Son casi las 12 del mediodía y llega un cuerpo más al laboratorio de embalsamamiento del señor José Juan Flores Martínez. El lugar se ubica en una céntrica vialidad de la ciudad de Torreón.
Se trata de un hombre de aproximadamente 80 años de edad que murió por causas naturales. Antes de iniciar, la hija de José, Cinthia, realiza el papeleo y demás trámites administrativos, después pasan el cadáver a la plancha de acero inoxidable para comenzar con el procedimiento. Con respeto y profesionalismo, José Juan prepara el cuerpo para que su familia le pueda dar el último adiós.
Al entrar a su laboratorio, el embalsamador enciende un extractor de aire que instaló en la sala, se coloca una bata y un mandil para no ensuciar su ropa, guantes de látex, cubrebocas y lentes especiales para proteger sus ojos de los fuertes químicos que se utilizan durante el proceso que tiene una duración de dos a tres horas.
"El primer paso es retirar del cuerpo sábanas o algunos catéteres que traen del hospital y luego ya se asea", dice José Juan, quien por 30 años se ha dedicado a este oficio. El segundo paso es lavar el cadáver; principalmente se utilizan germicidas y otros químicos.
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Por las restricciones, Juana María no pudo despedirse de José ÁngelDespués se busca en el cadáver la arteria carótida y la vena yugular (ambas recorren juntas todo el cuerpo). Según explica Juan, se realiza una incisión para extraer toda la sangre y al mismo tiempo, de manera intravenosa, introducir una mezcla de químicos, generalmente compuesta por formol, agua y demás sustancias, que conservan el cuerpo y le dan un tono natural a la piel, ya que al morir se torna de un color azul.
El fluido que se inyecta al cuerpo evita que los tejidos se descompongan, mientras que los germicidas evitan la aparición de hongos o moho. Para este proceso de vaciado de la sangre y llenado del líquido se emplea un inyector, un aparato con bombas de inyección y de aspiración.
"Al final viene el arreglo estético que es el maquillaje y la presentación del cuerpo… se viste con la ropa que nos manda la familia". Con el paso de los años y después de mucha práctica, José Juan aprendió y perfeccionó la técnica de maquillar a los muertos. "Cuando el difunto queda muy deteriorado del rostro por el tipo de muerte, se le hace una reconstrucción facial para que quede lo más parecido a cómo era en vida… uno se da sus modos para dibujarle una última sonrisa".
Ahora que el cadáver está embalsamado, esperan que regrese la carroza. "Ya cuando viene la carroza se lleva el cuerpo a la funeraria para que su familia lo pueda velar y despedirse de él. Nosotros brindamos el servicio de embalsamamiento a varias funerarias de La Laguna, unas son de San Pedro, otras de Matamoros y otras de aquí mismo de Torreón", relata.
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Como principal medida para evitar un repunte en los contagios del COVID-19Cabe mencionar que embalsamar un cuerpo que pasó por una necropsia, ya sea por asesinato o accidente, es totalmente diferente. "No se hace igual que a una persona que murió por causas naturales. De hecho, ahorita no podría decirte cómo sería el embalsamamiento porque tengo que ver el cuerpo y ver qué incisiones y suturas hizo el médico legista", explica José Juan.
LOS INICIOS
"Hace 30 años empecé con un hermano mío que puso un negocio… una funeraria. En cuanto la pusimos empezamos a trabajarla y yo vi las áreas que generalmente usamos y me gustó el embalsamado. Ahora mi hermano tiene la funeraria completa porque él se dedica a brindar el servicio completo, desde recoger el cuerpo hasta sepultarlo y yo solo me dedico a embalsamar", relata Juan.
Con nostalgia, recuerda que un hombre que trabajaba en Estados Unidos y se mudó al municipio de Gómez Palacio le enseñó el oficio. "Él trabajaba de noche y en las mañanas nos visitaba en la funeraria y me daba clases de teoría… cuando me dijo que ya sabía la teoría, comencé a embalsamar".
Al aprender lo básico, apareció una oportunidad para José Juan: su hermano decidió instalar la sala de embalsamar en la funeraria de la familia ya que solamente ofrecían el servicio de velación y contrataban el servicio de preparación de los cuerpos.
Los primeros días de trabajo fueron difíciles, relata el embalsamador. "Las primeras veces me llevaba hasta tres horas encontrar las venas que necesito para hacer el procedimiento… en esos momentos ya no tenía al maestro, ya estaba yo solo". Además, el temor estaba presente.
La mayoría de los cuerpos llegaban a la funeraria a medianoche, entonces llevaban el cadáver a la plancha y su hermano se iba a alistar la sala de velación, por lo que José Juan se quedaba solo con el cuerpo. "En esos momentos era grande el temor, pero con el tiempo se fue pasando… el miedo se fue retirando".
A lo largo de su trayectoria, José también trabajó para otras funerarias de Torreón, pero hace casi 10 años se decidió a poner su propia sala de embalsamar y, con esfuerzo y dedicación, comenzó a adquirir sus propios instrumentos. "Vienen personas de México o Guadalajara y ofrecen los artículos, pero lo más caro, que es la plancha de acero inoxidable, la mandé a fabricar aquí mismo en Torreón, al igual que los inyectores".
