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Megalópolis, el sueño tambaleante de Francis Ford Coppola

El célebre cineasta amasó una fortuna a lo largo de más de tres décadas para poder realizar esta película con completa libertad. El resultado es un relato alterno del Imperio romano, pero llevado a futuro, para criticar al neoliberalismo actual.

Megalópolis, el sueño tambaleante de Francis Ford Coppola

Megalópolis, el sueño tambaleante de Francis Ford Coppola

RAÚL MORA

¿Cuándo inicia la decadencia de una civilización? ¿Cuáles son sus señales? A simple vista es imposible asimilar el estado actual del mundo en el que se vive, ya que los problemas siempre abundan y los pronósticos a menudo son imprecisos. A la humanidad le gustaría que el progreso fuera en la misma dirección que el transcurso del tiempo, hacia adelante, pero en realidad siempre estará lleno de altibajos. Puede que nuestra civilización ya se encuentre en decadencia y aun así insistamos en seguir las cosas tal como las llevamos. Esto es lo que lleva pensando desde hace varios años Francis Ford Coppola.

El consagrado cineasta tiene un descontento añejo ante el comportamiento de la sociedad en las últimas décadas, propulsado por la avaricia desmedida de unos cuantos que configuran todos los sistemas que existen a su favor. Desde que Coppola percibió este problema central, inició con el desarrollo de lo que sería la obra de su vida, aquella que tardó casi tres décadas en ver la luz y que pareciera ser su testamento cinematográfico: la tan esperada Megalópolis (2024).

TRASFONDO

Cesar Catilina (Adam Driver), arquitecto ganador del Nobel por descubrir un nuevo material —llamado megalón— con el cual puede lograr que Nueva Roma —un Nueva York futurista— se convierta en un paraíso. El alcalde de la ciudad, Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito), junto a su sequito de políticos y millonarios, se opone a él.

La producción de Megalópolis surgió en los años ochenta durante el proceso de quiebre de la productora de Coppola, American Zoetrope, por la falta de apoyo económico al camino que quería tomar, uno más dirigido a lo artístico que a lo comercial. Así que, durante décadas, el cineasta invirtió su dinero en viñedos y hoteles, para a sus ochenta años liquidar todo y financiar su proyecto soñado con 120 millones de dólares. Cuando el artista es su propio mecenas, tiene la absoluta libertad de decir lo que quiera y esto puede tener muchos destinos.

El relato toma como referencia uno de los momentos determinantes de la historia, no sólo porque fue un punto clave para la transformación de la república romana en un imperio, sino porque quizá sentó las bases del pensamiento de nuestro tiempo: el enfrentamiento entre los políticos Marco Tulio Cicerón y Lucio Cesar Catilina. Pero el director invirtió la narrativa.

Esta modificación le brinda varias capas al planteamiento de la obra. Cicerón se puede tomar como una de las bases del neoliberalismo y Catilina como un pensador protocomunista. En la realidad, el ganador de la disputa fue Cicerón; como tal, quedó como el “bueno del cuento” y quizá por eso su pensamiento fue el que se extendió más con el paso de los siglos. Pero Coppola prefirió colocar a Catilina como el verdadero héroe, el hombre que se opone a la estructura del mundo en el que transita. En otras palabras, le da una revancha histórica al verdadero Catilina para oponerse al mundo liberal moldeado a partir de las ideas de su rival.

Sin embargo, en el filme la revolución no sólo es a base de preceptos políticos, sino que la tecnología se encuentra en su centro, a partir de un material capaz de cambiar desde la manera de construir viviendas hasta la forma de realizar cirugías. Es decir, coloca sobre la mesa la importancia de los avances tecnológicos, que por sí solos modifican los estilos de vida de la gente al crear nuevas posibilidades de interacción. En el caso del megalón, encaminaría a los habitantes de la ciudad a un sistema cercano al comunismo.

