
Tres novelistas en Coyoacán
El viernes 7 de marzo, en la Feria Internacional del Libro en Coyoacán (FILCO), las novelistas Mónica Castellanos y Susana de Murga dialogaron con Élmer Mendoza en el conversatorio “Escritoras tardías exitosas, cómo lo lograron”.
Mónica Castellanos es autora de Canasta de comadres, Aquellas horas que nos robaron, El aroma de los anhelos y Carbón rojo. Por su parte, Susana de Murga es autora de La vida en un hilván, Mejor morir bajo un zapato, Esperanzas en papel de arroz y El dolor de la memoria. Del maestro Élmer, uno de nuestros grandes narradores mexicanos, basta mencionar la saga del Zurdo Mendieta y las novelas Un asesino solitario, El amante de Janis Joplin y El efecto tequila.
Para abrir, una pregunta clave: ¿Cuáles fueron los problemas más grandes que enfrentaron para desarrollar su obra? Para Castellanos, el primer reto, y quizá el mayor, fue asumir que era una escritora. Recordó cuando conoció la historia de Gilberto Bosques, diplomático mexicano que salvó a miles de personas del franquismo en España y del nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Al acercarse a la familia de Bosques para entrevistarlos, se presentó: “Soy Mónica Castellanos, escritora de Monterrey”. Entonces comprendió que quería dedicarse a la literatura hasta el último día de su vida, y para ello debía asumirse como escritora. Resultado de ese compromiso es Aquellas horas que nos robaron, novela histórica publicada en 2019 y que lleva múltiples reediciones. Para De Murga, por su parte, el mayor reto ha sido la publicación: “Escribir es una necesidad. Sin embargo, publicar es muy difícil, pues el ambiente de la edición es un mundo con sus propias reglas”.
El maestro Élmer recordó que Ford Madox Ford solía decir que un buen escritor solo puede dar sus mejores novelas a partir de los cuarenta años. Prueba de ello es que el propio Madox Ford comenzó a escribir su libro más emblemático, El buen soldado, el día en que cumplía cuatro décadas y después de teclear muchas páginas previas.
“¿Cómo ha sido para ustedes la gestión del tiempo?” Como madre de seis hijos, Castellanos recordó que tuvo años en que debió dedicarse casi por completo a la crianza. “Imagínense lo que demandan seis criaturas… pero, cuando el más pequeño cumplió 16, me dije que me iba a dedicar, sobre todo, a lo que yo quería hacer y lo mejor es que cuento con el respaldo de todos ellos”. Susana coincidió: “se habla de tiempo y de espacio mental. La verdad es que cuando los hijos crecen un poco, se amplía el tiempo no solo para escribir, también para leer”.
Mendoza pidió que mencionaran dos novelas de sus precursoras o precursores que les hayan dado confianza para escribir. Castellanos mencionó a Hermann Hesse, autor que más que darle confianza, representó un reto, pues El lobo estepario le generaba muchas preguntas. También mencionó a Juan Rulfo, cuya lectura le ayudó sobre todo a construir voces, como es el caso de Indalecio, minero que en Carbón rojo cuenta en primera persona su experiencia bajo tierra. Para De Murga, dos autores clave fueron J.M. Coetzee y José Saramago: el primero porque combina sencillez y fuerza, el segundo por la capacidad de narrar momentos en que el mundo real enfrenta una idea o un suceso que lo descuadra todo.
Hablaron después de aquello que Gonzalo Celorio llama “voluntad de estilo”, que consiste en construir una voz que identifique a cada autor. Para Susana de Murga lo importante es la historia en sí, pues privilegiar el estilo implica el riesgo de caer en lo demasiado experimental o, por el contrario, encasillarse. Para Castellanos, quien se considera una autora con un estilo sobrio, la mayor dificultad estilística llega cuando debe construir las voces de personajes cuya habla no posee y que tiene que aprender. “Es, en cierta medida, una forma de violencia que ejerces contra ti misma, pues tienes que borrar a Mónica y dejarlos hablar a ellos”.