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Entrevista

Luisa Huertas, lectura escénica en voz alta

La región lagunera le es familiar. La actriz fue madrina de la compañía La Gaviota, creada en San Pedro de las Colonias por Gerardo Moscoso, quien falleció en 2021. Su recuerdo le entrecorta la voz y opta por dedicarle la lectura.

Luisa Huertas en el Teatro Isauro Martínez, en Torreón, Coahuila. Imagen: Gabriel Escobar

Luisa Huertas en el Teatro Isauro Martínez, en Torreón, Coahuila. Imagen: Gabriel Escobar

SAÚL RODRÍGUEZ

Luisa Huertas sale al escenario del Teatro Isauro Martínez (TIM), carga un libro del chihuahuense Víctor Hugo Rascón Banda y el legado de una carrera en el arte escénico que asciende a más de cuatro décadas. Participa en el programa ¡Leo… luego existo!, del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), donde actores leen en voz alta obras literarias de autores mexicanos. Camina hasta el sofá en medio del escenario, toma asiento, abre el ejemplar, brotan las palabras.

Nació en El Salvador en 1951, pero llegó a México a los once años de edad. Muy temprano recibió el llamado escénico. Solía crear escenarios en su casa, jugar a que un teatro la cubría. Ese ímpetu la llevó a estudiar en la Escuela de Arte Teatral del INBAL y en el Centro Universitario de Teatro (CUT). Debutó en 1969, en la shakesperiana obra Sueño de una noche de verano, que dirigió José Solé en el Palacio de Bellas Artes. También puso cimientos en cine y televisión. Interpretó a Pilar en Mentiras Piadosas (1987), cinta dirigida por Arturo Ripstein; ese papel le dio el Premio Ariel a Mejor Coactuación Femenina en 1989. 

“Sólo quiero decirles que me siento muy honrada de estar otra vez en Torreón. Hace como once o doce años que no venía. Y qué más, que estar en este maravilloso teatro, que es de ustedes y de la comunidad teatral del país. Y de ustedes depende que se conserve tan hermoso como hasta ahora”. 

La región lagunera le es familiar. Fue madrina de la compañía La Gaviota, creada en San Pedro de las Colonias por Gerardo Moscoso, quien falleció en 2021. Su recuerdo le entrecorta la voz y opta por dedicarle la lectura. Lo nombra, levanta la mirada, como si buscase su rostro en el plafón, en ese relieve donde Salvador Tarazona pintó a un poeta que recibe el llamado de las musas. 

“No es un accidente lo que une a las personas en el arte”, escribió el dramaturgo ruso Konstantín Stanislavski en El arte escénico (1950), y también, que un actor sin imaginación está perdido. Luisa Huertas lee. En cada frase imagina los paisajes de los cuentos de Víctor Hugo Rascón Banda. Pasea por las montañas de la sierra Tarahumara y entre las callejuelas de sus pueblos. Dice que la lectura consiste en volar con los pies en la tierra. 

“Cuando lees, conoces lugares, accedes a sentimientos, a ideas, a pasiones, a dolores y alegrías de los personajes”. 

Imagen: Consejo de la Comunicación
Imagen: Consejo de la Comunicación

Tras cuarenta minutos de lectura, Huertas aparece en el camerino. Es la misma mujer que el verano pasado recibió una ovación en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) por su actuación en la película No nos moverán (2024), donde se aborda la masacre estudiantil de 1968. Aún sostiene el libro de Rascón Banda y su memoria emotiva. Asegura que para mencionar una palabra sobre el escenario hay que comprenderla, porque si hacer teatro es vida, leer también. 

Pilar Crespo, una de tus maestras, te dijo que un actor siempre debe estar en el teatro, sobre el escenario. Hoy apareciste con un libro en la mano. ¿Cuál es tu relación con la lectura? 

Es una relación hermosísima a partir de mi padre, que era un devorador de libros. Él daba clases en la universidad y siempre estaba leyendo. A media noche, cuando despertaba, él estaba leyendo. Mis hermanos y yo empezamos a leer desde muy pequeños, cosas sencillas, etcétera. Incluso había unos cuentos que me fascinaban cuando tenía como siete u ocho años. Se llamaban Mujeres célebres, y hablaban de mujeres como Florence Nightingale, Juana de Arco, María Antonieta, entre otras. Y después empezamos a leer otro tipo de libros. Incluso hoy rescaté un libro para mi nieta que se llama Los cuentos de la abuela. Es un libro con un xilófono. Mi papá nos enseñaba las canciones españolas de cuando él era pequeño. Una de las diversiones más grandes para mis hermanos y para mí era ayudarlo a limpiar la biblioteca. ¿Tú sabes quién era el Llanero Solitario? Mi mamá nos ponía pañuelos húmedos, tipo el llanero solitario, porque agarrábamos los libros y los azotábamos para que les saliera todo el polvo. Mi papá los iba acomodando y los iba limpiando también. Esa es mi relación con los libros. Empecé a leer muy chiquita, muy pequeña. 

