
Margot Robbie en Aves de presa (2020).
Cuando la actriz Margot Robbie tuvo más control sobre el spin off de su personaje Harley Quinn, decidió cambiar por completo el vestuario de la villana. En Aves de presa (2020) optó por un maquillaje menos cargado y se alejó de los shorts extremadamente cortos. En una entrevista para The New York Times habló sobre cómo el tener que filmar anteriormente con ropa ceñida y reveladora le hizo ser consciente de su cuerpo y de cómo lo percibían los demás.
Robbie no es la única que ha expuesto incomodidad por la manera en que sus personajes son representados en pantalla. Jessica Chastain, actriz y productora estadounidense, se caracteriza por defender espacios justos para ella y sus compañeras, no sólo en términos económicos sino de narrativa, llegando a rechazar papeles que tuvieran como único propósito ser interés amoroso u objeto de deseo, y cuestionando el porqué de los desnudos propuestos en algunos guiones. En la serie Escenas de un matrimonio (2021), que protagonizó junto a Oscar Isaac, acordó desnudarse siempre y cuando el cuerpo de su compañero se mostrara de la misma manera en pantalla.
De igual manera, Florence Pugh criticó que durante la promoción de la película No te preocupes cariño (2022), protagonizada junto al cantante Harry Styles, se le diera más proyección a las escenas de sexo que a la historia en sí. “Cuando todo se reduce a tus escenas de sexo o a ver al hombre más famoso del mundo practicarle sexo oral a alguien, no es la razón para hacer esto. No estoy en esta industria para eso”, declaró.
La lista sigue. Actrices que no se sienten cómodas con su vestuario, con el enfoque de su personaje, con las narrativas que presentan al cuerpo feminino únicamente como accesorio para satisfacer el placer masculino o que asumen que la razón de ser de las mujeres es apoyar al protagonista para que cumpla sus metas.
Replantear el papel de las mujeres en los medios —ya sea cine, televisión, streaming, publicidad, etcétera— es, también, encontrar una nueva manera de ver, percibir, consumir y, sobre todo, sentir. De todo eso va el término female gaze, que se traduce como “mirada femenina”, el cual abarca la forma en que las historias sobre mujeres se alejan de la sexualización y las convierten en sujetos con pensamientos e ideas propias; ya no son solamente un objeto, sino pieza fundamental para que los relatos se desarrollen.
FEMALE Y MALE GAZE
Para hablar del female gaze es necesario hablar de su contraparte, el male gaze (mirada masculina), concepto acuñado por la crítica de cine Laura Mulvey en su ensayo Visual Pleasure and Narrative Cinema (Placer visual y cine narrativo) en 1975. En él, la teórica expone que la narrativa fílmica, guiada por la visión masculina, posiciona al hombre como sujeto activo, pero deja a la mujer como objeto pasivo. Es decir, él mantiene el poder durante la duración total del contenido —sin importar cuál sea—, mientras que ella es relegada al mero acompañamiento bajo el yugo del deseo sexual.
Para Mulvey, dicha dinámica proviene del sistema patriarcal que rige al mundo: el hombre heterosexual blanco como centro de todo. Por lo tanto, la manera en que se realizan las películas abona a dicha estructura, ya que el cine (como la mayoría de las artes) es manejado casi en su totalidad por varones.
Dentro de su análisis, plantea que la audiencia juega también un papel importante: el espectador se siente identificado con el protagonista masculino y ve al personaje femenino como objeto, situación que refuerza el sexismo. Pero, entonces, ¿qué sucede con las emociones, ideas y pensamientos de quien no se siente identificada con la male gaze? ¿Cómo lograr que vea un paralelismo entre su realidad y la ficción que se jacta de nutrirse de esta?
La female gaze busca responder tales preguntas, conseguir que cada vez existan más propuestas que incluyan personajes femeninos con un trasfondo emocional y cuya corporalidad sea reflejo de su propia experiencia y no un ente ajeno a su historia. Sin embargo, esto no implica solamente tener más mujeres en escena, sino también la forma en que estas son representadas.
Iris Bay, actriz y crítica francesa, en su libro Le regard féminin: Une révolution à l’écran (Mirada femenina: una revolución en pantalla), argumenta que cualquiera puede realizar una película desde el female gaze; basta con alejarse de la visión de la mujer como objeto de deleite y, en su lugar, posicionar a las y los espectadores desde el punto de vista de esta, haciendo posible que pueda compartir sus sentimientos, sus vivencias. Eso no significa que la sexualidad no se aborde en absoluto, sino que “el erotismo ya no es construido desde la dominación, sino a través de una mirada que viaja horizontalmente”, menciona Bay.
Según la autora, existen seis preguntas que permiten determinar si un contenido cumple con los criterios para considerarse dentro del female gaze:
¿El personaje principal se identifica como una mujer?
¿La historia es contada desde su punto de vista?
¿Su historia cuestiona el orden patriarcal? Por ejemplo, el personaje no necesariamente se enamora de un hombre, no necesariamente se casa, etcétera.
¿La puesta en escena permite sentir la experiencia femenina?
Si los cuerpos son erotizados, ¿es algo que se justifica?
¿El entretenimiento que tenemos como espectadoras y espectadores no viene de nuestra posición voyerista en cuanto a la vida de los personajes?
¿EN DÓNDE LA VEMOS?
Durante su clase magistral en el Festival de Cine de Toronto en 2016, la teórica Joey Soloway definió el female gaze como una manera de contar historias desde la experiencia de quienes han sido históricamente marginadas de la narrativa dominante; de hacer espacio para que la cotidianidad y la resistencia de los cuerpos femeninos tomen la batuta, como una exploración íntima y propia, lejos del señalamiento y la necesidad ajena.
En Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019) nos adentramos en la vida de Héloïse, una joven de la nobleza francesa del siglo XVII que acaba de salir del convento y está próxima a casarse; conocemos sus temores, sus deseos y la representación de un amor prohibido lejos de la cosificación del cuerpo de la mujer. Por otra parte, en Noche de fuego (Tatiana Huezo, 2021) vivimos la vulnerabilidad de las niñas y mujeres en el territorio mexicano, particularmente en las comunidades rurales. Si bien no se muestran escenas de violencia, se siente que está ahí, latente.
Asimismo, series como Podría destruirte (Michael Coel, 2020) abordan la sexualidad de sus personajes mostrando su intimidad desde la autenticidad y no desde la explotación, porque hablar de female gaze también implica poner distancia de las etiquetas y construcciones sociales que limitan y estereotipan a las minorías.
Este concepto es una invitación a habitar nuestro lugar en el mundo desde una mirada distinta, más cercana, empática y sensible; a entender la importancia de la representación, para que las y los espectadores logren sentirse identificados ante una proyección que resalte las emociones, contradicciones y errores que constituyen la condición humana.