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Pequeñas manifestaciones de luz, la esperanza como vía de escape

A lo largo de ocho cuentos, la autora reúne vivencias cotidianas que reflejan no solo el dolor y la incertidumbre de creerse pérdida, sino también los pequeños destellos que permiten encontrar un haz de vitalidad para continuar.

Pequeñas manifestaciones de luz, la esperanza como vía de escape

Pequeñas manifestaciones de luz, la esperanza como vía de escape

SOFÍA GAMÓN

Lugares que ya no son seguros, dolencias que atraviesan el cuerpo, puntos geográficos que roban la tranquilidad al respirar, encuentros postergados que no ofrecen ninguna respuesta; la vida siendo ella misma. 

Pequeñas manifestaciones de luz (2021) es la tercera publicación de la autora mexicana Olivia Teroba, con la cual fue acreedora del Premio Narrativa Casa Wabi-Dharma Books en su primera emisión. Se trata de una compilación de ocho cuentos que encuentran en la desolación y la lejanía un rayo de esperanza y revelación.

ACEPTAR LO COTIDIANO

Las protagonistas de estos cuentos —únicamente uno es narrado desde la perspectiva de un hombre— no son entes inalcanzables ni abstractos, no buscan ser el reflejo de alguna heroína con las dudas resueltas y el futuro asegurado; es más bien en sus preguntas acerca de lo que las rodea, en la inocencia con la que abordan sus pérdidas, en la inquietud por no encontrar aquello que buscan, que recae su fortaleza: la vulnerabilidad de saberse imperfectas y encontrar en esa exposición una manera de afrontar la vida.

¿Qué queda cuando ya no hay nada? ¿Qué sigue después de una despedida obligada, un adiós no buscado? ¿Cómo encontrar consuelo en los restos de una vida que nunca fue? ¿Cómo salir a un mundo desconocido y terrorífico? Teroba regala una atmósfera sencilla, cercana, cotidiana para reflexionar en torno a estos cuestionamientos. Los cuentos, gracias a su simpleza —sin que esto implique una estructura descuidada—, bien podrían ser las vivencias de la vecina, nuestra madre e, incluso, las propias. Son historias que no resultan ajenas, sino que resuenan con las adversidades del día a día.

“Miraba la carretera a través de los lentes rosas que traía puestos y suavizaban los rayos de sol. Imaginé un atardecer naranja que disolvía todo. Intenté imaginar el dolor, pero no pude. Pensé en el humo de la bomba, en el humo de los pulmones de mi abuela, en las formas que tiene la vida de desaparecer”, se lee en A mi abuela la mató el humo.

En este relato, la protagonista debe acudir a su lugar de origen para ofrecerle el último adiós a su abuela. Incapaz de darle paso a la tristeza, se enfrenta a una vida familiar que había dejado atrás y a un presente que no le ofrece ninguna certeza. Esa búsqueda por hacerse un huequito en un mundo tan avasallante la invita a replantearse sus porqués y a encontrar una nueva manera de responder a sus qués.

Algo similar ocurre en El fin del mundo y el inicio. Siguiendo una promesa realizada a su abuela moribunda, Valeria emprende un viaje para buscar al hombre que le dio vida y que optó por no ser parte de ella: “es cierto que en los viajes una se encuentra a una misma; nadie ha dicho que encontrarse sea agradable.”

Para acompañar a sus personajes, la autora evoca imágenes simples pero contundentes. Para adornar la osadía de Valeria al enfrentarse a su padre, escribe: “por más que apresura el paso, la oscuridad le va pisando los talones, hasta que la cubre por completo. Debió salir antes: la verdad, todo el día estuvo evadiendo este recorrido.” Tal vez no sólo sea la noche quien la oculta, sino esa picazón que recorre el cuerpo, se instala en el pecho e impide el paso del aire mientras los órganos caen lentamente hacia el piso, aunque éstos sigan en su sitio: el vacío, la angustia, la incertidumbre.

DISTINTAS FORMAS DE VIOLENCIA

En Un bosque poblado de estrellas nos encontramos a un par de niñas que, huyendo junto a su familia de un territorio violento, encuentran entre la seguridad de los árboles y la calma de un río cercano —su nuevo hogar— un retazo de aquello que querían evitar. “Así se enteraron de cómo ocurrió. Era una historia que podría ser la de cualquiera de sus amigas o la de ellas mismas. La anécdota tenía un aire de ingenuidad e inocencia hasta que comenzaba lo otro”.

Por otro lado, en Los 72 nombres de Dios el protagonista se replantea su presente al ser testigo de un intento de robo frustrado en la cafetería a la que acude todos los días. Tras hablar con el guardia del lugar, el héroe momentáneo, toma una decisión que podría cambiar su vida para siempre.

Aunque la violencia es un tema recurrente en el libro, la autora no la emplea como el eje central de los cuentos, sino como un acompañamiento, algo que está ahí, latente, y que permite revelar los sentires de sus protagonistas: sus miedos, su hacer frente al duelo, a las desigualdades, al hartazgo.

Es gracias a la honestidad con la que Teroba aborda sus dolencias que, sin necesidad de recurrir a la crudeza visual o la exposición directa de la violencia, propone imágenes íntimas, que sin dejar de ser claras, resultan próximas. Justo como lo expone Ximena, una de sus personajes: “el mundo de afuera, como siempre, no alcanza a ser amable, ni siquiera un poquito acogedor.”

MANIFESTACIONES DE LUZ

Teroba juega constantemente con la mutación de la realidad. Los deseos se convierten en algo más, las búsquedas cambian su objetivo, la serenidad la ofrece el objeto menos pensado; un claro ejemplo de cómo la vida nunca se estanca, aunque en ocasiones pareciera que vaya que lo hace. Es justo en esos segundos de claridad, esas bocanadas de aire transformadas en treguas efímeras, donde recae la belleza de las mujeres escritas por la mexicana.

Los problemas existen. La oscuridad engulle. La pérdida es inevitable. Pero dentro de toda la pesadez, del deseo de dejar de existir, aparece también lo otro, lo a veces no dicho: la sensación de llegar a casa después de un viaje largo, el primer trago de agua tras una caminata acalorada, el pensamiento fugaz de que tal vez todo podría mejorar.

Si bien la esperanza es un hilo conductor que une a todas las historias del libro, no parte de un optimismo cegador ni de una falsa premisa de que todo estará bien. Incluso en ciertos momentos parece difícil detectarla, percibir entre las penas de los personajes un destello que indique que no todo está siendo consumido por la desolación, el vacío y la vorágine cotidiana. Sin embargo, la esperanza siempre está ahí, incluso aunque ni ellas ni nosotros seamos capaces de abrazarla en plenitud.

El libro cierra con la historia de Ximena, quien, de pronto, un día es incapaz de comprender los signos que le permitían comunicarse con los demás. Entre descubrir cómo navegar esa nueva realidad, enfrentar el despojo de lo que creía como certero y acostumbrarse a los nuevos pensamientos —que ya no parecen pensamientos sino simples encuentros vagos—, se ofrece una pequeña discusión acerca de la importancia de las palabras, de cómo éstas rigen al mundo y, al mismo tiempo, no lo hacen.

Pequeñas manifestaciones de luz es acaso un susurro, otra mirada dentro de la propia, una sensación de calma. Así como lo vivió Valeria: “le ha vuelto el hambre: el deseo de comer, vivir su vida y dejar de esperar respuestas donde no las hay.” Tal vez siempre hay espacio para más, aunque sea para respirar.

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Escrito en: Olivia Teroba Literatura letras

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