¿Y en particular con este ejemplar que cargas: Volver a Santa Rosa, de Víctor Hugo Rascón Banda? 

Este lo compré para usarlo, aunque tengo todas las ediciones. Pero lo compré porque el otro que tengo, exactamente igual, está dedicado por Víctor Hugo y ese no lo quiero traer por ahí. Tampoco me gustaría perder este, pero menos aquel. Este es el más ligero para viajar. Cuando leo en México y no voy a usar maleta, tengo otro de pasta dura. Pero este lo compré casi al mismo tiempo que me dedicó el otro. ¿Qué relación tengo con él? Pues yo conozco a toda la familia de Víctor Hugo. Conocí a su madre, conocí a su hermana, a sus papás, ya los tres fallecieron. Conozco a sus sobrinos que quedan, a sus sobrinos nietos, porque comenzamos una relación de amistad desde mediados de los noventa. Y se hizo una relación muy, muy cercana. Yo lo consideraba mi hermano. Acaba de cumplir 16 años de haberse ido, el 31 de julio. El 6 de agosto hubiera cumplido años. 

La actriz en su presentación en el Teatro Isauro Martínez (TIM). Imagen: Gabriel Escobar
La actriz en su presentación en el Teatro Isauro Martínez (TIM). Imagen: Gabriel Escobar

Yo traigo un ejemplar de El arte escénico, de Stanislavski. Él decía en su método que un actor debe usarse a sí mismo como un instrumento para alcanzar la verdad sobre el escenario. 

Mira, yo creo que se ha comprendido mal esta cuestión de la vivencia. Si te pones a leer a Stanislavski, sí te habla de la memoria emotiva, pero está muy mal comprendido, porque se piensa que debes recordar momentos emotivos de tu vida y no es precisamente eso. Memoria emotiva quiere decir qué sentiste ante una muerte, pero no es eso lo que tienes que llevar al escenario; el personaje tiene sus propios sentimientos, no los tuyos. Precisamente por eso Strasberg dice que quizá mucha gente le tiene miedo a la vivencia, porque le trae recuerdos a veces muy dolorosos y por eso se bloquea. Strasberg echa mano de cuestiones de sensibilidad, de los sentidos, no precisamente de la memoria emotiva. Finalmente, cada actor va a combinar diferentes métodos. Yo sí me considero stanislavskiana, pero también comprendí eso: al traer un recuerdo personal a una obra, me di cuenta que no era sano y que se agotaba fácilmente. 

Contabas que cuando eras niña solías jugar junto a tus hermanos a hacer montajes de ópera en tu casa. En ese momento, ¿la imaginación era una herramienta, un personaje o un compañero de escena? 

La imaginación era una herramienta que nos permitía reconstruir lo que sabíamos de la ópera, en cada caso. Cuando mis papás ponían algún disco, nos explicaban la trama. Como la música ya la conocíamos, nos peleábamos los papeles. La imaginación era reproducir la historia que nos habían contado mis papás. Era una herramienta, creo yo. Y bueno, también otro personaje, porque cuando eran muchos personajes, ahí nos imaginábamos al otro. 

Stanislavski narra en sus memorias que también montaba un teatro en su casa, incluso instalaba una taquilla. ¿Qué te dice esta cualidad de la imaginación infantil que permite conocer tantos mundos? 

Híjole, a mí se me hace fundamental. Y me preocupa mucho que en los tiempos modernos se deja poco a la imaginación de los niños. Se les da todo a la mano a través de las pantallas, a través de los celulares, aparte ya se ha demostrado que son francamente nocivos. Lo que me preocupa justo es la falta de imaginación que se está dando entre los niños. En lo personal, aunque mi nieta está muy chiquita, hice un acuerdo con mi hija y con mi yerno: hay que dejar que desarrolle su imaginación.

Luisa Huertas ha sido una gran promotora de la lectura. Imagen: El Universal
Luisa Huertas ha sido una gran promotora de la lectura. Imagen: El Universal