DEBILIDADES

Los planteamientos que hace Coppola son interesantes, pues ayudan a comprender su visión respecto al arte, la tecnología, la sociedad actual y el quehacer fílmico, lo cual es inspirador; pero la ejecución no resulta tan lograda. La película es un caos de ideas abigarradas y poco claras. Se siente como una profecía incomprensible transmitida por los dioses griegos a las pitonisas de los antiguos oráculos, es decir, sólo un balbuceo de lo que podría ser una de las verdades más profundas del mundo.

Para empezar, Megalópolis no tiene un tono definido. En momentos es una comedia shakesperiana, en otros una tragedia. Sin embargo, la alternancia no parece ser consciente. Los momentos fársicos, los diálogos grandilocuentes sin sentido dichos al aire, las actuaciones exageradas o las situaciones inverosímiles se manifiestan como obra del azar, pues no fluyen cohesivamente. En ocasiones la cinta se toma demasiado en serio, pero las variaciones de tono le dan toques de comedia involuntaria, acercándola más a The room —considerada una de las peores películas de la historia— que a El Padrino.

La irregularidad es constante, por más contradictorio que suene. En momentos es como si Adam Driver interpretara a dos personajes diferentes, pues sus actitudes y acciones no logran coincidir. Esto es resultado de un guion reescrito infinidad de veces. De esa manera nace un protagonista que no genera empatía en el espectador y cuya personalidad nunca se siente auténtica.

Además, dos de los villanos de la obra, Clodio (Shia Labeouf) y Wow Platinum (Aubrey Plaza), siempre están en un tono por encima de sus demás compañeros y todo lo que expresan y hacen suena exagerado, dando pie a escenas que deberían tener peso en la historia, pero terminan siendo absurdas. Una muestra de esto es cuando Clodio tacha nombres en una libreta mientras dice “venganza” en voz alta. No hay fuerza dramática porque los antagonistas parecen más una caricatura que las mentes de un complot político.

Los personajes tienen las motivaciones clásicas de la narrativa universal, resultado de las inspiraciones del cineasta, pero no adquieren profundidad.

Sin embargo, a pesar de los altibajos dramáticos y narrativos, los elementos visuales de Megalópolis están mejor logrados. Coppola y su director de fotografía, Mihai Mălaimare Jr. crean imágenes bellas en su artificialidad, donde los colores brillantes inundan la pantalla. La película remite a cintas alemanas de los años veinte, siendo su mayor referente Metrópolis (Fritz Lang, 1927). Además, se muestran elementos potentes hechos con CGI, como las estatuas vivientes agotadas, sin embargo, esto también es intermitente, pues las visiones del director sobre las utopías futuristas parecen cualquier imagen de stock de internet.

Pero el mayor problema de la obra es quizá su conclusión. Su planteamiento da paso a un entramado político y filosófico que confronta dos ideas para lograr una síntesis entre ellas. Pese a ello, ya sea por idealista, por ingenuo o por romántico, Coppola decide usar la fuerza del amor como catalizador para resolver los conflictos entre sus personajes. Cierto grado de optimismo en una obra es necesario para una sociedad con un futuro cada vez más oscuro, pero acá todo desentona. Fuera de la pantalla es conmovedor; dentro, cursi.

Otra falla es tratar de ver el futuro usando solamente recursos del pasado. El trabajo de Coppola siempre se ha caracterizado por buscar la evolución del cine, pero todo en Megalópolis remite al pasado: referencias, conclusiones, formas y relato. Más que una película que busca trascender su época, parece ser una que se hizo hace mucho tiempo atrás y que nunca trascendió.

Pero las ideas de Coppola aún tienen fuerza. En resumen, lo importante no es la película en sí, sino todo el performance alrededor de ella. Su realización representa la lucha de un hombre por cumplir su anhelo mientras va a contracorriente. El solo hecho de que Megalópolis se haya estrenado ya es motivo para seguir creyendo en una revolución.

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