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Imagen: Freepik
Soy febril admiradora de la obra del escritor uruguayo Eduardo Galeano. Sus textos son imán para mis neuronas e imaginación. A fin de año compré Úselo y tírelo: Nuestro planeta, nuestra única casa (Siglo XXI Editores, 2023). A diferencia de las lecturas anteriores de este espléndido autor, que devoré, esta la tomé a cuentagotas. Se trata de una compilación de textos sobre cuestiones ambientales extraídos de algunos de sus libros publicados anteriormente —de ahí que en unos mencione a la televisión, y no al Internet, como principal medio masivo—, entre ellos Memorias del fuego, El libro de los abrazos, y Las venas abiertas de América Latina. Sus historias breves tienen la capacidad de erizar la piel y llevar a la reflexión.
El libro comprende tres capítulos titulados “Así empezó todo”, “Desastres (poco) naturales” y “La sociedad del despilfarro”. A través de ellos hace un llamado a enfocarnos en el ecocidio al que todos abonamos día con día. El multigalardonado escritor comparte su visión y la acompaña de estadísticas, geografía, política, historias y contextos de cada breve pero profundísimo tema que aborda.
Cada episodio representa una joya de sabiduría que mueve conciencias. En el primero, Galeano desgrana el agotamiento de la Pachamama, la desconexión interior del ser humano, la sabiduría ancestral indígena, así como la riqueza del maíz y del agua. Transcribo, de la página 40, el apartado “La tierra y los indios”: “¿Qué tiene dueño la tierra? ¿Cómo así? ¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar? Si ella no nos pertenece, pues. Nosotros somos de ella. Sus hijos somos. Así siempre, siempre. Tierra viva como cría a los gusanos, así nos cría. Tiene huesos y sangra. Leche tiene y nos da de mamar. Pelo tiene, paja, pasto, árboles. Ella sabe parir papas. Hace nacer casas. Gente hace nacer. Ella nos cuida y nosotros la cuidamos. Ella bebe chicha, acepta nuestro convite. Hijos suyos somos. ¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar?”.
Con sabiduría filosófica e histórica, Galeano menciona cifras y lugares sobre la impunidad en el ámbito del medio ambiente, los bajos salarios, la desigualdad en todas sus aristas, la población desechable, las guerras y las bombas. Resulta sorprendente cómo este autor, referente de la izquierda en Latinoamérica, trastoca su dolor por la tierra en bellos textos.
REFLEXIONES SOBRE UN MUNDO DEVORADO
Es difícil elegir un sólo escrito para ejemplificar el poder de este libro. Tomo de la página 94, con el título “Sálvese quien pueda”, las siguientes palabras: “Los dueños de este mundo del fin de siglo han desarrollado a niveles de deslumbrante perfección, como nunca antes en la historia humana, la tecnología de la información y de la muerte. Nunca tan pocos habían sido tan capaces de manipular o suprimir a tantos. La dictadura electrónica asegura impunidad a la dictadura militar, que las potencias dominantes ejercen a escala universal.
Los más atroces actos de humillación de la gente y violación de la naturaleza no son más que formas de afirmación y restablecimiento del orden universal amenazado. En estos tiempos de sálvese quien pueda, la selección natural favorece a los más aptos y los más aptos son los más fuertes, los que tienen en monopolio las armas y la televisión: los consumidores de la sociedad de consumo que impunemente están devorando la tierra y en el cielo engullen la capa de ozono”.
Galeano pone en tela de juicio las campañas de reforestación, entre ellas las de nuestro país. Protesta también por la contaminación del agua, del aire, de los humanos. Se refiere a la ausencia de conciencia ecológica de los adultos y la herencia hacia las nuevas generaciones. Señala que tiramos no sólo basura orgánica, sino tecnológica, sin saber siquiera el daño causado a la tierra. Menciona que vertemos sin piedad aceite y grasa en las tuberías, igual que las grandes empresas, contaminando el agua que es para todos. La obra de este brillante y comprometido intelectual ha sido traducida en varias lenguas.
El tercer capítulo es otro puñado de enseñanzas; se titula “La sociedad del despilfarro”. Y sí, tiene que ver con la avaricia, el exacerbado consumismo, la ponderación del tener sobre el ser, el desorbitado valor que se le da al automóvil, la subestimación hacia el uso de bicicletas y el deseo por aparentar lo que no somos.
Comparto un fragmento de la página 140, titulado “La vergüenza de no tener”: “¿El planeta? Úselo y tírelo. En el reino de lo efímero, todo se convierte inmediatamente en chatarra. Para que bien se multipliquen la demanda, las deudas y las ganancias, las cosas se agotan en un santiamén, como las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza al mercado. El modelo del año pasado es una antigüedad de museo. El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales, proclama el norte del mundo, y los televisores, predicadores electrónicos, difunden el evangelio de la modernización. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, deja paso a la vergüenza de no tener; y el Sur, basurero del Norte, hace todo lo posible por convertirse en su caricatura.”
Continúa el mismo tema en la página 141: “En un mundo unificado por el dinero, la modernización expulsa mucha más gente que la que integra. Para una innumerable cantidad de niños y jóvenes latinoamericanos, la invitación al consumo es una invitación al delito. La publicidad te hace agua la boca y la policía te echa de la mesa. El sistema niega lo que ofrece; y no hay Valium que pueda dormir esa ansiedad ni Prozac capaz de apagar ese tormento. La lucha social aparece en las páginas oficiales de los diarios, tanto o más que en las páginas políticas y sindicales”.
¿QUÉ DIRÍA GALEANO?
Escribo este texto el lunes 3 de febrero de 2025, día de la manifestación por las deportaciones y redadas de Estados Unidos contra los mexicanos. Escribo con indignación por la forma en que Trump ha tratado a miles de nuestros paisanos que trabajaban en el país vecino. Pero también me alegro por la comunidad y unión que han hecho los mexicanos y otros latinoamericanos. Celebro los países aliados como Rusia y China. Es imposible no preguntarme qué hubiera manifestado Eduardo Galeano al respecto.
Tampoco puedo evadir un asunto de mi localidad. A finales de enero, con el cierre definitivo de la Universidad del Valle de México (UVM) campus Torreón, esta vendió al kilo un acervo de quince mil libros. Sin embargo, el dueño de dicho lote los puso a la venta para la comunidad. Acudí y pisé cientos para pepenar algunos de mi interés. Fuimos muchos laguneros a la banqueta de una bodega del Ejido La Unión, esperanzados por que no murieran por lo menos unos cuantos ejemplares. Que convivieran con los otros que ya tenemos. Que tuvieran un techo. También, quizá, todos supimos que la educación suele ser un buen negocio; que cuando deja de serlo, no importa abandonar a cientos de alumnos y menos se detendrían a pensar en que los libros pudieran tener otra oportunidad.
Estoy segura de que Eduardo Galeano nos daría una lección magistral ante estos asuntos. Una de sus frases que recuerdo y puede englobar la idea central de esta obra es: “Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas”. Adhiero un par de preguntas mordaces de la página 167: “¿Pueden medirse las mutilaciones del alma humana? ¿La multiplicación de la violencia, el envilecimiento de la vida cotidiana?” Le gustaba definirse como un escritor que contribuye a la memoria secuestrada de América Latina. El 13 de abril de 2015 murió de cáncer de pulmón. Casi diez años después, su obra nos continúa alumbrando.