito o ilícito, son actores del necrocapitalismo y la necropolítica, donde los muertos, hayan cantado o no, hayan sido familias o personas que buscaban una mejor oportunidad, son sólo cifras. El “funcionamiento” del país se consigue con la gestión de la muerte y una complicidad con la cara más brutal de la desigualdad.

Instagram: @abraham_esve

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