Por ejemplo, ayer mi hija me mandó un video donde la niña, en un juego de madera muy bonito con figuras del 1 al 5, metía el triángulo en el 2 y yo nunca le dije que no, porque hay que dejar que los niños vean con posibilidades. Y me gusta leerle. Sé que ahorita quizá no comprende perfectamente lo que estoy hablando, pero sí oye las modulaciones de voz, sí le hago ruidos. Le compré un libro en la UNAM sobre un niño que adoptó a unos lobos, está padre. O la hacemos oír mucha música. A mí me gusta María Elena Walsh, me gusta Cri-Cri, aunque ahorita esté desprestigiado por racista. A mí me gusta Cri-Cri, que un niño se imagine a la A bailando, ese tipo de cosas. Creo que un actor sin imaginación está perdido, porque justo cuando construyes un personaje, lo que debes hacer es imaginar, con base en el texto, la historia de este personaje. Y eso lo tienes que sacar de la imaginación. Como nos decían algunos maestros… pon tú que me llamara Rosa y hago una cosa. “¿De dónde sacaste eso?”. “Bueno, es que yo me imaginé”. “No le echen tanta crema a sus tacos. Váyanse al texto. ¿Qué dice el texto? De ahí hagan sus antecedentes: quién soy, de dónde vengo, a dónde voy, como dice Stanislavski. Pero no inventen más de la cuenta, sáquenlo del texto”. Y de hecho es lo que hago en el CEUVOZ: ¿Qué es expresión verbal?, ¿qué es analizar el texto?, descubrir el significado de las palabras, y no sólo uno, irte al diccionario y ver qué otras cosas puedes significar. Yo le digo a los chicos: “Cuando dices sobre un escenario una palabra que no comprendes, se nota de inmediato. Tienes que saber qué estás diciendo, tienes que conocer el texto”. Y para conocer un texto hay que leerlo muchas veces, para comprenderlo a fondo. 

Y por ejemplo, dices que la lectura consiste en volar con los pies en la tierra, ¿de qué manera vuelas o te emocionas con los mundos de Víctor Hugo Rascón Banda?

Mucho, porque él era un enamorado de su tierra. Y cuando yo estaba preparando La mujer que cayó del cielo, que es una obra suya —te estoy hablando de 1999—, nos invitó a mi marido y a mí a Chihuahua, a ver la Semana Santa de los rarámuris. Y me ayudó mucho a construir el personaje escuchar los árboles en la sierra, oír los tambores rarámuris. Cada día estuvimos en un lugar diferente, fue una experiencia muy bella. Hice esa obra, estuvimos diez días en Chihuahua y después hicimos otra obra, a la que le cambiamos el título y le pusimos Desazón (la obra original se llama Sazón de mujer) y habla sobre una menonita, una serrana y una mujer vestida de rarámuri. La hicimos veinte años. La mujer que cayó del cielo la hice diez años. Entonces, he ido mucho a Chihuahua a dar funciones o, a partir de que él murió, a los homenajes. Y en la Ciudad de México hay toda una comunidad chihuahuense de la que me siento parte. Leer los cuentos de Víctor Hugo es recrear todo aquello que nos platicaba y que he visto, pero hay una cosa: yo no conozco Uruachi. Me dice la sobrina de Víctor Hugo: “No, Luisa, es que ya tienes que venir”, pero pues siempre ando de la ceca a la meca, con poco tiempo. Le digo: “Sí, tengo que conocer Santa Rosa de Uruachi antes de morirme”. Y en esa semana santa, el miércoles, estaba su hermano Pancho y Víctor. 

En la ceremonia de clausura del 39 Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Imagen FICG
En la ceremonia de clausura del 39 Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Imagen FICG

—¿Y si nos arrancamos para Uruachi?. 

—Víctor Hugo, yo vine a trabajar, trabajo con los rarámuris. 

—No, sí, sí, sí, tienes toda la razón, tienes toda la razón. 

—Mañana, si quieren, déjenme en el hotel y que el padre Lupe —que después se menciona en Sazón de mujer— me lleve a las comunidades. 

—No, nos quedamos contigo. 

Entonces ya nadie fue a Uruachi y esa noche… la del Miércoles Santo para amanecer jueves, fue de las más impresionantes. Híjole, en San Ignacio Arareco los rarámuris entraban a la iglesia danzando, salían, daban la vuelta y todo el tiempo, todo el tiempo, los tambores. Ahí descubrí que te metes en una especie de trance: tun tun, tun tun tun. Y las antorchas… mágico, maravilloso. Y dije: “¡Ay, qué bueno que no nos fuimos a Uruachi!”. Me hubiera perdido esto, que es el mundo de Rita, el personaje de la obra. 

Hablando de Rita, Cristina Pacheco tocó el tema en la entrevista que te realizó para su programa televisivo. Ella te mencionó que Rita parecía presa de su propio idioma. Pienso que tal vez los que somos presos de nuestro idioma somos nosotros: no sabemos leer la montaña ni el cielo. 

Y sobre todo los gringos, que por soberbios: “¡Ah! ¿No hablas mi idioma? Estás loca, eres esquizofrénica, te empastillo para que no des lata”. La echaron a perder. Yo conocí a Rita. La conocí. Acaban de sacar una película sobre ella y me dio mucho gusto verla todavía viva y que ya no estaba con la lengua de fuera. Yo creo que con el tiempo se fue desintoxicando, pero cuando Víctor Hugo y yo la conocimos, la enfermaron con tanto medicamento que no debía haber tomado. ¡Diez años! Fue un caso terrible, muy doloroso. 

