¡SI TENGO PARA PAGAR!
Los sábados son los días de más trabajo en la clínica, este día lo dedican muchos clientes para llevar a sus mascotas al veterinario, el ver pacientes a domicilio nos toma mucho tiempo y procuramos programarlos entre semana, había trabajo y mi asistente había tomado vacaciones, afortunadamente dos de mis hijos, Paco y Alejandra, me apoyaban ese día, y fue así como salí adelante con el trabajo.
Alrededor de medio día, llegó a la clínica una señora de unos setenta años de edad, baja de estatura, pelo blanco y de pequeños ojos de color, cargaba una enorme bolsa de ixtle de las que se utiliza para el mandado casi vacía, fue a consulta, pero no llevaba mascota, empezó a describir los síntomas de su perro enfermo para que yo le recomendara el medicamento necesario, tal vez me notó algo incrédulo o impaciente y con una voz dulce me dijo: "Le voy a pagar la consulta doctor", "no es necesario", le dije, "con gusto la oriento", así fue como empezó a contarme que realmente no era su mascota, se trataba de un perro de la calle que ella atendía, y también se hacía cargo de varios gatos que necesitaban de su ayuda, vivía sola y era su gusto cuidar de ese tipo de animalitos abandonados, una señora de gran corazón. Se acercó a mi escritorio y en voz baja me dijo que yo le inspiraba confianza, que era una persona que sabía escuchar, admito que al principio la atendí con cierta suspicacia, pero al escuchar su noble pasatiempo, se ganó mi confianza. Me sugirió acompañarle para consultar al perrito enfermo que se encontraba abandonado en el mercado alianza, al principio creí que lo decía en broma, ¿Cómo lo encontraríamos en ese mar de gente?, pero aseguró que lo hallaríamos. Fue así que me convenció, al llegar a aquel sector del mercado, efectivamente estaba debajo de un automóvil, completamente deshidratado y extremadamente delgado, en un estado grave de desnutrición, se trataba de un perro de la raza Bull Terrier, blanco con negro, se notaba que en algún tiempo fue un vigoroso y excelente ejemplar y así me lo corroboraron los trabajadores de alrededor, conocían muy bien al perro y a su benefactora. Al auscultarlo noté que su problema era una gastroenteritis hemorrágica, así que le apliqué algunos medicamentos y le extendí la receta a la anciana, mientras yo escribía las indicaciones ella me platicaba la historia del perro, le seguía a todas partes cuando vendía sus productos en la calle, era un enorme perro que aparentaba ser de cuidado, pero que le lloraba como un cachorrito cuando él la veía acercarse, pues sabía que siempre le llevaba comida y algunas caricias, sin temor a equivocarme ese pobre animal siempre recibía maltratos de la mayoría de la gente. Al cerrar mi maletín me preguntó inmediatamente por mis honorarios, al decirle que se los cobraría en la siguiente visita, indignada me dijo que ella había solicitado de mis servicios profesionales y no era justo que no le cobrara, al seguir ella viendo mi negativa, tal vez leyendo mi mente, sacó un pequeño monedero y me enseñó algún dinero y me dijo: "¡Acabo de cobrar mi pensión! Sí tengo para pagarle". Me despedí diciendo que no me dejara de informar por mi paciente, seguía insistiendo, y resignada con lágrimas en los ojos, alcance a escuchar, "Que Dios se lo pague, doctor". Fue entonces cuando recibí la mejor paga, ¡Una bendición! Pensar que ese día todo indicaba que sería muy estresante, después de esta experiencia resultó muy reconfortante saber que no solo lo material nos llena de satisfacciones, esa bella obra de la anciana, actuó como si me hubiesen inyectado vitaminas en el alma.