Un nuevo régimen
El 2024 fue un año histórico para nuestro país. Llegó a su fin un período en el que vivimos bajo las reglas de una democracia moderna.
Tuvimos en este cuarto de siglo o más, en lo que el gobierno actual dice que fue el “período neoliberal”, elecciones libres operadas por una institución autónoma que permitieron por primera vez en nuestra historia una alternancia pacífica de partidos en el poder. Construimos un poder judicial independiente, que con mucha frecuencia se oponía a las disposiciones del presidente de la república. El legislativo estuvo dividido: los partidos del gobierno tenían que negociar con la oposición para aprobar leyes y políticas públicas. Los organismos autónomos, como el INAI, podían obligar al gobierno a divulgar información pública que los funcionarios querían ocultar. El Coneval evaluaba los resultados de las políticas sociales y apuntaba sus deficiencias y áreas de oportunidad.
Este sistema de contrapesos está terminando ahora. El gobierno ha hecho una transformación radical de nuestro sistema jurídico y político. Tenemos un nuevo régimen. Desde septiembre de 2024, los legisladores de Morena y sus aliados realizaron 16 reformas constitucionales y nueve de leyes secundarias que pasaron de lo fundamental, como el cambio del sistema de elección de jueces, magistrados y ministros, a lo ridículo, como la prohibición de los vapeadores en la Constitución.
Estas enmiendas fueron lanzadas por el expresidente Andrés Manuel López Obrador el 5 de febrero de 2024, pero fueron apoyadas por la nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien asumió el poder el 1 de octubre. Sheinbaum solo pospuso la reforma electoral, que habría eliminado la representación proporcional y, en consecuencia, la participación de la oposición en la vida política del país.
El sueño de López Obrador fue siempre regresar a los tiempos de la presidencia imperial, en la que creció políticamente cuando era miembro del PRI en las décadas de 1970 y 1980. Muchas de sus iniciativas buscaban precisamente eso: recuperar el régimen de partido hegemónico. Y ha logrado su propósito.
¿Significa esto que el país ha terminado? No, por supuesto que no. México ha sobrevivido a un sinnúmero de presidentes autoritarios e irresponsables desde el siglo XIX. En el XX, tuvimos la docena trágica de Luis Echeverría y José López Portillo, que se saldó con una crisis económica severa, pero sin que el país dejara de existir.
La experiencia internacional nos dice que los países pueden tener avances y retrocesos, pero en términos generales el mundo ha tenido un progreso acumulado desde los tiempos del Renacimiento. Es probable que el retroceso que hoy estamos sufriendo en México se supere, pero puede pasar mucho tiempo para ello. El PRI hegemónico del siglo XX se mantuvo en el poder 70 años. El escritor peruano Mario Vargas Llosa lo calificó de “dictadura perfecta”, por sumar al autoritarismo una serie de decisiones generosas para comprar apoyos y lealtades. Al final, sin embargo, las reformas de los años noventa y las elecciones de 1997 y 2000 inauguraron la era de la alternancia de partidos en el poder.
Tarde o temprano, el nuevo partido hegemónico se debilitará por pugnas internas, porque esa es la mecánica con la que actúan quienes están en el servicio público por ambición. La gente, por otra parte, se cansará de vender sus derechos por un plato de lentejas. Mientras tanto, los mexicanos tenemos que seguir trabajando lo mejor que podamos, porque un país prospera por el trabajo productivo de sus gobernados, y un país próspero luchará tarde o temprano por recuperar las instituciones y derechos de una democracia moderna.