SE ESPECIALIZA EN EL OFICIO
"Aquí cuenta mucho el tiempo… es donde se va haciendo uno de experiencia. Con el tiempo vas viendo y vas mejorando", menciona José al recordar sus inicios en el oficio.
Para especializarse aún más en su labor, José Juan ha tomado diversos cursos. En 2003 se formó como Técnico Embalsamador en la Facultad de Medicina Unidad Torreón de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC); en esa ocasión se ofreció el curso de Embalsamamiento y Reconstrucción Facial.
Además, ha asistido a cursos donde lo certificaron como ayudante de médico legista y lo enseñaron a suturar. También ha acudido a charlas y talleres sobre manejo de residuos y prevención de enfermedades infectocontagiosas.
LA PANDEMIA, UNA DESGRACIA TOTAL
La pandemia de COVID-19, que comenzó en marzo de 2020, llegó como un torbellino. El impacto del virus en el oficio de embalsamar fue grande, y pese a que aumentó considerablemente la cantidad de cadáveres, desaparecieron los embalsamamientos.
"Hace años, cuando inicié con el laboratorio, yo ya había casi casi jurado que ya no iba a hacer sepelios, que ya no iba a sepultar, pero con la pandemia me bajó mucho el trabajo del embalsamado porque hubo un tiempo en que lo suspendieron porque no había velaciones, no había nada", recuerda José Juan.
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Al quedarse de un día para otro sin trabajo, el embalsamador no estuvo dispuesto a quedarse de brazos cruzados y, cómo él dice, "se puso a buscarle". "Nos hicimos de una carrocita y empezamos a recoger los cuerpos que murieron por COVID y directamente los llevábamos a cremar o sepultar".
La contingencia sanitaria, que ha dejado casi 7, 400 muertos en el estado de Coahuila, provocó momentos inimaginables en la sociedad lagunera. "La familia que tuvo un deceso por COVID fue una desgracia total… ya nunca pudieron ver ni despedirse de su familiar porque la sepultura o cremación era inmediata. Fueron momentos muy difíciles tanto para los dolientes como para uno, porque uno también siente", recuerda José con tristeza.
Por varios meses y por el coronavirus, a los difuntos no se les pudo velar ni dar una sepultura tradicional, situación que provocó frustración, tristeza y hasta enojo en los familiares. "No se podían ni acercar al ataúd y el llanto era aún más por la impotencia; varias veces nos tocó que hasta nos regañaran a nosotros, pero no era nada personal, más bien era una forma de desahogo de los dolientes… en ese momento era comprensible".
Con el paso del tiempo llegó la nueva normalidad y la dinámica social se adaptó a una nueva forma de hacer las cosas. José volvió a embalsamar pero ahora usando un traje especial que lo cubre de pies a cabeza, los instrumentos son desechables y sanitiza todo su laboratorio y oficina cada 15 días. Cualquier persona que entra al negocio debe usar cubrebocas y gel antibacterial. Al salir se usa un desinfectante que se rocía en la ropa y zapatos.
ANTE TODO, RESPETO
José Juan asegura que la principal característica del embalsamador es el respeto. "Aquí lo que debe existir, antes que nada, es el respeto y comprender a los dolientes… debemos exagerar en el respeto".
Por otra parte, explica también que los familiares del difunto llegan en un estado de abnegación y creen que en el proceso van a maltratar el cuerpo, por lo que respetuosamente, él les explica el procedimiento y hace su trabajo de la mejor manera para darles un poco de consuelo.
"Lo que siempre tenemos es demasiado respeto por la persona. Yo siempre he dicho que un cuerpo merece más respeto que un vivo", asegura José Juan mientras que su hija y su ayudante reciben otro cadáver. Se trata de una mujer de avanzada edad que también murió por causas naturales. Finalmente, el embalsamador se retira a su laboratorio a preparar el cuerpo para darle el último adiós.
‘Nacimos entre los muertitos’
Cinthia Flores, una de las hijas de José Juan, recuerda su infancia en el negocio familiar. “Mi mamá siempre dice que nacimos entre los muertitos. Cuando ella se iba a aliviar se dormía en una oficina de la funeraria de mi tío donde había muchas cajas (ataúdes). Como nuestra casa quedaba muy lejos del Seguro Social, en lo que daba a luz se iba a la funeraria porque quedaba muy cerca del hospital”, cuenta. Luego de varios años, José Juan enseñó a su hija más grande el oficio de embalsamar. “Hace unos 15 años la enseñé, pero se me casó y decidió no seguir. Ahora con este negocio sí me ayudan mis dos hijas y el esposo de una de ellas está trabajando aquí. Dice que le gusta y hasta dejó la carpintería para dedicarse a esto”.
Por su parte, Cinthia dice que sí le gustaría aprender a embalsamar, pero ahorita está más enfocada en la parte administrativa del negocio. Desde temprano acude al laboratorio para que cuando llegue un cuerpo todo esté listo para iniciar el procedimiento. “Aquí estamos disponibles las 24 horas los 365 días del año porque la muerte no tiene horarios”.
Hace casi 10 años, José Juan se decidió a poner su propia sala de embalsamar y, con esfuerzo y dedicación, comenzó a adquirir sus propios instrumentos. (EL SIGLO DE TORREÓN)