Te influenció el movimiento del 68, ¿hacer teatro también es un acto social? 

Por supuesto, absolutamente. El teatro que me gusta hacer no es militante, no soporto el teatro panfletario, pero sí procuro que todo mi trabajo tenga un contenido. Hoy varias personas me dijeron: “La vimos en El candidato honesto”. No me estoy justificando, pero no es el tipo de cine que acostumbro hacer. No obstante, quien me invitó es un hombre que quiero mucho, Daniel Birman, nieto de don Alfredo Ripstein y sobrino de Arturo Ripstein. Yo lo conocí chamaco, porque siempre andaba con su abuelo. Nos queremos mucho, lo veía cómo estaba aprendiendo todo el tiempo. Entonces me habló y me dijo: “¡Por favor, hazme a esta abuela! Es una comedia, pero tiene cierto contenido”. Le dije que me mandara el libreto y algo tenía. Pero por supuesto que el teatro para mí es una manera de aportar a la sociedad. Aunque aparentemente hables de otras épocas o de otros países, cuando las obras tienen contenido y están bien escritas, se vuelven universales. Es como el teatro de Rascón Banda, habla de un pueblecito, pero de pronto está hablando de la humanidad, de las pasiones de hombres y mujeres. Entonces, por supuesto que es un hecho social. Acabamos de ganar un premio muy importante en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara, con una película que se llama No nos moverán, y tiene que ver con el 68. 

Sí lo recuerdo. El público les aplaudió de pie, les dieron dos premios. 

Sí. Cuando fueron a Toulouse ganaron, y luego acá, en Guadalajara, ganamos el Premio del Jurado y el Premio del Público, que a mí se me hace importantísimo porque, igual que aquí, había mucha gente joven. ¿Y sabes quiénes son los que vinieron? Los alumnos de Gerardo Moscoso, la semilla que sembró. Yo conocí a algunos niños de ocho años, de nueve años. Y una chica me dice que se acaba de graduar de la carrera, es la semilla de Gerardo. 

¿Y cuál consideras que es el legado del doctor Gerardo Moscoso para el teatro mexicano? 

La pasión por el arte. Yo fui madrina de La Gaviota, porque cuando Gerardo me invitó a venir a San Pedro, te puedo decir, sinceramente, que pocas veces he oído la poesía de León Felipe tan bien dicha como por esos chavos. Yo estaba de “¿cómo?” Era un trabajo de Gerardo, de desentrañar el texto, de que comprendieran el significado. Eran unos chavitos que nunca habían hecho teatro, que se drogaban. Y luego me invitó cuando cumplieron no sé cuántas representaciones, ahí fue cuando me nombraron madrina de La Gaviota. Aún tengo los obsequios que me dieron. Y Gerardo siguió haciendo esto. Vine al teatro del Pilar Rioja e hicimos un taller para cincuenta personas de todas las edades. Estuve una semana aquí, ya hace bastante. Siempre seguimos en contacto hasta que se fue. Yo creo que al teatro le dejó la pasión. ¿Y sabes qué?, la recuperación de la dignidad para las personas a partir del teatro y con el teatro. 

Hay una frase de Wallace Stevens, un poeta estadounidense: “La literatura es lo más importante en la vida, simplemente porque habla de ella”. ¿Concuerdas con ello? 

Yo le aumentaría: “La literatura dramática...”. Espérame tantito. En el libro de los 75 años del Teatro Isauro Martínez hay una frase de Arthur Miller… espérame, no la encuentro, es muy parecida a esa. Sí, aquí está: “El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma”. Maravilloso dramaturgo, ¡genial! Tiene que ver con esto, ¿me entiendes? Yo amo todas las artes, todas. Pero lo que hace el teatro, lo que tiene que hacer el actor, es lo que dice Cervantes en su obra Pedro de Urdemalas: “A los versos ha de dar / valor con su lengua experta, / y a la fábula que es muerta / ha de hacer resucitar”. El teatro es vida. Tú puedes leer obras maravillosas, pero mientras no estén en escena, es letra muerta. Claro, si lees un cuento, una novela, vuelas. Yo sí vuelo. Entonces, estoy de acuerdo con lo que dice el poeta y con lo que dice Miller.

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Escrito en: Saúl Rodríguez Luisa Huertas Leo luego existo La Gaviota Gerardo Moscoso Volver a Santa Rosa Víctor Hugo Rascón teatro mexicano Stanislavski Festival Internacional de Cine de Guadalajara No nos moverán

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